La cansina «Era Queda Bien»
El entrenador del PSG ha osado hacer un chistecillo sobre el cambio climático, y se lo han comido, empezando por el Gobierno de Macron
A estas alturas, rara será la persona que no esté a favor de cuidar el planeta y que no asuma que la contaminación provoca daños medioambientales serios. El propio Papa Francisco dedicó al problema del cambio climático su encíclica «Laudato si. Sobre el cuidado de la casa común», publicada en la primavera 2015.
La contaminación es dañina y hay que combatirla, por supuesto. Como hay que luchar contra la desnutrición, la violencia y las guerras, las enfermedades, el maltrato a los niños y ancianos, la pobreza, la grosería, la incultura, las persecuciones religiosas; la subcultura de la muerte, que elimina a inocentes y desvalidos, los derechos de todas las personas (y sus deberes).
La humanidad tiene siempre retos enormes por delante. Pero la novedad con el cambio climático es que la izquierda, poco eficaz ante los problemas cotidianos de las personas y huérfana de banderas, lo ha convertido en una especie de seudo religión laica. Como vivimos en la cansina «Era Queda Bien» de la corrección política, el asunto medioambiental se ha elevado a tótem sagrado.
El PSG jugaba esta semana un partido en Nantes, a unos 400 kilómetros de París, y decidió viajar en avión. En la rueda de prensa previa, una periodista preguntó al entrenador, Christophe Galtier, de 56 años, por qué no iban en tren, a fin de evitar daños climáticos. El técnico, perplejo por la cuestión, le respondió con una chanza: «Esta mañana ya hemos hablado con la compañía que organiza nuestros viajes para viajar en un carro a vela». El chiste provocó la risa de Mbappé, la estrella del equipo, que comparecía a su lado.
Pues bien, casi se caen los muros de Francia ante lo sucedido. Tres ministros del Gobierno de Macron han salido raudos a criticar al entrenador y el futbolista por su poca conciencia ante el apocalipsis climático (cuando probablemente esos mandatarios y el altivo presidente galo no se apean del avión oficial). Greenpeace se ha manifestado frente al estadio del PSG. Anne Hidalgo, la alcaldesa de París, que se pegó un sopapo de espanto como candidata socialista en las presidenciales, también puso el grito en el cielo. En España no ha faltado la furia justiciera del inefable Errejón (aquel que guindaba becas sin hacer los trabajos preceptivos para cobrarlas): «Dos millonarios riéndose», les reprocha muy enojado en un tuit. La presión ha sido tal que Galtier ha acabado teniendo que pedir disculpas por «un chiste de mal gusto, del que me arrepiento».
Huelga decir que si Galtier hubiese bromeado sobre cualquier otro asunto –por ejemplo, un chiste contra el cristianismo, o contra la ideología conservadora, o contra el sexo masculino– no habría existido ningún problema (sí se caería el mundo si bromease sobre lo musulmán, o sobre el feminismo, o sobre la socialdemocracia). Vivimos en la era de la cansina corrección política. Y aunque a muchos nos resulte ya atosigante, estamos solo en el principio. Esta ola contra la libertad, que prohíbe hasta el humor si toca alguna de sus obsesiones, irá todavía a más. Acabará cubriendo todo el planeta de una costra de autocensura. La humanidad ha avanzado confrontando pareceres, debatiendo libremente (o jugándose el tipo por poder hacerlo). Cuanto más modernos nos creemos, más retrógrados nos hemos vuelto.