Ceguera de poder, morir matando y una víctima: España
Es difícil ver cómo se pueden reconciliar dos facciones que se han arreado de esta manera. Sánchez se parte de risa en Moncloa
Érase que se era un trío de jóvenes canteranos del PP, que emergían sin mácula en un tiempo en que el partido estaba enlodado por los casos Gürtel y Bárcenas. En Madrid se fogueaban el abogado Pablo Casado Blanco, hoy de 41 años, y la periodista Isabel Natividad Díaz Ayuso, hoy de 43. Lejos de las calderas genovesas, allá en Murcia, estaba Teodoro García Egea, un ingeniero de Telecomunicaciones, hoy de 37 años, prometedor profesor universitario y concejal en Cieza.
El tal Casado, diputado autonómico en 2007 y luego secretario de Pizarro y Aznar, era el que más despuntaba. Había sido promocionado por Rajoy como un soplo de aire fresco y elevado a vicesecretario de Comunicación del partido, donde se desempeñaba con un desparpajo locuaz y solvente. Por su parte, Isabel había optado por la vía de la política local, en concreto por el «aguirrismo», entrando en el equipo del consejero de Justicia y luego convirtiéndose en 2017 en viceconsejera con Cifuentes.
En julio de 2018 se celebra el congreso de relevo de Rajoy. Tras la nunca explicada espantada de Feijóo, que parecía el favorito, aquello se queda en un pulso entre Sorayita y Cospe. Pero, al profesarse ambas un odio antiguo y africano, se produce una carambola. A río revuelto emerge una cara fresca y sonriente, que se hace con el supremo sillón genovés: Casado (todavía sin barba, con camisas de cuellos redondos y con una relación amical con Ayuso). Todo líder de un partido necesita a su vera a un segundo correoso para los mamporros, los líos, las calderas, los maquiavelismos... Casado elige para esos rudos menesteres a Teo, que se viene a Madrid y se convierte en su guardaespaldas político.
Casado arranca su andadura alejándose de un marianismo de escasa fibra ideológica y girando un poco a la derecha. Su relación con Vox es cordial. Pero las elecciones de abril de 2019 lo pillan demasiado pronto y con Riverita en su apogeo. Catástrofe: el PP pierde 71 diputados, se queda en 66 y con Cs pisándole los talones. Siete meses después, en las generales de noviembre de 2019, Casado mejora, recupera 23 escaños por el hundimiento naranja y se queda en 89. Es un resultado que le permite sobrevivir.
A partir de ahí, el presidente del PP se juega su cotización en las sucesivas elecciones autonómicas. La enésima mayoría absoluta de Feijóo le da oxígeno, pero el resultado en el País Vasco es malo y el de Cataluña, catastrófico: el PP se queda en tres escaños mientras Vox sube a once. El liderazgo de Casado comienza a ser cuestionado. ¿Y quién lo saca del hoyo? Isabel Ayuso, que ante una celada de Cs y Aguado le echa arrojo, convoca elecciones anticipadas contra el propio criterio de Génova y barre en Madrid, devolviendo el optimismo al PP (es revelador que Casado asoma raudo al balcón de Génova para aparecer a su lado en la celebración de la gran victoria).
Y a partir de ahí comienza a cocerse el cisma. Ayuso se convierte en la única política española con estatus de estrella del rock. La vitorean por la calle, le piden selfies. Es mucho más popular que el líder del partido. Ella se lo cree y alentada por su brillante Rasputín, Miguel Ángel Rodríguez (MAR), empieza a fabular con moverle la silla a Casado. Comienza a dar pasitos para ir posicionándose, como montar un lío con un tema menor: adelantar un congreso regional que en realidad a nadie importaba, pero que le permite marcar perfil frente a Génova.
Todas las formaciones políticas tienen algo de tanque de pirañas. Ya lo decía el gran cínico Andreotti: hay enemigos y luego algo muchísimo peor, «compañeros de partido». Cuando ocurrían este tipo de envites internos, el viejo Mariano, que era muy largo, optaba por la callada, el don tancredismo y hacerse un poco el tonto. Egea, torito bravo, prefiere sin embargo ir a la guerra contra Ayuso (recordemos: la política más admirada a pie de calle). Así que va y no se le ocurre nada mejor que llamarla a capítulo, demandándole que detenga su campaña de autopromoción so pena de que Génova podría revolver con lo de su hermano (unas habladurías que circulan por la corte y desde el podemismo acerca de que Tomás Díaz Ayuso habría cobrado una comisión opípara por una venta de mascarillas a la Comunidad de Madrid durante la primera ola).
