Margarita: lo coherente es largarse de ahí
El tan cacareado «sentido de Estado» se prueba no aceptando ser cómplice de los desatinos de ese Gobierno ni un día más
María Margarita Robles Fernández, una juez de 65 años e ilustre trayectoria, es saludada como un faro de sensatez en medio de un Gobierno de sectarismo histriónico y donde hay ministros tardo adolescentes, que a duras penas sabrán atarse los zapatos.
Robles, hija de un abogado de León, estudió en esa ciudad con las teresianas y a los doce años emigró con su familia a Barcelona. Inteligente e híper responsable desde cría, su carrera como juez es brillante: número uno de su promoción, primera mujer al frente de una audiencia y la tercera en llegar al Supremo. Creyente católica y simpatizante del PSOE, aunque nunca afiliada, a los 37 años se pasa a la política como secretaria de Estado de Justicia e Interior en el cenagoso ocaso del felipismo. Hay que reconocerle que intentó limpiar el cieno de los casos GAL y Roldán. Pero no es menos cierto que aceptó embarcarse en aquella nave a la deriva, como haría más tarde con la balsa de la «Medusa» de Sánchez.
Haciendo uso de las discutibles puertas giratorias entre política y judicatura, tras la derrota de González retorna a su carrera judicial como si tal cosa. Llegan entonces veinte años más como juez, que la llevan al Supremo y al Consejo del Poder Judicial (siempre en la cuota «progresista»). Y en 2016, ¡nueva puerta giratoria!: número dos de Sánchez por Madrid, efímera portavoz parlamentaria del PSOE y por fin, ministra de Defensa.
Sentada en la misma mesa que Sánchez, Irene Montero, Ione Belarra y Tito Garzón, lógicamente Margarita parece una política aplomada, institucional y con dominio de la cosa pública. Incluso fue la única persona del Gobierno que en los momentos más dolorosos de la pandemia dio la cara en la morgue y osó citar la palabra «rezar», verbo que da alergia a un gabinete que exhala un rancio aroma anticlerical.
Pero cuando la ensalzamos solemos pasar por alto una incongruencia que emborrona su figura. Si Robles es la política con sentido de Estado que se nos vende, nunca debió haber incurrido en el error primigenio de embarcarse en un Gobierno que debe su existencia a una demencial alianza con los separatistas del golpe de 2017.
El Debate ha conseguido obligar al Gobierno a hacer público el expediente de los indultos. En una serie de informaciones exclusivas que han venido publicando Antonio y Julio Naranjo se da fe con documentos gubernamentales de la arbitrariedad absoluta de aquella decisión, que no fue sustentada en modo alguno. Pero Margarita, tras unos días de silencio y duda, tragó con la burla de los indultos y los apoyó. Margarita también tragó con la orden de retirar la fragata española «Méndez Núñez» cuando patrullaba por el Golfo Pérsico con una flotilla de EE.UU., torpe decisión que tuvo costes diplomáticos y comerciales para España. Y Margarita traga cuando los socios comunistas del Gobierno se muestran equidistantes entre Putin y la OTAN (o se alinean abiertamente con Rusia, como el secretario general del PCE, que es secretario de Estado con Sánchez). Y Margarita sigue tragando cuando el presidente del Gobierno pone al CNI a los pies de los caballos para postrarse genuflexo ante sus aliados separatistas. Es cierto que la ministra de Defensa ha defendido al CNI frente a Bolaños, pero no ha dado el paso coherente ante una crisis de este calibre: si tu jefe, Sánchez, está dejando vendidos a los servicios de inteligencia que dependen de ti, lo honorable es dar un portazo y abandonar el Gobierno de un mandatario capaz de actuar con semejante felonía.
¿Sentido de Estado? Puede acreditarlo muy fácilmente: abandone de una vez de un Gobierno fundado sobre una traición a España y que además ha pisoteado todas las instituciones del Estado, desde la Fiscalía a los servicios de inteligencia pasando por el CIS.
Resulta decepcionante ver a una juez que tiene su vida ya resuelta aferrándose de este modo a un puestecito en un Gobierno que se ha convertido en un problema nacional. La dignidad se ejerce, pues de lo contrario es solo un simulacro, una amable máscara, un quiero y no puedo.