Fumar, comer y beber
Quitarlo todo de golpe sería demasiado llamativo y nos sumiría en la tristeza, incluso moriríamos de inanición; la estrategia no es por eliminación sino por sustitución. Y esta sustitución afecta irremediablemente al ritual
Existe una caza de brujas contra los tres placeres que permiten al hombre reunirse en torno a una mesa y montar las empresas más nobles: fumar, comer y beber. Para algunos puede que sea una tontería pero, gracias a ellos, el mundo todavía sigue en pie.
Muchas familias solo consiguen reunirse el día de Navidad. Y es un motivo de tanta alegría que lo celebran gozosamente en torno a una mesa. También los novios celebran su unión en torno a una mesa. Algunos incluso obsequian a los invitados con un buen puro. ¿Qué sería de estas fiestas sin una mesa en torno a la que reunirse para comer, beber y fumar?
Antes de cualquier batalla, ya sea empuñando la espada, o subiendo al pico más alto de los Pirineos, es necesario sentarse a comer, en mitad de la gesta seguramente un buen trago a uno le mantenga convenientemente despierto y alegre. Y una vez finalizada, el cigarrillo de la victoria es la mejor recompensa para unos pulmones sanos y robustos.
Gracias a los agricultores podemos comer todos los días. Su trabajo es una misión. Y su misión es de las más importantes que existen. No es casualidad que interrumpan su labor para comer un buen plato de carne con legumbres y ensalada y todo regado con un buen vino. ¿Cómo, si no, iban a poder alimentar todos los días a tanta gente?
La propia Misa gira en torno a la comida y la bebida. No es casualidad que sea una mesa el lugar que el Señor eligió para hacerse nuevamente presente entre nosotros. Con un poco de pan y un poco de vino.
Y quizá porque las grandes empresas necesitan la comida, la bebida y el tabaco, los hombres pequeños quieren prohibirlos. Porque cuando uno no tiene ideales, tampoco quiere ponérselo fácil a quien sí los tiene. Y por ello quieren acabar con el comer, el beber y el fumar.
Pero como quitarlo todo de golpe sería demasiado llamativo y nos sumiría en la tristeza, incluso moriríamos de inanición, la estrategia no es por eliminación sino por sustitución. Y esta sustitución afecta irremediablemente al ritual.
A los guerreros pretenden cambiarles el vino por las bebidas isotónicas, como si uno pudiera echarse en brazos de la muerte sin la alegría que el alcohol proporciona al espíritu.
De la comida pretenden eliminar las calorías «poco saludables», para que no muramos de hambre pero sí de tristeza. Quieren sustituir el cordero pascual por un bol de cuscús con berenjena y bacon vegetal. O el pan con chocolate de la merienda por un bocadillo de espárragos. O todavía peor, la comida de Navidad sin carne ni turrón. Como si fuera posible una sobremesa distendida y fraternal en torno a platos de comida healthy.
Pretenden hacernos creer que se puede hablar del destino del mundo sustituyendo el puro por un cigarrillo electrónico o cualquier otro invento moderno. Pero el tabaco tiene que oler a tabaco. Y el humo tiene que ser real.
No pensemos que cualquiera de estos cambios carece de importancia. Cambian el ritual por completo, y cambiar el ritual es cambiarlo todo. Solo hace falta ver las consecuencias que ha tenido convertir la Misa en un festival de música hortera y charlas motivadoras.
El mundo sigue en pie porque en Navidad las familias se reúnen, los prometidos se casan, Cristo vuelve a hacerse presente en cada Misa, los agricultores trabajan el campo y los guerreros luchan por un ideal noble.
Y por eso no es una chorrada que desde aquí defendamos fumar buenos puros, comer exquisitos manjares y acompañarlos de un buen vino.