Poco después, aparentemente el conflicto se desinfla bastante. Pero los iniciados comentan que el ayusismo estaba en un nuevo cálculo: si Mañueco perdía ante el PSOE en Castilla y León, el mismo lunes plantearían que el partido no funcionaba y que era tiempo de relevar a Casado y optar por un nuevo liderazgo.
Sin embargo Mañueco gana los comicios, aunque sea con una victoria sin lustre. Esa operación queda abortada. Pero surge un plan B: sacar a la luz la especie de que Génova habría intentado espiar los negocios del hermano de Ayuso mediante un detective contratado a través del Instituto de la Vivienda del Ayuntamiento de Madrid. Curiosamente, esa noticia la publican a la par dos medios a las nueve de la noche del miércoles 16 de marzo. ¿Quién ha filtrado esa información y ha dado el OK para publicarla? Génova señalaba a primera hora del jueves al fontanero en jefe de Ayuso, MAR, que lo niega. A última hora del día ambas partes señalaban más bien al propio Ayuntamiento de Madrid, aunque a priori no tenía un móvil claro para levantar la liebre. En esta crisis es difícil elegir a quién creer. No sabemos todavía muchas cosas a ciencia cierta. Por ejemplo: ¿por qué dimite Carromero a la tarde si por la mañana Almeida había dicho solemnemente que no hubo contacto con el detective desde la oficina municipal? Por su parte, el detective asegura que sí lo contactaron desde el PP.
¿Cómo despierta el Partido Popular en la mañana del jueves? La cordura política habría recomendado una aparición conjunta de Casado y Ayuso declarándose apoyo mutuo y llamando a la unidad, con una cabeza decapitada en cada bando como ofrenda en el altar de la paz. Pero en lugar de esa solución pactista, Ayuso sale enojada a acusar a Casado de calumniarla, señalando incluso que la amenazó con material filtrado ¡por la Moncloa! Acto seguido, a las tres de la tarde, aparece Egea haciendo lo mismo contra Ayuso, acusándola de calumnias y comunicando que le han abierto un expediente y una investigación para sopesar si la llevan a tribunales.
El disparate total. Guerra abierta, con los dos bandos despanzurrándose ante las cámaras. Ceguera de poder y un frenesí de ira que los lleva a morir matando.
Sánchez, un presidente que está minando el futuro de España, se ríe a placer en la Moncloa (si adelantase elecciones mañana mismo, con Podemos a la baja y el PP dando este espectáculo, las ganaría sin problemas). Vox ya está sacando el champán de la nevera. El PP tiene muy difícil encontrar una cura rápida. Los dos bandos han disparado demasiados dardos de curare. Y además, Casado ha cometido tres errores de bulto: 1.-Abrir una guerra contra una política que tiene mucho más apoyo popular que él. 2.-Acusarla de algo muy grave sin aportar pruebas (al revés, le piden a ella que demuestre su inocencia, una aberración jurídica). 3.-Atarse a Egea, un político que no goza del afecto del público. El disparate final ha sido expedientar a Ayuso antes de tener una prueba firme (y ya no digamos lo que supondría ya expulsarla).
También había serios nubarrones sobre la presidenta. ¿Por qué no conminaba a su hermano a que mostrase la documentación fiscal que aclarase si cobró una comisión y si fue limpia? Se zanjaría el debate al minuto. Finalmente lo hizo a través de sus consejeros, que han facilitado en la mañana del viernes el importe de la comisión de intermediación de Tomás Díaz Ayuso: 55.850 euros (frente a los 286.000 que había apuntado Casado en su entrevista matinal con Herrera, disparando al parecer sin mirar bien la realidad contable de los hechos). ¿Ha sido el bando de Ayuso -léase MAR- tan astuto y maquiavélico como para dejar que Génova se cebase contra la presidenta mientras ellos guardaban los documentos exculpatorios para esgrimirlos en el momento propicio?
La salida natural sería que los dos bandos diesen paso a un liderazgo alternativo. El más fácil, Almeida, que ya ha tenido la inteligencia táctica de ponerse de canto entre Ayuso y Génova.
Y disculpen la extensión, pues la brevedad es la cortesía de todo escribiente, pero House of Cards no se puede resumir en tres párrafos.