La inexplicable avería de Félix Bolaños
¿Cuál es el extraño resorte mental lleva a un español de éxito a traicionar a su país en una mesa con los separatistas?
Félix Bolaños, de 46 años, es el nuevo fontanero para todo de Sánchez tras la decapitación de Iván Redondo (gurú que llegó a creerse que mandaba, cuando sabido es que en el sanchismo no puede existir más sol que el del astro rey de Mi Persona). Según el CIS, el 43,9 % de los españoles no conocen a Bolaños, el ministro de la Presidencia, individuo de rictus hierático, gafas de pasta, ternos oscuros y trabajado despeinado de peluquería. Para ubicarnos: se trata de ese Wally que aparece con cara de palo en la foto de todos los incendios del Gobierno, que no son pocos.
Bolaños, un madrileño que se afilió al PSOE de veinteañero, fue el encargado de recibir esta semana en la Moncloa a los consejeros catalanes de la inenarrable «mesa bilateral» Cataluña-España. El ministro destila inquina cada vez que mantiene el más mínimo intercambio dialéctico con un representante del PP o Vox. Sin embargo, se deshacía en risas impostadas y zalameras con las consejeras del partido de Junqueras, cerebro del golpe sedicioso de 2017. Al concluir la reunión, Bolaños defendió muy ufano que a partir de ahora el Gobierno de España ayudará a los separatistas a perseguir el idioma español en Cataluña y que la justicia no actuará contra los independentistas (lo que le llaman «desjudicializar», y que en realidad consiste en prender fuego a los mimbres más básicos de un estado de derecho).
En resumen: para preservar los intereses de Sánchez, Bolaños acepta traicionar a su país, España, y plegarse a las exigencias de un partido que manifiestamente aspira a destruirla (ya saben, «lo volveremos a hacer»).
Los padres de Bolaños, Félix e Isabel, emigraron a Múnich a finales de los sesenta para buscarse la vida. El padre había salido de un pueblo toledano y la madre, de Madrid. Se conocieron trabajando en una fábrica alemana y se casaron. En 1973 deciden volver a España y tener aquí al que sería su único hijo, el brillante Félix. Se instalan en el barrio madrileño de Campamento y abren en Móstoles una tienda de plantas y piensos. Su hijo se forma en la escuela pública de esa Transición que tanto horroriza hoy al PSOE, y le va estupendamente. En la Complutense, su laboriosidad y buena cabeza lo convierten en número uno de su promoción de Derecho. Entra enseguida en un gran bufete, Uría, y de allí salta al Banco de España como letrado. Un figura. En 2014, en una fiesta del PSOE en Aluche, Bolaños está en el mostrador de una caseta de bocatas y birras cuando le presentan a un prometedor diputado socialista que sueña con llegar a secretario general. Es Sánchez. Arranca ahí su relación, que hoy continúa en la Moncloa.
La síntesis de su biografía refleja que a Bolaños y a su familia les ha ido estupendamente en España. Sus padres montaron con éxito un negocio. Él pudo destacar en sus estudios y en su carrera laboral. También ha triunfado en la política, pues ha llegado a ministro de su país. Además, el partido en el que milita es el que más tiempo ha gobernado España y sigue haciéndolo. Entonces, ¿cuál es la extraña avería interior que lleva a Félix Bolaños a ser capaz de vender a su país en el mostrador de los separatistas? ¿Por qué un madrileño se presta a ayudar a machacar la lengua española? ¿De dónde procede el rencor que destila esta persona de éxito hacia la historia reciente de su país, que lo lleva a auspiciar delirantes leyes de memoria de la mano de Bildu-ETA?
A España le ha fallado su pierna zurda. Tenemos la única izquierda de Europa que siente aversión a su propio país y prefiere aliarse con quienes lo odian. Una pregunta sencilla para el ministro: ¿Qué tal duermes, Félix? ¿No te remuerde ni un ápice la conciencia cada vez que tienes que vender a tu país para sostener un mesecito más a un político de la categoría moral de Sánchez?