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El observadorFlorentino Portero

Victoria

Hoy Europa reacciona ante situaciones de distinto origen y naturaleza, pero lo hace sin un plan maestro, sin una estrategia que dé pleno sentido a sus actos

Actualizada 04:55

Los estados, como los individuos o las empresas, necesitan dotar a sus actos de sentido. Hacemos algo por una razón y con un objetivo. Cuando somos conscientes de que nuestro comportamiento no responde a razón sino a un conjunto de circunstancias que nos llevan de un lado para otro utilizamos expresiones como «perder el norte» o el símil clásico del «barco sin rumbo». Tengo la impresión, espero que equivocada, de que Europa se encuentra en estos momentos zarandeada por circunstancias de muy distinta naturaleza – los efectos de la globalización, del proceso inflacionario en curso y de la guerra de Ucrania – que han desbordado la capacidad de las autoridades nacionales y comunitarias para imponer una visión coherente a nuestro quehacer.

Sería injusto restar importancia a la situación que estamos viviendo. Es compleja en la medida en que se suman elementos distintos. Es inquietante porque somos conscientes de que los grandes cambios derivados de la Revolución Digital, la IV Revolución Industrial, están por llegar. Siendo todo esto cierto, la triste realidad es que hemos «perdido el norte». Hoy Europa reacciona ante situaciones de distinto origen y naturaleza, pero lo hace sin un plan maestro, sin una estrategia que dé pleno sentido a sus actos.

La aprobación de un documento de estrategia por parte de la Alianza Atlántica produjo un sorprendente alivio. En primer lugar, porque evitamos una crisis de la organización de seguridad, en sentido estricto de «defensa colectiva», más relevante. En segundo lugar, y no menos importante, porque nos aportaba una visión común, una guía para navegar por aguas procelosas que nos daba tranquilidad. Sin embargo, la crisis gubernamental italiana ha vuelto a recordarnos la fragilidad de ese acuerdo, un texto claro, bien escrito, pero que es sólo eso, un papel. Toca desarrollarlo y no va a ser fácil mantener la cohesión en el seno de cada uno de los parlamentos y de la propia Alianza. En el Kremlin están seguros de poder quebrarla.

El proceso de integración europeo ha sido el aporte de sentido para el Viejo Continente desde el fin de la II Guerra Mundial. Gracias a él hemos contenido a las fuerzas nacionalistas y radicales, hemos desarrollado políticas públicas dirigidas a garantizar nuestro bienestar, hemos vivido en paz disfrutando de un nivel de libertad y justicia nunca antes alcanzado. Sin embargo, la conjunción de la crisis de valores característica del entorno «postmoderno» y la crisis económica del 2008, la Gran Depresión, provocó una deriva tecnicista en la Unión de la que nos está costando salir. Los europeos de hoy no perciben la Unión por su proyecto implícito sino por su utilidad, en la medida en que es capaz de resolver problemas que por su magnitud escapan a las administraciones nacionales.

La guerra de Ucrania ha puesto en evidencia lo anterior. No fuimos capaces de prever. Peor aún, con el irresponsable comportamiento alemán alentamos al Kremlin a lanzarse a una operación militar de coste limitado. De nuevo tuvimos que pedir a Estados Unidos que nos sacara las castañas del fuego, cuando las autoridades de Washington nos habían advertido sobradamente de la gravedad de la situación y de su deseo de concentrarse en la contención de China. La Administración Biden improvisó una guerra económica, que en un clásico efecto boomerang se vuelve contra los miembros de la Alianza alimentando inflación y radicalismo. Ayudamos a Ucrania y hacemos declaraciones contundentes…, pero no sabemos qué queremos. Cuando hablamos de «victoria», ¿qué queremos decir? ¿Dónde está la línea que separa la victoria de la derrota? Estamos metidos en un conflicto bélico y no tenemos claro cuál es el objetivo final.

No conviene confundir los efectos con las causas. De nada vale tratar de sofocar los primeros si no nos ocupamos de resolver las segundas. Necesitamos recuperar el sentido de nuestro proyecto común para poder bandear con criterio las crisis y dificultades presentes y venideras. Los cambios de época nunca son fáciles de gestionar, mucho de lo conquistado en las últimas décadas va a ser cuestionado…, pero la vida sigue.

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