Un aviso en el Báltico
Quien haya atacado esos 'pipelines' no pretendía dejar sin combustible a nadie. Pretendía exhibir que puede hacerlo. Y que puede hacer más, mucho más
En el Báltico, dos conductos submarinos de gas ruso han sido volados. Los tres puntos del sabotaje distan entre sí unos sesenta kilómetros. Las tuberías, a más de setenta metros de profundidad están protegidas por una sólida armadura de cemento de doce centímetros de espesor. Las explosiones que reventaron ambos pipeline (Nord Stream 1 y Nord Stream 2) fueron registradas por los institutos sismológicos de Dinamarca y Suecia. Es de lógica elemental, pues, que la primera ministra sueca, Magdalena Andersson, haya calificado de «sabotaje agravado» lo sucedido. Un acto terrorista de esa complejidad no puede ser llevado a cabo con éxito por cualquiera; sólo una potencia militar de primer orden estaría en condiciones de poseer la tecnología que esa operación exige.
¿Un acto de guerra? Sin duda. Y ahí acaban todas las certezas. Y se abren las preguntas a las que toda operación militar de cierta envergadura debe responder. ¿Cómo? ¿Con qué objetivo? ¿Quién?
Del cómo, habrán de dar respuesta las comisiones de investigación creadas en Suecia y Dinamarca. Desechado, de entrada, como poco probable, el uso de misiles, los técnicos militares toman más en consideración el uso de minas de alta potencia, adosados a las tuberías y detonados a distancia. Técnicamente, tanto Rusia como la OTAN disponen de los dispositivos que una intervención así exige: en el tipo de los submarinos, como en la cualificación de sus hombres, como en la calidad de los explosivos.
El objetivo buscado es menos transparente. Ambas tuberías estaban en estos momentos fuera de uso. Y, de hecho, el gas vertido, más allá de su espectacularidad, era sólo residual. Quien haya atacado esos pipelines no pretendía dejar sin combustible a nadie. Pretendía exhibir que puede hacerlo. Y que puede hacer más, mucho más. El fondo marino –en esa como en cualquier zona– está materialmente tapizado de conducciones, militares como civiles. El sistema de comunicaciones mundial pasa por allí, en un porcentaje mucho más alto del que opera por vía satélite. Un ataque masivo en sus nudos estratégicos dejaría a Europa sin conexiones de internet. Lo cual quiere decir en el caos. Y ése parece ser el mensaje de quien haya asumido el extraño ataque contra unas cañerías vacías: «Esto podemos hacerlo en cualquier otro punto y sobre cualquier objetivo».
Queda la pregunta más grave: ¿quién? Ucrania queda fuera de sospecha: no posee los refinamientos de guerra submarina que una operación así exige. China está demasiado lejos y demasiado desinteresada en interferir una guerra que para ella sólo tiene beneficios. ¿La OTAN? Ninguna rentabilidad puede venirle de acentuar la psicosis de alto riesgo que va tomando posesión del ya escaso ánimo de los ciudadanos continentales. Queda Putin. Ante él se ha ido abriendo paso la hipótesis de recurrir al armamento nuclear táctico. Puede hacerlo, pero es arriesgado y costoso. Dar un aviso de lo que puede hacer en el fondo de los océanos, tal vez le sea más rentable. Y, entonces sí, volar tuberías vacías tendría valor de ejemplo.