¿Sánchez paladín del español?
Que se presente como el defensor del castellano es algo así como C. Tangana se erigiese en adalid del bel canto
Los tópicos cobijan muchas veces grandes verdades. Se ha repetido en centenares de foros que «el español podría ser el petróleo de España». Y en efecto, es así. ¡Imagínense el desparrame de orgullo e iniciativas de los franceses si gozasen de un idioma universal como el nuestro, con 600 millones de hablantes!
El español supone un inmenso tesoro, un orgullo y también un filón cultural y económico (si se aprovecha). Por eso es de celebrar que el actual presidente del Gobierno se haya acordado por una vez de él.
En ese pequeño Davos con mejillones que está floreciendo en la isla de La Toja, donde departen anualmente nuestros grandes jarrones chinos, Sánchez ha anunciado que creará una oficina para promocionar el español como gran palanca para los negocios y en los ámbitos digitales y de la inteligencia artificial. Con la inefable cursilería que distingue a La Moncloa «progresista», el invento se llamará «El español, valle de la lengua» (título que desde mis limitadas entendederas todavía no logro atisbar qué quiere decir).
Con mucha razón, algunas voces se han aprestado a señalar la contradicción de que Sánchez cree una oficina del español cuando su PSOE puso verde a Ayuso cuando anunció la suya (en parte, ciertamente, para darle un sillón a su recién fichado Toni Cantó, que se había quedado compuesto y sin escaño). Pero existe todavía una paradoja mayor, que es la que convierte a Sánchez en personaje altamente sospechoso a la hora de ejercer de promotor de nuestra lengua: no ha movido un meñique ante las ofensivas del separatismo catalán y vasco para tratar de acogotar al español en aulas e instituciones (en la calle no pueden con él, porque impera la libertad de las personas y a pesar de las toneladas de millones invertidas en el rodillo de la «inmersión», el castellano sigue siendo lo más hablado).
No puede presentarse como paladín del español un presidente de España que tolera policías lingüísticas en los colegios y universidades catalanas. No puede ser el abanderado del español quien no toma medidas para que se cumpla la ley y las familias que lo deseen puedan educar a sus hijos en español en Cataluña, el País Vasco (y en parte también en Galicia). No puede pavonearse como gran capitán del español quien tolera el delirio de limitarlo en el Senado, obligando a sus señorías a emplear traductores simultáneos, en lugar de utilizar la gran lengua común de todos, como indican la lógica y la tradición. No puede defender el castellano con vigor quien dirige un partido que se avergüenza del más elemental patriotismo español, o que elabora entelequias tan peregrinas como «la España multinivel» o la «nación de naciones». No sirve como valladar del español quien sistemáticamente elige como aliados políticos a los peores enemigos de España, de su cultura y su lengua, mientras desprecia a los partidos que sí están con ellas.
En resumen, y para entendernos: Sánchez como defensor del español es algo así como Xi Jinping como apóstol de la democracia liberal, o C. Tangana como adalid del bel canto.