La farsa
Que Podemos vote junto a la organización empresarial, aliados naturales, es ciertamente un hecho histórico. Es una nueva versión del marxismo. La dictadura del proletariado aliada con la explotación capitalista
La aprobación de la reforma laboral, además de esperpéntica, ha sido probablemente irregular. Ha contado con el apoyo de Ciudadanos y de un voto, al parecer involuntario, de un diputado del Partido Popular que deshizo el empate. Esto no ha impedido la alegría estremecida de la vicepresidenta Yolanda Díaz ante éxito tan rotundo y trabajado. Eso sí que es asaltar el cielo. Por supuesto, se trata de otro hecho histórico. Que Podemos vote junto a la organización empresarial, aliados naturales, es ciertamente un hecho histórico. Es una nueva versión del marxismo. La dictadura del proletariado aliada con la explotación capitalista. Esto es, sin duda, transversal. Nada importa que el Gobierno se hubiera comprometido a derogar la ley del PP y haya hecho solo una leve y tibia reforma.
Nada hay tan difícil como descubrir la ideología de Pedro Sánchez. Es el mayor arcano de España. Pero ya anunció hace décadas Daniel Bell el final de las ideologías. Más él pensaba que morían para ser sustituidas por el éxito y la eficacia en la gestión. Pero no; mueren por desuso, inanición y olvido. Tener una ideología, como tener un pensamiento o una idea, es un extravagante arcaísmo. El eclipse de la ideología anunció la aurora del afán descarado de poder. El bien común no es sino el bien del Gobierno. Hay gobernantes que podrían conducir a su país a ingresar a la vez en la OTAN y pertenecer al Pacto de Varsovia, y estar al tiempo con Maduro y Garamendi, con Yolanda Díaz e Inés Arrimadas. Según convenga.
Es la política del esperpento y la farsa. El Consejo de ministros se va de cañas al callejón del Gato, y se mira complacido y satisfecho ante el espejo cóncavo. Es un Gobierno de principios. Veremos si tiene finales. La política en España necesita un Ionesco que la escriba. Algunos discursos parlamentarios parecen monólogos del Club de la Comedia. Isabel Celaá es nombrada embajadora de España ante la Santa Sede, que viene a ser algo parecido a designar a Serrano Súñer embajador ante la Unión Soviética. Una elección profundamente imaginativa.
Por algo decía el filósofo que la política es el imperio de la mentira. La política, no todos los políticos. Y lo es porque se trata de un pensar utilitario, y hacer de la utilidad la verdad es la definición misma de la mentira. Muchos políticos mienten casi sin advertirlo, como por instinto, como si se tratara de algo natural. En un súbito arrebato de sinceridad alguno podría formular así la esencia de su programa de gobierno: haré todo lo necesario, absolutamente todo, para conservar el poder. La ambición como programa político.
Nada de nuevo hay en esto. Ha sucedido en todas las épocas y las latitudes. Aquí y ahora nos limitamos a ser discípulos aventajados. Es la vieja contraposición platónica entre socráticos y sofistas. Los primeros entienden la política como el arte de formar buenos ciudadanos, es decir, la educación. Los sofistas, como la técnica de conquistar el poder y mantenerlo. En el diálogo Gorgias, uno de los interlocutores, el sofista Polo, argumenta en favor de la tesis de que el poder es un bien para el que lo posee y que, por lo tanto, el poderoso es feliz. Sócrates opone que solo es un bien si se utiliza para realizar la justicia y que es preferible padecer una injusticia a cometerla. Gorgias y Polo se burlan de Sócrates o, al menos, lo intentan. En esta farsa en que se ha convertido la plaza pública en España, nos tropezamos a cada paso con aplicados aprendices de Polo, aunque no falten del todo los socráticos. Pero Polo era, al menos, inteligente.