La sobrevaloración de la mentira
Reconozco que me irrita enormemente la sobrevaloración que se hace de algunos personajes públicos que padecemos. Personajes como Sánchez, Yolanda Díaz, Ada Colau o Iván Redondo. Solo un sistema tan democrático como el nuestro permite a estas personas alcanzar los cargos de responsabilidad que ocupan u ocuparon. Y para eso, necesitados de atajos y de pactos absolutamente inconvenientes para el buen desarrollo del sistema democrático de nuestro país. Me llama la atención que en estos tiempos se desprecie al gobernante serio y prudente y se aprecie al aventurero. Creo que tenemos que insistir en que, para la política, para España y para nuestras vidas no es bueno que se aplauda al político ladino, o al que miente. Elevar el engaño a categoría de refinamiento político nada tiene que ver con la sofisticación intelectual que se deriva de la lectura de El Príncipe de Maquiavelo. Tampoco me gustan excesivamente quienes se hacen los simpáticos y populistas como Revilla. Ni los autoritarios, ni lo anodinos. Sé que es difícil encontrar esa persona que está alejada de todas esas taras, pero al menos habría que empeñarse en aplaudir a quien le adornan virtudes para el buen gobierno y rehuir de todas las maneras posibles, siempre civilizadas y democráticas, a la corte de los milagros que ahora mismo ocupa espacios de poder en nuestro país, escribiendo una de las páginas más lamentables de los últimos cuarenta años. La política es una de las actividades más nobles que el ser humano puede practicar. Es una forma elevada de mostrar la virtud en favor del bien común. Tal vez peque de optimista, así que, bajando a la realidad, les propongo: aunque es difícil encontrar un dirigente virtuoso, al menos no sobrevaloremos a los mediocres que resisten a base de contarnos mentiras.