De «Perpiñán la catalana» a «Perpiñán la radiante»
La capital de la «Cataluña Norte» de los nacionalistas ha elegido a un alcalde lepenista que les ha parado los pies
Cuando sus neuronas flipan, algo nada infrecuente, Puigdemont fabula con una Cataluña más grande, que incorporaría el Rosellón galo y tendría a Perpiñán como la capital de lo que los nacionalistas llaman «Catalunya Nord». En febrero del año pasado, el prófugo se plantó en la ciudad francesa en compañía del presidente Torra. Fueron recibidos con pompa por el alcalde filonacionalista de entonces, de apropiado apellido Pujol, y por miles de fans de la logia del lacito amarillo, pastoreados en bus desde España en viaje gentilmente costeado por la Generalitat. Puigdemont, que es muy de emocionarse, expresó entonces en la ciudad francesa, de 120.000 habitantes, su desbordante alegría por «pisar por fin tierra catalana».
Al mes siguiente de aquel sarao del catalanismo sucedió en Perpiñán algo muy extraño. Llegaron las elecciones municipales francesas y ganó con un 53 % de los votos el candidato lepenista de la Agrupación Nacional (RN), nuevo nombre del Frente Nacional. El flamante alcalde se llama Louis Aliot, es un exjugador de rugby cincuentón, que durante un tiempo fue pareja de Marine Le Pen. El titular de la prensa ante su victoria fue: «La ultraderecha logra su primera alcaldía en una ciudad francesa de más de cien mil habitantes». Aliot discrepa; simplemente se considera «conservador y patriota». Durante la campaña electoral dio un aviso: «No quiero que los problemas de los catalanes nos compliquen la vida, que haya enfrentamientos y gente independentista aquí, en Francia». Como alcalde ha obrado en consecuencia. De entrada ha cambiado el lema de la ciudad. Se acabó lo de «Perpiñán la catalana». A partir de ahora será «Perpiñán la radiante». También ha retirado los rótulos en catalán a la entrada de la urbe y ha puesto coto al caballo de Troya nacionalista de expandir allí una educación en catalán pagada por el Gobierno de Cataluña.
Los nacionalistas querían hacerse con el convento de Santa Clara para montar un gran liceo e iniciar la «inmersión lingüística» educativa. Pero Louis Aliot actuó rápido: les retiró la licencia y el edificio ha pasado a ser municipal. El alcalde sabe que la escuela es la cabeza de puente para una ofensiva a largo plazo de introducción del virus separatista. Él tiene muy clara la realidad: «Perpiñán es una ciudad mediterránea, anclada en la identidad catalana, pero arraigada totalmente a Francia».
Aliot ha centrado todos sus esfuerzos en mejorar la seguridad y la limpieza de una ciudad muy venida a menos, cuyo paro duplica la media nacional. En lugar de gastarse la pasta de sus vecinos en cantos de sirena catalanistas, ha ampliado enormemente la plantilla de la policía y cuida el ornato de las calles.
Perpiñán perteneció durante largo tiempo al Reino de Aragón y fue española hasta mediados del XVII. Se encuentra en la región de Occitania, en el departamento de los Pirineos Orientales (no hay alusión alguna a Cataluña o lo catalán en la nomenclatura administrativa). En Francia se toman muy en serio su identidad nacional. No están dispuestos a que las taifas localistas la perforen. Saben que un país uniforme y unido funciona mejor y tiene más éxito que uno con una «enriquecedora diversidad», como repiten los políticos españoles salmodiando un discutible tópico. Un edicto de 1700 de Luis XIV, el Rey Sol, prohibió la utilización del catalán en todo documento oficial francés. Y sigue perfectamente vigente.
La pasada primavera, un diputado bretón logró colar en la Asamblea Nacional una ley que abría la rendija a la enseñanza de las lenguas locales en la escuela pública. El Constitucional tumbó la medida al instante recordando algo muy simple: «La lengua de la República es el francés», como señala el artículo 2 de la Constitución. De los doce millones de niños franceses escolarizadnos, solo 170.000 estudian sus lenguas regionales en la escuela (y siempre en centros privados). ¿Qué se ha logrado con ello? Pues evitar que el nacionalismo separatista fuese inoculando un credo antifrancés a las nuevas generaciones a través de la educación, dinámica que en España sí se ha permitido, poniéndose al final en jaque la unidad nacional.
Pasemos a España. El Supremo acaba de ordenar que en Cataluña se impartan en español el 25 % de las clases. El Gobierno autonómico ya respondido que se pasará la sentencia por el arco del triunfo. ¿Hará algo el Gobierno español para hacer cumplir la ley? No. La inspección educativa estatal está de facto desmantelada en Cataluña y Sánchez no puede indisponerse con los separatistas catalanes, pues es su guiñol: ellos lo sostienen.
Hemos construido un modelo absurdo. España es el único país del mundo donde su propio idioma está prohibido en algunas regiones. Aunque no me gustan ni el queso, ni el Beaujolais, ni las galletas macarons, a ratos no me importaría ser francés.