El dolor de una Infanta de España
Ella jamás abandonó a su marido. Cuánto más fácil hubiera resultado para todos si se hubiese separado de Iñaki Urdangarin. No sólo no lo hizo, sino que se equivocó al enfrentarse a su hermano el Rey por el Ducado de Palma
El pasado miércoles, 19 de enero, publiqué aquí un artículo sobre lo que cabía suponer tras la publicación de unas fotos en las que Iñaki Urdangarín aparecía paseando por Anglet (no por Bidart, como se dijo) de la mano de una señora que no era su mujer. Lo que cabía imaginar se ha confirmado hoy con el escueto informe de la Infanta y su todavía marido: su unión está finiquitada después de todo lo que ella dio por esa unión.
A lo largo de mi vida, y en especial durante los diez últimos años, he escrito varias veces artículos duros contra la actitud de la Infanta Cristina. Siempre lo he hecho desde la más profunda lealtad, porque mis mayores me enseñaron que la cortesanía es la antítesis de esa lealtad que debe ser primordial. La critiqué, principalmente, cuando decidió anteponer su matrimonio a las necesidades de la Corona española. O lo que es lo mismo, a su familia. Como pasa con tantos matrimonios en que uno de los cónyuges se enfrenta a los de su sangre por defender a la persona con la que ha escogido compartir su vida. El problema es cómo se plantea ese distanciamiento de tu familia de nacimiento.
La Infanta Cristina pertenece a la primera generación de la Familia Real que ha tenido libertad para casarse sin tener que renunciar a ningún privilegio por no escoger consorte en un número muy limitado de candidatos. Ese consorte generó múltiples problemas a su mujer y a toda la Familia Real española y acabó condenado a pena de cárcel. Hizo también que la Infanta Cristina tuviera que sentarse en el banquillo de los acusados. Pero ella jamás abandonó a su marido. Cuánto más fácil hubiera resultado para todos si se hubiese separado de Iñaki Urdangarin. No sólo no lo hizo, sino que se equivocó al enfrentarse a su hermano el Rey por el Ducado de Palma. Error que viene del reinado de Don Juan Carlos. El Rey de la Concordia no tenía que haber dado un título ducal a sus hijas, Infantas de España. Ese título debían haberlo recibido sus yernos al casarse. Lo de dar ducados a las Infantas, eso sí, es una herencia del franquismo. Cuando se casaron las Infantas Pilar y Margarita, hermanas de Don Juan Carlos, sólo eran Infantas en el sentir de los monárquicos españoles. No en la legalidad vigente. Y Franco reconoció los títulos que les dio el Rey del exilio, Don Juan. Cuando se casó Doña Cristina, era Infanta según la Constitución. Qué fácil hubiera sido quitar un ducado a Iñaki Urdangarin. Qué duro fue para el Rey quitárselo a su hermana para que no lo manchara su cuñado.
La Infanta Cristina ha dado todo por su marido, pero como en tantos otros matrimonios, eso no ha bastado y todo parece indicar que la crisis del matrimonio es grave. Ésta será la hora dolorosa en que habrá reflexionado una y otra vez sobre lo que ella hizo por él. Cómo su apoyo a su marido pudo dañar a la Corona, es decir, dañar a España: lo último que quiere hacer un miembro de la Familia Real.
Y cuando llegan crisis así, el único consuelo son tus hijos y la generosidad de los miembros de tu familia original a los que te enfrentaste causando mucho daño.
Cuántas veces he recordado el día de 1997 en que se anunció el matrimonio de la Infanta Cristina e Iñaki Urdangarin. En el Telediario de las 9 de la noche Ernesto Sáenz de Buruaga hizo una entrevista a Juan María Urdangarin Berriochoa, padre del novio. Al preguntar el periodista a Urdangarin padre cómo veía el tener que empezar a tratar habitualmente al Rey, el viejo militante del Partido Nacionalista Vasco se apresuró a decir -yo creí percibir que en un tono un tanto despectivo- que «somos dos familias de moral muy diferente». Afortunadamente, cuando se ve el matrimonio de la Infanta Cristina, las palabras de su suegro se demuestran ciertas.