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Vidas ejemplaresLuis Ventoso

Un pato cojo que chapotea de lío en lío

La legislatura ha entrado en sus minutos basura, con un Gobierno que hace aguas y un país que necesita elecciones generales

Actualizada 10:29

Pegasus es un software israelí que se fuma el derecho a la intimidad de las personas. Permite husmear sin barreras en los teléfonos móviles y fue vendido por dos empresas a numerosos estados. Según el consorcio de medios que destapó el caso, han sido vigilados mediante ese programa los dispositivos de 14 gobernantes y los de 34 diplomáticos, militares y políticos de alto relieve. Entre los señalados como supuestas víctimas aparecen, entre otros, Boris Johnson, Macron, Mohamed VI, el presidente de Sudáfrica y el primer ministro de Pakistán.

Pues bien, solo un Gobierno en todo el planeta Tierra ha salido a la palestra a presentarse entre pucheritos como víctima de Pegasus. Y lo da a conocer además casi un año después de los supuestos ataques y meses después de tener conocimiento de los hechos. En efecto, lo han adivinado: se trata del Gobierno de Sánchez. A un mes de acoger en Madrid la cumbre de la OTAN, se han lanzado a contar al mundo que el Gobierno de España es un coladero de seguridad, dejando por los suelos a nuestros servicios secretos. ¡Ole!

¿Y por qué lo hace? Pues no hay que ser Sherlock Holmes para deducir sus motivos. Con esta puesta en escena en pleno lunes de puente, Sánchez ha tratado de presentarse como víctima ante sus socios independentistas, que lo acusan con un victimismo estruendoso y teatral de haberlos espiado con Pegasus. La cantinela de lamentos del Gobierno independentista catalán, que en su día espió a los constitucionalistas a saco y sin despeinarse, se basa en un endeble informe de una universidad canadiense, que no aporta pruebas concretas y que fue instigado por una activista separatista. Pero Sánchez, que debe su colchón en la Moncloa a Junqueras, se ha humillado desde el minuto uno ante aquellos de los es rehén, dando su acusación por buena sin siquiera comprobarla. Ha llegado al extremo de dejar tirada a su ministra de Defensa, la única que les cantó cuatro verdades a los separatistas y defendió al CNI, de desprestigiar a la inteligencia española y de colocar a los más sañudos enemigos de España en el corazón de la comisión de secretos oficiales del Congreso.

Este estrafalario episodio del espionaje de ida y vuelta se suma a otros esperpentos de las últimas semanas, que reflejan que este Gobierno, que siempre ha sido muy flojo, ahora ya corretea abiertamente como un pollo sin cabeza. Previsiones económicas de tebeo, burocracia atascada, carencia absoluta de ideas, chapuzas diplomáticas, un Gobierno socialista rescatado en el Parlamento por el partido de ETA… Pero por encima de todo destaca el problema del desprestigio personal del presidente, al que nadie cree, pues él mismo se encargó de convertir su palabra en calderilla al esgrimir la mentira como un arma supuestamente aceptable en política.

Cuando Bolaños, con su gesto compungido y su trabajado despeinado de peluquería, salió a anunciar en rueda de prensa de urgencia que su jefe había sido espiado por Pegasus, millones de españoles recibieron la revelación con una risita irónica, o con un suspiro de hartazgo. Sánchez no resulta creíble como víctima, porque buena parte del público desconfía de entrada de todo lo que le llega del personaje. Los españoles, incluso muchos de los que todavía se sienten «progresistas», asocian automáticamente el apellido Sánchez a marrullería, trolas, cartas marcadas, promesas de cartón piedra. Líos.

El supuesto espionaje a Sánchez se produjo en plena crisis con Marruecos del año pasado. El país vecino ya fue señalado en su día como sospechoso de estar tras la intrusión en el móvil de Macron. Si al final se probase algún día que fue Marruecos quien espió a Sánchez, Robles y González Laya, algo que costará que se sepa, pues ni a las víctimas españolas ni al supuesto culpable les conviene airearlo, el presidente del Gobierno quedaría a la altura del betún por su patoso entreguismo ante el Reino Alauita.

Esta legislatura, que jamás fue boyante, ha entrado en sus minutos basura. El presidente, que transita de aquí para allá inflado de ego y con plumas de pavo real, es un pato cojo que chapotea de lío en lío. En realidad dedica el grueso de su esfuerzo a fabular con que todavía puede salvar las próximas elecciones a golpe de propaganda y esgrimiendo el gastadísimo espantajo de «o yo, o la ultraderecha», un latiguillo que ya no funciona.

Una pena que no podamos votar pronto para ahorrarle a España estos meses de Gobierno zombi, deterioro institucional y boquete contable. Pero Sánchez se aferrará a la poltrona hasta el segundo final, no lo duden, porque intuye lo mismo que todos nosotros: el señor tranquilo de la parroquia de Los Peares lo va a mandar a casa. A estas horas, en la Moncloa maldicen el día en que M. A. Rodríguez se cargó a Casado.

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