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Cosas que pasanAlfonso Ussía

El patrón decente

Bernabéu era liberal y monárquico. Cada vez que disputaba un partido en Lisboa, el Real Madrid en pleno visitaba en Villa Giralda al Conde de Barcelona

Actualizada 04:09

Hoy me da por escribir y recordar a un español universal que dejó como única herencia la honradez y la decencia. Pasaron por sus manos decenas de miles de millones de pesetas, y ninguna de ellas, aterrizó distraídamente en su bolsillo. Se llamaba Santiago Bernabéu de Yeste, y fue el gran presidente del Real Madrid.

Pocos días después de ser inhumado junto a su madre en el cementerio de Almansa, se reunió en la Sala de Juntas del Estadio Bernabéu la Junta Directiva. Ahí estaban Luis De Carlos, Raimundo Saporta, Antonio Calderón y Agustín Domínguez, entre otros. El primer artículo del Orden del día se solventó con rapidez. Regalar a la viuda de Bernabéu, doña María Valenciano, un aparato de televisión en color. Don Santiago no pudo comprárselo. Pero los directivos cumplieron con su palabra dada al fallecido presidente. Le regalaron la televisión en color a pachas y de sus bolsillos particulares, sin tocar ni una peseta de la tesorería del Real Madrid.

Eran otros tiempos. Me tranquiliza que el presidente del Real Madrid de hoy, sea un empresario de éxito con una inconmensurable fortuna personal. Se puede estar o no de acuerdo con sus decisiones, pero no necesita meter mano en la caja ni percibir comisiones oscuras para sobrevivir. Es cierto que el Real Madrid le ha abierto las puertas en todo el mundo para ampliar su negocio, pero ese aprovechamiento colateral es legítimo.

Bernabéu convirtió el campo de Chamartín en uno de los estadios más grandes del mundo. El contenido era digno del continente. La taquilla era el ingreso fundamental de los clubes de fútbol, y Bernabéu consiguió reunir a los mejores jugadores para conformar el mejor equipo de todos los tiempos. Se atrevió a contratar con 30 años y veinte kilogramos sobrantes de peso a Ferenc Puskas, que llegó hasta los 40 años vestido de blanco. Qué delantera. Kopa, Rial, Di Stéfano, Puskas y Gento. «La Saeta ha puesto la mitad del cemento del Estadio». Como buen manchego, era aficionado a los ojeos de perdices. En una cacería en El Toconar de Fernando Frías, que sería años más tarde el socio número 1 del club, acompañando de morralero a mi padre, tuve la suerte de conocerlo. Decía que René Petit había sido, incluso, mejor que Di Stéfano. Y que el Real Madrid tenía otra delantera tan letal y magnífica como la anteriormente registrada. Saporta, Muñoz-Lusarreta, Antonio Calderón, Agustín Domínguez e Ignacio Méndez de Vigo. Directivos y gerentes. «Un buen presidente tiene que rodearse de personas mucho más inteligentes que él».

Cuando el Real Madrid carecía de recursos, le pedía préstamos a Muñoz-Lusarreta. 

–Paco, necesitamos ocho millones para completar el fichaje de Amancio. 

Y Muñoz-Lusarreta los prestaba sin intereses. Don Santiago fue fundador, junto al diario «L´Equipe» de la Copa de Europa. Ya en decadencia el gran Alfredo Di Stéfano, hizo lo contrario que el Barcelona con Messi. 

–Alfredo, te puedes quedar de por vida y en el puesto que elijas en el Real Madrid. Pero hay que dejar paso a la juventud. 

Don Alfredo se enfadó y jugó un par de temporadas en el Real Club Deportivo Español de Barcelona.

Bernabéu era liberal y monárquico. Cada vez que disputaba un partido en Lisboa, el Real Madrid en pleno visitaba en Villa Giralda al Conde de Barcelona. 

–Quiero vivir para ver de nuevo a un Rey en España. 

Lo vio. En 1978 cumplió su último servicio al Real Madrid. Con su cáncer desbocado, viajó acompañado de Molowny y Santisteban hasta Colonia para presenciar un partido entre el Colonia y el Borussia. Santisteban tenía que seguir a Bonhoff del Colonia, que terminaría en el Valencia, y Molowny a Simonsen del Borussia, que terminó por ser fichado por el Barcelona. Terminado el partido, sentados en el palco, les pidió sus impresiones de los dos jugadores. Fueron positivas. Entonces, a su manera, les dijo. 

–Sois unos zoquetes. Parece mentira que habiendo sido tan buenos futbolistas no tengáis ni puta idea de fútbol. Bajad a la puerta de los vestuarios y contratad al cabrón del Bigotes, que ése sí que vale. 

El Bigotes se llamaba Stielike.

Falleció poco antes de iniciarse el Mundial de Argentina. Dejó de herencia a su compañero de pesca su barca «La Saeta Rubia». Su mujer vivió los pocos años de viudez modestamente, siempre ayudada por detrás y en silencio, por los amigos directivos de don Santiago. Pasó sus últimos años disfrutando de la televisión en color. Fue el más grande presidente del club de fútbol más importante de la Historia. Y murió como nació. Sin nada. 

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