De acuerdo, ¡pero fuera!
Casero, y deploro escribirlo, es un político inservible. Y se tiene que ir a pesar del cariño que le profesan su presidente y su entrenador
En el último segundo de la prórroga de la final de la Liga de Campeones, el árbitro y el VAR coinciden en su criterio y señalan la pena máxima contra el equipo favorito. El partido está empatado. Por otra parte, el árbitro, que la ha tomado con el portero del equipo favorito procede a expulsarlo y se inventa una nueva regla. Se lanzará el «penalti» con la portería sin portero. El júbilo se apodera del equipo aspirante. El entrenador, López Egea, elige a su futbolista preferido para lanzar el «penalti» a puerta vacía. El elegido es el delantero Casero, un experto goleador. El árbitro sopla por el pito, Casero toma carrerilla, y en lugar de golpear suavemente con el pie derecho el balón, pega un chupinazo. El esférico aterriza en el segundo anfiteatro.
–Estoy desolado por haber fallado el lanzamiento a puerta vacía –reconoce el delantero Casero. En la tanda de «penaltis», el equipo favorito gana, a pesar de tener como portero al defensa Kokolowsky, lesionado en el muslo derecho. Gran consternación en el equipo perdedor. Al día siguiente, se reúne el presidente del Club, señor Casado, con el entrenador, señor López Egea y el petardo de Casero, el que falla las penas máximas a puerta vacía, y deciden mantenerlo en el equipo. Parte de la afición, la más educada, no entiende que no sea expulsado de la plantilla. Otra, la menos formada, insulta a Casero con dureza y sin misericordia. Y en el partido siguiente, Casero es alineado y salta al terreno de juego de titular, como si no hubiese sido el protagonista de la catástrofe.
Lamento profundamente el aluvión de insultos que ha soportado Casero por equivocarse de botón. Pero ese lamento no me obliga a tomar 3.000 gin tonics con él, como ha escrito el misericordioso Salvador Sostres, al que siempre leo en ABC porque me parece un valiente columnista y el que mejor domina el guirigay separatista catalán. Observando detenidamente los botones de la equivocación, deduzco que Casero tiene que ser daltónico. El «sí» es muy verde, verde que te quiero verde, verde bosque y verde prado, verde brillante, inconfundible. El «no», botón que pulsó Casero, es rojo carmesí, rojo comunista, más rojo que los odios acumulados de Zapatero, Sánchez, Iglesias, la Montero y Díaz, un rojo de pleno rojerío. Inconfundible. Y el botón de la abstención es amarillo anaranjado, como el oro, como una puesta de sol en Cádiz, como la camiseta del Villarreal, inconfundible. Por otra parte, un invidente no se habría equivocado. De izquierda a derecha, el botón afirmativo es el primero de la izquierda, el negativo el que se sitúa en la mitad de la hilera, como los jueves en la semana, y el de la abstención el más escorado a la derecha. Se palpan los botones, se elige el primero de ellos, y con los ojos cerrados, se vota bien, sin confusiones, excusas ni vainas.
Lamento profundamente los insultos y los desprecios personales que ha padecido, soporta, y sufrirá en el futuro el señor Casero. Pero no entiendo que no haya sido expulsado, o invitado a dimitir, de su escaño y cargo en el Partido Popular. Ha tirado el «penalti» con la portería vacía y le ha roto la nariz a la señora que se hallaba en la fila 3, Fondo Norte, Vomitorio 8 del Segundo anfiteatro.
Casero, y deploro escribirlo, es un político inservible. Y se tiene que ir a pesar del cariño que le profesan su presidente y su entrenador.