Un poco nena
Abuchear a un nefasto presidente del Gobierno nada tiene que ver con la mala educación. Es un derecho, una consecuencia de la libertad
Jamás me hubiera imaginado que Pedro Sánchez se aproximaría tanto al Rey al llegar y abandonaría el Paseo de la Castellana para evitar los abucheos. Me pareció bastante nena. Un gobernante que chulea a sus gobernados tiene que demostrar más cuajo. Los gritos y los abucheos no buscan sangre. Buscan desahogo. Además, Sánchez se mueve de un lado a otro con un servicio de seguridad mucho más numeroso que el de Estapongur II, rey de la isla de Sarawak, que en paz descanse. Lo componían, como mínimo, la mitad de los habitantes de Sarawak. En todas las familias sarawaqueñas había, al menos, un miembro perteneciente a las Fuerzas de Seguridad del pequeño reyezuelo. Sánchez se muestra muy chuleta y retador cuando el público que abuchea su figura lo hace desde la lejanía que establecen sus escoltas. Pero se acuclilla cuando el público le llama «traidor» desde la inmediatez. Creo que en la Sexta de Atresmedia se atrevieron a interpretar los abucheos a Sánchez con original desfachatez. Que Sánchez se aproximó al Rey para que los abucheos a Felipe VI se aliviaran con las ovaciones que recibía Sánchez. El premio económico a Atresmedia no tardará en llegar.
Un tipo que lo ha hecho tan diabólicamente mal, que se ha entregado al estalinismo de Podemos, que se mantiene en el poder en España con los herederos de la ETA, y los apoyos parlamentarios del ultranazismo separatista catalán, que gobierna desde la anticonstitucionalidad, está obligado a comportarse con más empaque cuando los ciudadanos se limitan a recordarle que es una calamidad nacional. Pues eso, llegar, soportar el chaparrón de improperios y demostrar firmeza con sana chulería ante el contenido de las imprecaciones. Pero no. Sánchez se refugió en el Rey ovacionado como un perrito asustado que se esconde en las faldas de su ama. Estoy seguro de que su mujer se habría comportado con más serenidad y hombría.
Muchos han mostrado su desacuerdo, y derecho sobrado tienen para ello. Han coincidido en su desolación Rosa Villacastín y el director del ABC de Sevilla. El Rey ha demostrado cómo se soportan los gritos cuando preside una final de su Copa si se la disputan el Barcelona y el Athletic de Bilbao. Después rueda el balón y el Rey, lógicamente disgustado, sigue las incidencias del partido con aparente interés. Pero no se esconde detrás de Urkullu o del separatista catalán de turno. Aguanta como un tío y soporta los berridos de la violencia antiespañola sabedor del valor de la libertad que la Corona garantiza en España.
Abuchear a un nefasto presidente del Gobierno nada tiene que ver con la mala educación. Es un derecho, una consecuencia de la libertad. Quizá mi actitud al ver las imágenes en directo por televisión, a 500 kilómetros de distancia, sí pueda encuadrarse, por su inutilidad, en la falta de urbanidad. Viendo en soledad emocionada los pormenores de la parada militar y posterior desfile de nuestros soldados, yo también me sumé a los abucheos a Sánchez. Un mirlo piquigualda que se afanaba en encontrar algún gusano en mi pequeño jardín, voló despavorido cuando oyó mis imprecaciones. Lo siento profundamente por el mirlo, que no merecía semejante susto.
Pero mostrarse escandalizado por tan poco, se me antoja ridículo y oficioso. Más aún, cuando el que recibe el abucheo espontáneo y popular de la ciudadanía, no ha hecho otra cosa que arruinar y traicionar a quienes lo abucheaban, da igual donde estuvieran. En el Paseo de La Castellana de Madrid, capital acosada, o en un rincón costero de la Montaña de Cantabria. Pobre mirlo.
En resumen. Que Sánchez se comportó como una nena, eso que le decíamos en los años colegiales a los niños que lloraban cuando, en un lance futbolístico del recreo, recibían un balonazo.