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Cosas que pasanAlfonso Ussía

De Puente Ojea a Celaá

«Hablaremos mañana», anuncia un cardenal. Y lo hablan tres siglos más tarde, porque trescientos años son para Iglesia el mismo mañana que tres días. Y mandan a una obtusa para representar a España ante la Inteligencia

Actualizada 09:04

La Embajada de España ante la Santa Sede es el sueño de todos los diplomáticos. Se ubica en la prodigiosa Plaza de España, uno de los rincones más bellos de Roma. Y es cierto que no siempre el embajador ha sido diplomático. Franco designó para tan alta responsabilidad a don Antonio Garrigues Díaz-Cañabate, un liberal, que dejó en Roma un recuerdo imborrable. Las relaciones del Régimen con el Papa Pablo VI fueron tirantes y brumosas. Y Garrigues se ganó la plena confianza del Papa, tanto, que Pablo VI le prometió cumplir una visita oficial a España.

El generalísimo reclamó la presencia de su embajador. Y don Antonio se presentó en El Pardo. Lo que escribo, se lo oí contar a don Antonio en varias ocasiones.

–Garrigues, necesito su ayuda. Usted es un personaje con mucha influencia. ¿Qué le parece que la mayoría de los colegios en España no tengan espacio para que los niños hagan deporte?

–Me parece mal, excelencia.

–Por eso le pido ayuda, para que esta situación cambie inmediatamente, Garrigues.

–Excelencia, yo haré lo que esté de mi mano, pero no creo tener influencia en ese ámbito.

–La tiene, Garrigues, la tiene. Muchas gracias por su visita.

Y Garrigues, que creía que la audiencia iba a tratar del supuesto viaje de Pablo VI a España, se incorporó confuso, estrechó la mano de Franco, y cuando se disponía a salir de su despacho, el generalísimo le dijo: «Se me olvidaba, Garrigues. De lo del viaje del Papa a España, ya hablaremos». Y no hubo viaje.

Otro gran Embajador de España ante la Santa Sede ha sido don Francisco –Paco– Vázquez, gran alcalde de La Coruña. Representó a España ante el Papa –¿o dos?–, nombrado por el Gobierno socialista.

Paco Vázquez, culto y leal, cumplió con todas las expectativas, y las mejoró brillantemente. Ni él ni don Antonio Garrigues fueron diplomáticos, pero gozaron ambos del respeto y la lealtad de los miembros de la Carrera.

Y diplomático fue don Gonzalo Puente Ojea, al que Fernando Morán nombró embajador ante la Santa Sede para molestar. Porque Puente Ojea se declaró siempre y sin disfraces, ateo y agnóstico. No fue un buen embajador, y por algún escándalo y problemas personales se recibieron toda suerte de quejas del Vaticano. Cuando Felipe González cesó al esquinado Morán y nombró ministro de Asuntos Exteriores a Francisco Fernández Ordóñez, éste cesó fulminantemente a Puente Ojea, con el que compartí muchas tertulias en el programa de Luis del Olmo. Su obsesión por la inexistencia de Dios era tan acusada, que llegué a una conclusión lógica. Su ateísmo y agnosticismo eran reacciones rebeldes emergidas de su profunda fe. Creía, pero no quería creer. Y en ese debate se mantuvo hasta los noventa años, con una cabezonería admirable. Culto, ateo y creyente.

Lo de ahora es peor. Sánchez ha nombrado embajadora de España ante la Santa Sede a una sanchista del montón, una mujer impracticable. Se olvida de los diplomáticos profesionales para elevar a una intrusa –en este caso, una enferma crónica de la impostura–, a desempeñar una labor para la que no está preparada. Por otra parte, esta mujer tan rara de Guecho, maltrató la asignatura de Religión en su ley, y se enfrentó a la Conferencia Episcopal Española. Se trata de una mentirosa más de la Corte del enamorado de la turbohélice. Don Antonio Garrigues también fue embajador de España en Washington. Y lo remachaba: «Negociar con el Pentágono, con el Congreso o el Senado de los Estados Unidos es un juego de niños comparado con una negociación con los cardenales». La Iglesia resume veintiún siglos de inteligencia. Y su tiempo no conoce la prisa.

«Hablaremos mañana», anuncia un cardenal. Y lo hablan tres siglos más tarde, porque trescientos años son para Iglesia el mismo mañana que tres días. Y mandan a una obtusa para representar a España ante la Inteligencia.

Todavía no se ha recibido el plácet. Y el viernes, la comunista y frustrada guillotinadora de Reyes de España Yolanda Díaz será recibida por Su Santidad. Todo se arreglará mañana. Es decir, dentro de trescientos años. Pero en conjunto resulta demasiado complicado para que lo entienda una mente sencilla, como la del que este texto firma.

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