Como si fuéramos tontas
Hay millones de españolas que decimos no, a riesgo (o a mucha honra) de que se nos prive del paraíso feminista y tengamos que trabajar sin regalías públicas, como hemos hecho siempre
«Eres cocainómana, mala madre e hija de p…» Esta honda reflexión feminista la firmó Isa Serra, que fue procesada por insultar de esa guisa a una policía en un desahucio en Lavapiés. Sin quererlo, cinceló con su lengua el pensamiento del nuevo feminismo que criminaliza a los hombres, sitúa en los pechos de una mujer su seña de identidad o santifica el medro conyugal femenino para llegar a una poltrona.
El desparpajo de Serra contra una profesional de los cuerpos de seguridad es inversamente proporcional al valor que derrocha cuando el macho presidente del Gobierno toca a rebato para que el gallinero feminista de Podemos no le chiste sobre la guerra de Ucrania. El eres «un partido de la guerra» de Belarra desembocó en un «sí bwana», «lo que mande el presidente», «pida por esa boquita, señor Sánchez» para mantener silla y nómina. No me nieguen que en boca de Serra no fue especialmente ridículo y claudicante negar la evidencia de que ella y las suyas son el vergonzoso quintacolumnismo de Putin, un defensor de la mujer de amplio espectro.
Ayer Isa Serra se echó a la calle y a falta de una mujer trabajadora a la que insultar, se dedicó, como sus amiguis del chiringuito subvencionado, a celebrar un feminismo que es un auténtico chiste si no fuera por lo caro que nos cuesta: 20.000 millones de euros cayeron ayer para la desquiciante algarabía que encima este año se ha dividido en dos, para satisfacer a las podemitas y a las militantes de orden seguidoras de Carmen Calvo.
¿Qué feminismo reivindican? ¿El que defiende Putin y que pone en práctica con sus putinas y con la nula presencia de la mujer en su politburó? ¿El que deja tiradas a las mujeres ucranianas? ¿El que mira para otro lado cuando se viola, maltrata y encarcela a las venezolanas? ¿El que borra la identidad de la mujer en un género fluido? ¿El que defiende los vientres de alquiler? ¿El que aboga por elegir el género en un simple acto administrativo? ¿El que se aprovecha del poder del marido para conseguir un puesto en el Consejo de Ministros? ¿El que permite a las menores abortar sin el consentimiento paterno? ¿El que usa a una asesora como niñera? ¿El que calla cuando el macho alfa esconde el móvil de otra mujer en una actitud paternalista bochornosa? Pues esto es hoy el 8-M en España, una farsa para tapar la guerra interna en el Gobierno, como hace dos se usó para maquillar los estragos de la pandemia, convirtiéndose en la gran infamia del feminismo progre.
Por eso, hay millones de españolas que decimos no, a riesgo (o a mucha honra) de que se nos prive del paraíso feminista y tengamos que trabajar sin regalías públicas, como hemos hecho siempre. Y una duda final. Tres años después de alcanzar el poder, ¿en qué nos han beneficiado estas feministas de salón a las mujeres en general; a las autónomas a las que Escrivá asfixia, a las madres sin conciliación familiar, a las paradas que no pueden pagar la luz, a las empleadas que han tenido que dejar el coche en casa porque no pueden llenar el depósito o a las maltratadas cuyo calvario no solo no ha menguado sino que aumenta años tras año? Este es el feminismo tramposo que se paseó por las calles de España con el no a la guerra de estandarte. Como si fuéramos tontas.