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Pecados capitalesMayte Alcaraz

Episodios sanchinales

Esa inmoralidad, y el hambre y el frío, generados no solo en Siberias lejanas sino en despachos cercanos, será el epílogo dramático del sanchismo

Actualizada 04:00

A Rociíto le ha salido una dura competencia. En la orgía de plagios y mentiras en que ha convertido su presidencia Pedro Sánchez, solo faltaba una superproducción inmortal que reflejara la inmensa suerte que hemos tenido los españoles de encontrar la quintaesencia del buen gobernante. La hija de la Jurado lloraba las tropelías de Antonio David y el marido de Begoña Gómez lo hará por culpa de las fuerzas del mal que no le dejan gobernar como sólo él sabe hacerlo: Franco, Cuca Gamarra, la ultraderecha, la covid, las belarras y ahora Vladimiro, un psicópata devenido en comodín al que el presidente estelar de La Moncloa endilga las penurias que sufren los españoles.

Ya estoy viendo a Sánchez recorrer los salones monclovitas que antaño sirvieron para solemnizar pactos históricos y que vieron envejecer a anteriores presidentes por el peso de la púrpura, transformados en un plató de televisión. Luces, cámara y acción, a mayor gloria de un actor que se cree George Clooney y no pasa de secundario de telenovelas venezolanas con Zapatero de road manager. Contará cómo ha sufrido plagas bíblicas que no creeríamos y cómo los antipatriotas de la derecha le han abandonado a su suerte. Suerte que ni en doña Manolita: presidente por moción de censura torticera, rodeado del Gobierno más grueso de Europa, 22 ministros de los que solo se salvan cuatro, más de 1.200 asesores y chequera para pagar fiestas feministas mientras la inflación va camino de los dos dígitos y los españoles a punto de resucitar a Abundio, que vendió el coche para comprar gasolina.

Si no es mucho pedir, me gustaría que el protagonista le mostrara al estupendo realizador Curro Sánchez Varela, autor de los episodios sanchinales de los que pronto gozaremos, el colchón donde duerme en La Moncloa. Ahí empezó todo. Ya saben que mientras Aznar en su debut se ponía al día sobre las pellas que le dejó Felipe con las pensiones o Rajoy estudiaba, al llegar al poder, cómo conjurar la amenaza de los hombres de negro reclamados por los dislates de Zapatero, Sánchez reconoció públicamente que lo primero que hizo al aterrizar en la sede presidencial fue cambiar el colchón. Una medida higiénica que resultó toda una metáfora de su mandato: ni un roce con el ADN del PP, un partido leal con la Constitución, y cama libre para intercambiar efluvios políticos con lo más granado de los enemigos de España. A mí plin, yo duermo en pikolín.

Sánchez nos pronosticó antes de las elecciones que en ese colchón dormiría a pierna suelta, como lo haría el 95 por ciento de los españoles, porque nunca pactaría con Pablo Iglesias. Más de seis millones de votantes se lo creyeron, y solo tardó cuatro días en traicionarlos sentando al podemita en el Consejo de Ministros como indecente antídoto contra la modorra. Ese colchón es testigo de cómo este presidente solo ha contado ovejitas con el ronroneo un borrego-un voto, pero nunca ha contado, como manda Dios, los muertos inocentes de la pandemia, no fuese que le desvelaran. Esa inmoralidad, y el hambre y el frío, generados no solo en Siberias lejanas sino en despachos cercanos, será el epílogo dramático del sanchismo. Pero esto no saldrá en Netflix.

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