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HorizonteRamón Pérez-Maura

Un héroe cuyo consejo añoro tanto...

Él fue director adjunto de la CIA con cuatro directores diferentes, lo que daba una idea de quién era el que de verdad mandaba allí. El último de ellos fue George Bush, lo que después llevó a Walters a la primera línea de la política

Actualizada 17:01

Con el paso de los años, vamos perdiendo amigos. Es ley de vida. Los que más echamos en falta son los que estuvieron más próximos a nosotros. Generalmente íntimos amigos. Pero en ocasiones puedes haber tenido el privilegio de haber tenido mucho trato con alguien que fuera una personalidad deslumbrante en la escena internacional. Y en estos tiempos tan convulsos en que uno ha visto en el último año cuestionar mucho en Afganistán la labor de la CIA –donde fracasaron estrepitosamente– y elogiarla un poco en Ucrania –al anticipar lo que iba a ocurrir– he pensado mucho en un gran amigo del que el mes pasado se cumplieron veinte años de su muerte: el general Vernon A. Walters.

Walters llegó a ser director adjunto de la CIA y miembro de la administración Reagan, entre otras cosas. Era hijo de una familia de clase media. Su padre –que le llevaba 55 años– fue un agente de seguros de origen británico, destinado en varios países, cuyos idiomas fue aprendiendo Vernon de oído y de forma expedita. El padre hizo un pequeño capital que después invirtió mal. Con 17 años Vernon tuvo que ponerse a trabajar en la compañía de seguros de su padre, aprovechándose de sus idiomas para atender a inmigrantes latinos en Nueva York. Para él, como para tantos, todo cambió en la Segunda Guerra Mundial. Se alistó como voluntario e hizo una carrera espectacular, basada en su facilidad con los idiomas. Ya sabemos que una persona que habla tres idiomas es trilingüe, uno que habla dos es bilingüe y uno que sólo habla uno es norteamericano. Walters hablaba siete: inglés, francés, alemán, italiano, portugués y español además de un poco de árabe. Eso le llevó a ser asistente de presidentes como Franklin D. Roosevelt o Dwight D. Eisenhower antes de que llegasen a la Casa Blanca. También con Harry Truman cuando ya era presidente. Trató en mayor o menor medida a todos los presidentes de los Estados Unidos que van de Roosevelt (1933-45) a George Bush (1989-93). Fueron diez y para siete de ellos trabajó directamente. En el año 2000 le invité a codirigir conmigo en la Universidad Internacional Menéndez y Pelayo un curso sobre los últimos diez presidentes de su país coincidiendo con las elecciones presidenciales de ese año. Él contó su experiencia trabajando para siete de ellos.

Yo conocí a Walters en 1991. Darío Valcárcel me consiguió que el general, que a la sazón era embajador de Estados Unidos en la República Federal de Alemania, me concediese una entrevista. Ya había caído el Muro y se había reunificado Alemania, pero la capital todavía estaba en Bonn. Dos meses antes de la caída el 9 de noviembre de 1989, Walters declaró a la prensa local que el Muro caería mientras él fuera embajador. El secretario de Estado norteamericano, James Baker, descalificó ante los medios la opinión de su embajador. Walters se sentó a redactar su carta de dimisión y cuando estaba a punto de firmarla sonó el teléfono: «Dick, sé lo que estás haciendo. Ni se te ocurra». Era el presidente Bush.

02 Vernon Walters

Walters con el autor en la embajada de EEUU en Bonn el 16 de mayo de 1991

Poco a poco hicimos una gran amistad. Él fue director adjunto de la CIA con cuatro directores diferentes, lo que daba una idea de quién era el que de verdad mandaba allí. El último de ellos fue George Bush, lo que después llevó a Walters a la primera línea de la política. Con el presidente Reagan fue embajador en la ONU con rango de ministro y asiento en el Gobierno. Reagan puso las bases de la victoria en la Guerra Fría contra los antecesores de Putin, a los que él quiere imitar ahora. Walters jugó un papel inigualable en esa victoria. El presidente le encargó que dos o tres veces al año fuese a ver al Papa, san Juan Pablo II, y le llevara la información más detallada de la que dispusiera la inteligencia norteamericana sobre el movimiento de tropas y el armamento soviético. Él iba acompañado sólo por un ayudante militar, el comandante Lee Martiny y lo que allí se hablaba quedaba entre los tres. Ni el secretario de Estado vaticano lo sabía. La información que Walters dio al Papa fue decisiva para que san Juan Pablo II entendiera que la mal llamada «Guerra de las galaxias» era un instrumento imprescindible para derrotar a la Unión Soviética. Por algo quiso Moscú asesinarle.

Años después de su última misión en el Vaticano, Vernon Walters pidió ser recibido de nuevo en audiencia privada por Juan Pablo II. El Papa lo acogió presto y Walters le dijo que esta vez sólo le traía una sencilla y alegre noticia: tras los años de visitas al Papa, el comandante Lee Martiny había abandonado el Ejército de los Estados Unidos y estaba a punto de ser ordenado sacerdote.

Cuánto añoro en estos días la memoria de aquel gran general, católico sin ambages, solterón, pero seductor nato. Nunca perdió una batalla y fue decisivo en la victoria del mundo libre en la Guerra Fría.

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