Recalculando: Lula y Sheinbaum miran a Petro, bajan el tono y evitan desafiar a Trump
Brasil y México huyen de encontronazos con Estados Unidos para no hacer el ridículo como el presidente de Colombia
El encontronazo de Gustavo Petro con Donald Trump ha sacudido toda la región. Aunque había pocas dudas, de México a la Antártida han recibido el mensaje de que las deportaciones de inmigrantes sin papeles van a continuar y de que el que no colabore que se prepare a pagar una factura descomunal en forma de aranceles y visados negados.
A Petro el desafío o chulería con Trump le duró apenas unas horas. La amenaza hecha realidad de forma inmediata con la imposición de un 25 por ciento de aranceles, para subirlo luego a 50, más la supresión de visados y prohibición de ingreso en EE. UU. de todo el Gobierno y de sus ciudadanos fue un revés que le dejó como un boxeador sonado y con los calzones por el tobillo.
El ridículo del colombiano, pese a tener razón en el trato degradante a los deportados (esposados de pies y manos) ha dejado al sucesor de Iván Duque en la Casa de Nariño en una posición lamentable.
Colombia, suele mantener buenas relaciones con Estados Unidos. Hasta la llegada de Petro, Washington colaboraba y consideraba el país como un socio confiable. Así fue con Andrés Pastrana, Álvaro Uribe, Juan Manuel Santos y con Iván Duque. Pero el escenario ahora es diferente y lo que antes se hacía por las buenas ahora es y será por las bravas.
Evitar este tipo de conflictos y humillaciones es lo que pretenden Brasil y México. Ambos solían disputarse el liderazgo en la América que está en el mapa por debajo de Estados Unidos y ambos ahora lo tienen difícil con la llegada del argentino Javier Milei.
El primero reclamaba ser el interlocutor en Sudamérica de los sucesivos inquilinos de la Casa Blanca y México, siempre en competencia con el anterior, ser el primero de la fila de países hispanoamericanos en lista de espera para sacarle algo a Washington.
Lula Da Silva se ha convertido en una parodia del presidente que fue en su doble primera legislatura brasileña (2003-2011). El viejo sindicalista pasó de ser un demonio en la portada de la prensa internacional al político que enamoraba al mundo, para después sufrir un calvario judicial acosado por casos de corrupción. Torpezas procesales terminaron beneficiándole y los excesos y salidas de tiesto de Jair Bolsonaro, mala copia paulista de Trump, le despejaron el camino para volver al Palacio de Planalto.
Con la salud y la reputación internacional tocada, su influencia es prácticamente nula en la región, como se vio con el fraude electoral de Venezuela y en Washington ni «lo registran, ni les importa», aseguran los trumpistas. Aún así, Lula no ha tenido más remedio que protestar por el trato dado a los brasileños deportados, pero ni harto de vino (le entusiasma) se le habría ocurrido echarle un pulso a Trump. Entre otras razones, porque sabe que le rompería el brazo con la avalancha de aranceles y las visas.
Lo curioso es que con Joe Biden Brasil recibió 32 aviones con 3.660 deportados que también volaron esposados, pero Lula entonces no dijo una palabra. Quizás tenía previsto hacerlo en la «reunión de urgencia» de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC), que se suspendió a última hora.
Claudia Sheinbaum Pardo, sucesora del explosivo Andrés Manuel López Obrador quien, por cierto, mantuvo una excelente relación EE. UU. pese a tener pensamientos e ideologías en los antípodas, también está preocupada con la que se avecina.
Sheinbaum ha tomado conciencia de que, por la cuenta que le trae, más le vale mantener el tono bajo, pese a que Trump parece gozarla con provocaciones como anunciar que el Golfo de México será el Golfo de América (seguro que las dos acepciones son ciertas). Pero lo más alarmante por ahora son las devoluciones de mexicanos y la suspensión de los procesos de regularización que habían comenzado. Declarar terroristas a los cárteles no parece que le haya importado mucho.
Declaran su «propósito de cultivar relaciones productivas con todos los países de las Américas, incluida la nueva Administración de Estados Unidos, a fin de mantener la paz, fortalecer la democracia y promover el desarrollo», según el comunicado difundido por la Presidencia de Brasil en una nota oficial.
En otras palabras, ni el viejo Lula ni la flamante presidenta mexicana quieren ni pretenden provocar la ira de un Donald Trump que ha vuelto, como recargado y con baterías a tope a la Casa Blanca.