Los Acuerdos Abraham
Mientras continuábamos repitiendo mensajes anacrónicos, Israel y las muy conservadoras potencias del Golfo estrechaban lazos de seguridad frente al enemigo común iraní. Ni vimos venir sus consecuencias en la región ni, mucho más grave, en el Magreb
El presidente Biden ha visitado Riad a propósito de la reunión del Consejo de Cooperación del Golfo. Era un momento oportuno para reunirse con varios de los dirigentes árabes más destacados y tratar temas tan delicados como el compromiso de Estados Unidos con su seguridad o el esperado incremento de la extracción de hidrocarburos para reducir su precio en los mercados en un entorno inflacionario.
Era un trago desagradable, cuando no humillante. Como vicepresidente de Obama y durante el primer año de su presidencia Biden había trabajado para lograr un acuerdo nuclear con Irán, a pesar de que sus aliados en la región, tanto Israel como las potencias árabes, habían insistido en que sería imposible un acuerdo que no pusiera en peligro su seguridad. El tiempo les dio la razón. Más aún, el tiempo dio la razón a Trump, que aprovechó el malestar regional para facilitar el estrechamiento de vínculos entre Israel y el bloque árabe, que se expresó en los denominados Acuerdos Abraham. Más allá de la formalidad diplomática, la relación en temas de inteligencia, seguridad, defensa y comercio ha crecido de manera extraordinaria. Hoy el presidente de Estados Unidos se felicita de la obra de su predecesor, consecuencia de los errores cometidos al alimón por Obama y Biden. El propio Biden llamó «paria» al príncipe heredero saudí por ser el responsable último del asesinato de un opositor. Ahora tiene que humillarse ante él, ir a visitarlo, reconocer la necesidad de un vínculo estrecho… y rogarle que abra la espita del suministro de carburante. ¿Era inevitable cometer esos errores? ¿Tan difícil era comprender la realidad? ¿Tanto ciega la ideología?
La falta de criterio no parece exclusiva de los demócratas estadounidenses. ¿Cómo es posible que este cambio de posición no fuera previsto por nuestra diplomacia, empeñada en defender los frágiles acuerdos con Irán y distante de los Acuerdos Abraham? ¿Cómo es posible que hayamos estado financiando a entidades afines a grupos radicales palestinos durante años cuando los propios estados árabes marcaban distancias o los perseguían directamente?
La diplomacia española heredó del franquismo la «tradicional amistad» con el mundo árabe. Tan tradicional que nadie la conocía. El régimen buscaba votos para romper el aislamiento y en este caminó halló a los árabes. Nuestros diplomáticos la han defendido porque es un activo, cosa comprensible. Pero lo que no tiene sentido es mostrar solidaridad en temas que ellos han dejado de lado, no digamos el seguir financiando a entidades nada ejemplares.
Mientras continuábamos repitiendo mensajes anacrónicos, Israel y las muy conservadoras potencias del Golfo estrechaban lazos de seguridad frente al enemigo común iraní. Ni vimos venir sus consecuencias en la región ni, mucho más grave, en el Magreb. Nos sorprendió el reconocimiento norteamericano de la marroquinidad del Sáhara, cedimos de manera humillante con la penosa carta de nuestro presidente y volvimos a sorprendernos por la reacción argelina, como si el Gobierno de Argel tuviera otra opción más de devolvernos la afrenta que agujereando nuestros bolsillos.
¿Qué está ocurriendo en Occidente para que nuestras élites gobernantes comentan tantos errores? En cualquier caso, la vida sigue adelante, pero nosotros cada día contamos menos.