A «oltro» perro con ese hueso
A Mónica Oltra, como persona, le ampara la presunción de inocencia pero como política debería haber dimitido ya en coherencia con lo que ha exigido a sus adversarios
Monica Oltra representa el paradigma de la desvergüenza política, de la hipocresía estratosférica, de la incoherencia sideral, del impudor sin límites, del desparpajo insultante y de la cara dura berroqueña. También su formación política, Compromis, y el presidente de la Generalidad valenciana, Chimo Puig, son merecedores de los mismos calificativos si comparamos sus reacciones de ahora con lo que hacían y decían desde la oposición. Oltra no sólo no se va sino que responde a la petición de dimisión con un «'a oltro' perro con ese hueso».
La actual vicepresidenta de la Comunidad Valenciana fue una activista sectaria contra los dirigentes del PP en las Cortes de la comunidad y en los platós y estudios de las televisiones y radios afectas a la izquierda. Sobreactuó en intervenciones parlamentarias y en entrevistas vistiendo camisetas contra Paco Camps y Rita Barberá a los que pedía que dimitieran y se fueran por decencia política.
En 2009 se exhibió con una elástica con el nombre de Camps sobre la palabra «Wanted» y la frase «Preferentemente Vivo». Ese día, me recordó Camps, él estaba en Boston en un viaje de 48 horas para traerse a Valencia una sede permanente de la universidad Beerklee de música no clásica, la más importante y prestigiosa del mundo en ese cometido docente, y la salida de Alicante de la Volvo Ocean Race, la regata más ambiciosa del planeta, durante los siguientes 15 años.
La Universidad Beerklee lleva ya 10 años de enseñanza musical en la capital del Turia con estudiantes llegados de todo el mundo y la Volvo Ocean Race continúa partiendo todos los años del mismo y único puerto del Mediterráneo, el de Alicante.
Camps hizo un viaje relámpago a Boston y regresó a su comunidad con más economía, más empleo y, en definitiva, más valor añadido para Valencia mientras Mónica Oltra y la izquierda le vilipendiaban con perfomances políticas de dudoso gusto y exigían su dimisión.
La propia Oltra le dijo en sede parlamentaria que si a ella la imputaran algún día dimitiría y se iría a casa. Ha llegado el día y ahí sigue la desvergonzada. Camps, sin embargo, terminó dimitiendo como también lo hizo Rita Barberá, meses antes de morir, en medio de una presión mediática y política de la izquierda difícilmente soportable, a pesar de que el expresidente de la Generalidad, que lleva 9 causas judiciales archivadas, y la exalcaldesa de Valencia, nunca fueron condenados.
Ambos sufrieron la «pena de telediario» y a ninguno se le respetó la presunción de inocencia que ahora reclama para sí Monica Oltra y respalda Ximo Puig en otro alarde de incoherencia, habitual en la izquierda, que tiene su propia ley del embudo perfectamente engrasada para aplicársela a los demás por su parte más estrecha mientras reserva la ancha para ellos.
A Mónica Oltra, como persona, le ampara la presunción de inocencia pero como política debería haber dimitido ya en coherencia con lo que ha exigido a sus adversarios y en correspondencia con los estatutos de su propio partido que señalan la puerta de salida a los cargos públicos desde el mismo momento de su imputación.
La gravedad del caso también exige su salida de la política por haber ordenado, según el juez, ocultar los abusos sexuales de su entonces marido a una menor de 14 años, tutelada por su propia consejería, y por lo que fue condenado a cinco años de prisión.
Oltra, señala el auto de imputación, encubrió los abusos a la menor para proteger a su pareja y de paso también su propia carrera política como vicepresidenta de la comunidad. El caso es repugnante por los hechos juzgados a su exmarido e investigados sobre ella; por las mentiras con las que Oltra ha intentado ocultar la verdad durante años y por el silencio cómplice del feminismo sanchista y podemita que nunca amparó a la menor abusada.
Marta que ya es mayor de edad, debe ser para el feminismo de las señoras Montero, Díaz, Oltra, etc., una víctima de segunda clase, en ningún caso merecedora de apoyo e incompatible con el eslogan oficialista del «sí te creemos, hermana». Sin embargo, esta hermana las ha retratado perfectamente y puesto en evidencia su feminismo sectario y excluyente.