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Carmen de Carlos
AnálisisCarmen de Carlos

La máscara de Sánchez o cómo construir una imagen en la Europa de los inocentes

La debilidad del presidente del Gobierno y su impopularidad en España contrasta con su reflejo en el exterior donde la corrupción, sus contradicciones y su discurso laxo no le pasan factura

Actualizada 08:08

El secretario general del PSOE y presidente del Gobierno en funciones, Pedro Sánchez

El secretario general del PSOE y presidente del Gobierno en funciones, Pedro SánchezEFE

El «efecto teflón», por las sartenes que evitan que se peguen los alimentos, es lo que le atribuían a Lula Da Silva en sus primeros gobiernos (2003-2010). Los casos de corrupción le resbalaban y su imagen se mantenía en índices envidiables para cualquier presidente. El límite a esa inmunidad lo puso, pese a los errores procesales, la justicia y su escala en la cárcel. Aún así, los brasileños le perdonarían más tarde y Lula, con su reelección (2022), impediría un segundo mandato de Jair Bolsonaro.

A Pedro Sánchez se le pueden atribuir algunas de esas virtudes que le permiten, pese a la que le está cayendo, moverse con soltura en medios internacionales donde el «efecto teflón» se le ajusta con una intensidad y viscosidad sorprendente. En la Comisión Europea, pasa desapercibido que se invente una ley de amnistía para golpistas que equipara España con cualquier dictadura bolivariana o que defienda, a su manera, el régimen de Nicolás Maduro como si lo que padecen los venezolanos fuera una democracia en lugar de un régimen de terror y atropello constante de sus derechos y libertades.

También en Europa parece que no tiene consecuencias que la mujer del César (Sánchez) esté procesada por presunta corrupción o que, a su ex mano derecha y artífice de llegar a la Moncloa, José Luis Ábalos, se le acumulen, –junto a una colección de querellas–, la lista de meretrices y de propiedades compradas o mantenidas con fondos del Estado dentro y fuera de España. A más a más, al secretario general del PSOE tampoco se le identifica o atribuye responsabilidad por las bolsas de euros, al estilo la Argentina de los Kirchner, que una arrepentida confiesa llevar a la sede del partido.

En París, Bruselas, Varsovia, Helsinki, Bucarest, Berlín, Lisboa (donde caen los primeros ministros por sospechas) y hasta Roma, no parece que cale en el imaginario de la figura idealizada de Pedro Sánchez que Álvaro García Ortiz, su fiscal general del Estado, esté procesado por violar la ley que debería proteger. Dicho de otro modo, por abusar de su posición para filtrar datos de un particular (aunque esté en falta con Hacienda) que, ironías del destino, es el novio de la presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso.

Europa únicamente pareció descubrir que Sánchez tenía defectos cuando le llamó la atención por intentar cambiar las mayorías para elegir a los miembros del Consejo General del Poder Judicial. Esta excepción a la regla no se ha repetido ni con la incorporación a su Gabinete de los comunistas, que sueñan con salir de la OTAN y rechazan aumentar el gasto en Defensa que exige la Alianza y Bruselas, ni con la entrega de competencias exclusivas del Estado a los separatistas de los que es rehén, como son las fronteras. Eso, por no hablar de la humorada de tratar de imponer, por hermosa que sea, una lengua menor como es el catalán en la Eurocámara. Nada, nada parece modificar la «buena imagen» de un presidente que no puede gobernar o solo puede hacerlo a golpe de decreto.

El derrotado en las elecciones generales de julio de 2023 ni siquiera es capaz de aprobar unos presupuestos, que es lo mismo, según sus palabras, «que tener un coche sin gasolina», pero Sánchez no se apea del vehículo, aunque tenga que sostenerlo con los brazos cuesta arriba.

La debilidad del presidente del Gobierno y su mala imagen en España (a excepción del CIS) contrasta con su reflejo en el exterior. Ni siquiera los famosos cinco días de reflexión le pasaron factura. La prensa internacional, en general, suele ser condescendiente con él y lo que, en cualquier otro líder, si fuera conservador estaría frito, merecería análisis y portadas descarnadas, en Sánchez es flor de un día.

Los embajadores europeos en Madrid están acostumbrados a que se les pregunte por este fenómeno, que es la imagen de Sánchez en Bruselas. Resulta difícil encontrar alguno que diga algo diferente. Todos coinciden en que Sánchez ha sabido meterse en el bolsillo no solo a Ursula von der Leyen si no a buena parte de los líderes comunitarios, excluyendo a los agrupados en Patriot.

Del inglés al diálogo

Las razones con las que justifican esa opinión, palabra más palabra menos, se repiten: «Habla inglés, tiene buena presencia, da la sensación de que se prepara, que conoce a fondo los temas, la economía va bien y se muestra dialogante». A esto, añaden su «capacidad de seducción» y «adaptación».

Pedro Sánchez se conduce y dice en Europa lo que quieren oír. Su laxitud en el discurso o las contradicciones con los hechos al decir una cosa fuera y hacer la contraria dentro no le pasan factura. Entre la habilidad del presidente del Gobierno y la inocencia elegida de los líderes europeos triunfa la falsa imagen de un Sánchez que, como Lula, hoy disfruta del nunca eterno «efecto teflón».

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