Un PPatio de colegio
Casado ha hecho bien en plegar velas rápido, pero su espectáculo ahí queda…
En esta pelea de egos y ambiciones por mandar en el PP, que es de lo que realmente iba la reyerta, ni Casado ni Ayuso están libres de mácula. Ella llevaba meses viniéndose arriba, espoleada por su innegable éxito electoral en Madrid, y fabuló demasiado pronto con convertirse en califa en lugar del califa. Le faltó un puntillo de lealtad y debió sujetarle la brida a MAR, que es un estratega-fontanero brillante, tal vez el mejor, pero al que de tarde en tarde se le va la pinza. En cuanto a Casado, ha manejado esta crisis con más testosterona que paciencia, mal aconsejado por un secretario general que ha mostrado el tacto de un elefante jugando al hockey en un salón de té.
Pablo e Isabel, antaño amigos, aparcaron el sentido común cegados por la hemoglobina y el hambre de poder. Olvidaron que se lanzaban a una pelea de la que nadie podía salir ileso: ella no es lo suficientemente fuerte para derrotar al aparato de Génova, ni los barones la secundan; y a él se le olvidó que ella es muchísimo más popular en la calle, donde jamás se le perdonaría laminarla (ni se entendería). Ambos eligieron un navajeo dialéctico alocado, inédito por su espectacular crudeza. Sánchez y Abascal comían palomitas muertos de risa viendo esta película a lo Richard Burton y Liz Taylor arrojándose sus miserias a la cabeza. Una guerra televisada en directo en el corazón de un partido que hasta esta semana -no lo olvidemos- iba por delante en las encuestas frente a Sánchez. Al PP madrileño –que no es todo el PP ni mucho menos– le dio por automutilarse. Ni siquiera los podemitas, por citar un abismo aberrante de nuestra política, se lían a garrotazos en público de esta manera. La primera regla de cualquier partido es que la colada sucia se lava en la caseta.
Derrapó el bando ayusista filtrando a la prensa el miércoles a la noche el supuesto intento de espionaje de Génova al entorno de Ayuso, porque ahí se activó la bomba. Pero se columpió todavía muchísimo más Casado acusando el viernes a la presidenta de Madrid -tal vez el mayor activo electoral de su partido- de tráfico de influencias en favor de su hermano y de falta de ejemplaridad; para luego, al día siguiente, concluir que todo está bien, aparcando el expediente que había anunciado a bombo y platillo. El viernes la crucifica en una radio y el sábado la indulta entre bambalinas. ¿Es serio? Casado ha perdido este capítulo de la liza.
El presidente del PP fue demasiado lejos en su entrevista con Herrera: «La cuestión es si es entendible que el 1 de abril, cuando morían en España 700 personas, se puede contratar con tu hermano y recibir 300.000 euros de beneficio por vender mascarillas», llegó a decir. Los hechos han demostrado que no acertaba. La cifra eran 55.000 euros, no 300.000. No se trataba de una comisión y el hermano no trató con la Administración, sino que fue un pago de una empresa, un acuerdo entre particulares. La acusación no estaba bien fundamentada, ni aportó prueba alguna. Casado venía a decir que Ayuso podría haber favorecido la contratación de su hermano, cuando lo cierto es que Tomás Díaz Ayuso no llegó a contratar con la Administración autonómica (simplemente prestó un servicio a una empresa que le pagó por ello, y muy bien, acorde a lo difícil que era conseguir mascarillas en aquel dramático momento). Tampoco midió sus palabras cuando citó como supuesta prueba contra Ayuso documentación filtrada por Hacienda, cuyo origen nunca acabó de aclarar. ¿No sabe un presidente de un partido de la categoría del PP que los datos de Hacienda son privados y que el hecho de que circulen por ahí vulnera las leyes? Al parecer estamos bastante verdes.
Además de retirar el expediente disciplinario; en un mundo ideal, Casado, que es una buena persona, debería presentar sus públicas disculpas a Ayuso (y a los simpatizantes del PP). Cometió un error inexplicable en un licenciado en Derecho: cargarse la presunción de inocencia al obligar a Ayuso a demostrar que no era culpable.
Al final, la solución de hacer de tripas corazón y enterrar el hacha de guerra, forzada con tino por Feijóo, era la única posible. Expulsar a Ayuso resultaba un delirio. Y pensar que Casado iba a dejar paso a un liderazgo alternativo, ciencia-ficción (no se conoce político con alto mando que renuncie a su silla solo porque lo cuestionen).
¿Y ahora qué? Pues sobrevivir a trancas y barrancas. Las heridas son profundas. Jamás volverán a llevarse bien, ni a cooperar de una manera saludable. El barro tardará un poco en sedimentar. Pero probablemente intentarán seguir adelante, cada uno en su parcela y sin mirarse. De vez en cuando saltará algún pinchazo. Pero imagino que ya habrán aprendido que de una guerra nuclear nadie sale vivo. Casado perderá algunos votos, que se irán Vox. Pero tampoco hay que enterrarlo por completo. Vivimos en la era de la gran aceleración digital, un carrusel de taquicardias constantes. Las noticias del siglo duran tres días y se solapan con la siguiente «noticia del siglo». Aún así, las televisiones al rojo vivo, que son casi todas, exprimirán hasta la última gota de zumo de este espectáculo e intentarán prolongarlo hasta las puertas de las elecciones generales.
La desgracia de esta tangana suicida es que Sánchez y su panda, el auténtico problema de este país, hoy lo tienen más fácil, porque España ha visto un PPatio de colegio y con su dirigente dando tumbos. A ver si maduran (y ya de paso, alguien podría meditar sobre si Teodoro al final suma o resta). Tienen que cerrar el circo y no volver a abrirlo en dos años.
(PD: ¿Si no hubo espionaje a Ayuso, porque dimitió Carromero? Eso está por explicar).