Real patrimonio
Lo cierto y demostrado está es que ninguna Familia Real del mundo ha regalado a sus compatriotas tan inconmensurable fortuna, monumental y artística. El Rey Don Juan Carlos no se ha quedado con un euro de los españoles
Escribe Laurence Debray en su Mon Roi Déchu que la Familia Real española es la única que no posee un gran patrimonio privado. Y se trata de una de las dinastías más antiguas del mundo. Un bicho podemita nacido en la «otra orilla» (Foxá) del Atlántico, comentó alborozado que fue la República la que incautó las riquezas de los Reyes de España. Lo intentó, pero se encontró con muy pocas cosas. Dos monarcas que no figuran entre los más queridos de nuestra Historia –y con sobrados motivos el primero de ellos–, Fernando VII e Isabel II –«Gordita como un melón/ nació Isabel de Borbón»–, fueron los que iniciaron y culminaron la entrega de la propiedad del Patrimonio Real al Patrimonio Nacional. Las Familias Reales de Inglaterra y de Holanda administran sus enormes fortunas personales. La Familia Real española cedió a los españoles su Colección Real –el Museo del Prado–, los Palacios Reales de Madrid, Aranjuez, El Pardo, La Granja de San Ildefonso, Riofrío, Los Reales Alcázares de Sevilla, La Real Armería, y el Real Monasterio de San Lorenzo del Escorial. ¿Cómo traducir su valor en euros? Jaime Peñafiel añade a la donación el Palacio de Pedralbes de Barcelona, pero en este caso, mi querido Jaime no acierta. El Palacio de Pedralbes era propiedad del Barón de Güell –no confundir con el Conde de Güell y el Vizconde de Güell–, que se lo cedía al Rey Alfonso XIII cuando éste acudía a Barcelona. En los días previos a uno de esos viajes, el Presidente del Consejo de Ministros, don Eduardo Dato, intentó en vano impedir la visita de Alfonso XIII a la Ciudad Condal por temor a un atentado anarquista.
–Señor Presidente, no puedo cancelar el viaje. Si he dicho que voy a Barcelona, iré a Barcelona. Por otra parte, me da más miedo Gaudí que los anarquistas–. En su testamento, los bienes que deja a sus herederos se reducen al Palacio de La Magdalena en Santander, el de Miramar de San Sebastián, una parte de un edificio en la Gran Vía de Madrid, unos terrenos en Valsain –Segovia–, y la isla de Cortegada, el «bosque flotante», en la agonía de la maravillosa ría de Arosa. Anduve por una buena parte de ella con Don Juan, de vuelta al «Giralda» del asombroso Pazo de Oca, después de comer invitados por la Duquesa de Medinaceli. Estaban allí su hijo Ignacio, Duque de Segorbe, la Duquesa de Mandas, que chapurreaba con acento inglés, y su hija Corina De la Huerta. La Duquesa de Mandas, Marita Ozores, le preguntó a Don Juan: –¿Se acuerda, Señor, cuando de niños jugábamos al «tapatún, tapatún»?–. Y Don Juan, algo airado, le respondió: –No me acuerdo absolutamente nada. Además, yo jamás he jugado a esa tontería–.
Don Juan vendió Miramar y La Magdalena por menos dinero que lo que pagaron Pablo Iglesias e Irene Montero por su chalé en Galapagar. Y Cortegada. Repartió entre sus hermanos o sus herederos el dinero percibido –por fin, tengo algo de dinero–. Y al fallecer dejó una herencia valorada en 6 millones de euros, mil millones de pesetas, que la frívola «biógrafa» de la Familia Real, Pilar Eyre, convirtió en mil millones de euros. Manda narices.
Lo cierto y demostrado está es que ninguna Familia Real del mundo ha regalado a sus compatriotas tan inconmensurable fortuna, monumental y artística. El Rey Don Juan Carlos no se ha quedado con un euro de los españoles. La Fiscalía ha decidido cerrar el caso por no hallar ni un motivo de responsabilidad judicial. Un sinvergüenza estafador a la Seguridad Social le ha llamado ladrón. Que pregunte a los peronistas y a su amiga Kirchnner lo que significa robar. Han arruinado a su país robando, como los Chávez y Maduro en Venezuela, como los Castro en Cuba. Dinero manchado de sangre inocente.
Son historias diferentes. Unos dieron mucho y otros robaron casi todo.