El Azteca
López Obrador es un montañés sin Montaña, un cántabro sin Cantabria, y un español sin España. Así ha salido de resentido y deshabitado de razón y mente
Aunque nació en Tepetitlán, Macuspana, Tabasco, López Obrador es un mexicano de anteayer. Su abuelo, José Obrador –del López no es necesario perder el tiempo con su origen–, nació en Ampuero, La Montaña de Cantabria, y emigró a México con 14 años con documentación falsa y escondido en un barril. De Cantabria emigraron a México mucho antes que el abuelo del fantoche de turno, muchos montañeses en busca de fortuna. Cuando volvían a sus raíces, construían una casona y plantaban una palmera, siempre que su retorno llegara acompañado de la fortuna. Aquí y en Asturias, y en las provincias vascas y en Galicia se les conoce por «indianos». Pero hubo otros muchos que viajaron a Andalucía para embarcarse y cruzar el charco, y en Andalucía encontraron su futuro. Son los «jándalos», los «jandaluces», que establecieron en las provincias de Sevilla, Cádiz y Huelva sus negocios de ultramarinos, tabernas y mesones.
«Echa vino, montañés/que lo paga Luis de Vargas», en un bellísimo poema de Fernando Villalón, ni una gota de sangre mexicana corre por las venas de López Obrador. Se trata de un español desclasado y abrumado de complejos y errores. Su aspecto es de español norteño, de pescador de Santoña o San Vicente de la Barquera, ganadero del Pas o de Valdáliga, incluso de segundo jefe de la policía municipal de Cabezón de la Sal o de Unquera. Blanco y apuesto. Los aztecas, de haberlo encontrado entre las huestes al mando de Hernán Cortés, lo habrían torturado, ofrecido a sus dioses y finalmente merendado con la ayuda de alguna ocurrencia picante para aliviar el mal sabor de su carne. López Obrador es un mexicano muy reciente metido en el cuerpo de un español antiguo, probablemente hidalgo –hijo de algo–, como son la mayoría de los montañeses. Pero se trata de un hidalgo traidor, y por ello, un hijo de nada. Su abuelo tuvo más mérito.
Cuando nació López Obrador, en México se vivía muy bien. No imperaban los aztecas, usaban un idioma con el que se entendían con quinientos millones de personas dispersas por el mundo, y la sociedad se conducía por la fe, los adelantos y las humanidades de la civilización cristiana. México era una nación inmensamente rica, sin apenas clase media. Los descendientes de aquellos españoles que llegaron a México, siglos antes que el abuelo de López Obrador, conformaban la clase alta. Y la diferencia de clases no la impusieron los españoles, sino los descendientes de los españoles que despreciaron durante siglos a los nativos del país. En los últimos años, más de seis mil empresas españolas se han establecido en México. Lógicamente, para ganar dinero, crear decenas de miles de puestos de trabajo, pagar sus impuestos y colaborar con el equilibrio social y económico mexicano. López Obrador pretende que las empresas españolas, las de su origen hasta hace cinco minutos, se instalen en México para perder dinero. El gran problema de México es que lleva más de un siglo en manos de Gobiernos corruptos que han robado a manos llenas los recursos y los beneficios mexicanos. Y eso no lo han robado los españoles. Se lo afanaron muchos descendientes de españoles y europeos, y entre ellos, los López Obrador.
López Obrador dice tantas tonterías que parece un dirigente de Podemos. Quiere sentar en el banquillo a Fernando de Aragón, Isabel de Castilla, Juana de Castilla, Felipe el Hermoso, Carlos I y Felipe II. Y también a Hernán Cortés, que es su máxima obsesión. No hace falta ir tan lejos. En el virreinato, Isabel I decretó que los nativos tuvieran los mismos derechos que los españoles. México no se ocupa con diez, veinte o cien carabelas. Los españoles llegaron a las cumbres, los llanos y las selvas por medio del mestizaje. México es una nación mestiza, pero sus presidentes son europeos, blancos, españoles, y ahí se mueve el complejo de inferioridad de López Obrador. Odia a España porque ningún antepasado suyo llegó a México acompañado de la épica. Un barril como escondite y unos papeles falsificados nada tienen que ver con la estética del heroísmo.
López Obrador es un montañés sin Montaña, un cántabro sin Cantabria, un español sin España y un íntimo amigo de Miguel Ángel Revilla. Así ha salido de resentido y deshabitado de razón y mente. Pero cuando deje de ser presidente de México, logrará lo mismo que sus antecesores. Será millonario. Y del barril a los millones media un profundo barranco. Que se calle y los disfrute.