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Cosas que pasanAlfonso Ussía

Tres fallidos masones

De primer plato, los tres masones fallidos nos zampamos «blinis con caviar iraní». Al masón durmiente le salió por un ojo de la cara invitar a los masones fallidos

Actualizada 01:30

El restaurante Jockey de Clodoaldo Cortés –Félix, Carmelo y el gran Torres– se ubicaba en la calle de Amador de los Ríos. Era, con Horcher y el Zalacaín de Jesús Oyarbide, el templo de la gastronomía madrileña, sin olvidar el Club 31 y el Príncipe de Viana, y por supuesto el Real Nuevo Club, en la calle Cedaceros, sólo al alcance de sus socios. Nos reunimos a comer en Jockey José María Stampa, el gran penalista y catedrático, el genial Antonio Mingote y el narrador con el fin de arreglar el mundo, nuestra diversión compartida y favorita. En la mesa enfrentada a la nuestra se sentaron dos exministros y dos importantes hombres de negocios. Según Stampa, uno de ellos era masón, y no masón normal, sino de mandil florido y bordado en oro, de los gordos. Y nos formuló a Mingote y al narrador, inesperadamente, la siguiente pregunta: «¿En alguna ocasión os ha tentado la masonería para captaros?» Nuestra respuesta fue negativa. Stampa también había sufrido el desinterés del Gran Oriente español. «En la mesa de enfrente hay un masón», prosiguió el formidable abogado. «Vamos a hacer el gesto secreto que usan los masones para comunicarse mutuamente que forman parte de una Logia». Y nos instruyó al respecto. «Podemos negarnos a pertenecer a la masonería, pero no me explico –Stampa hablaba– que a tres personas tan influyentes y entretenidas como las nuestras, no nos haya tentado el Gran Oriente para incluirnos en su banda». El gesto secreto de identificación consistía en rascarse el lóbulo de la oreja izquierda con los dedos de la mano derecha. Un gesto muy mejorable. Pero José María, Antonio y el narrador nos pasamos toda la comida rascándonos la oreja izquierda con la mano derecha, por si tocaba la flauta aunque fuera por casualidad. Comer renunciando a la mano derecha es quehacer complicado, pero merecía la pena intrigar al masón de la mesa de enfrente, y esperar su reacción. Al fin, uno de ellos se incorporó y se acercó a nuestra mesa. Su curiosidad fue sintética y concisa. «Estamos muy intrigados. ¿Esos gestos que hacéis tienen algún sentido? ¿Os pican las orejas a los tres?». Hicimos el ridículo. Estuvieron observándonos y riéndose de nosotros durante toda la comida. Mingote, que era como una gota de agua cristalina, le informó de nuestra sana intención. «Hemos decidido que uno de tus compañeros es masón, y José María Stampa nos ha convencido a Alfonso y a mí de la existencia de un gesto secreto para identificarse entre los masones. Pero creo que no lo hemos hecho adecuadamente». El comensal curioso lloraba de risa. Y nos informó al respecto. «Ninguno de mis tres compañeros de mesa es masón, o al menos, yo no tengo noticias de que lo sean. Yo sí lo he sido, y estoy en situación de 'durmiente'. Pero nunca los masones se han identificado con ese gesto tan absurdo de tocarse la oreja izquierda con la mano derecha. Nosotros nos identificamos de otra manera. De todas formas, y para agradeceros lo bien que lo hemos pasado viendo cómo os rascabais las orejas tan serios y solemnes, permitidme que os invite a comer».

Ahí terminó nuestro brevísimo periplo masónico. Superó en minutos a la proclamación y posterior renuncia de la «República de Cataluña» de Puigdemont. Aceptamos la invitación del «masón durmiente» y decidimos que no valía la pena seguir en el empeño. Una señora muy elegante, que tampoco era masona, también se interesó por nuestras orejas.

«Sois tan buenos amigos que las orejas os pican simultáneamente a los tres». Nos dijo más que sonriente. «He comido con mi marido, y no teníamos nada que decirnos el uno al otro, pero gracias a vuestras orejas, lo hemos pasado de maravilla».

Los tres masones fallidos abandonaron Jockey risueñamente avergonzados. Y conjurados para no aceptar jamás ninguna oferta del Gran Oriente. Lo cierto es que nunca nos la ofrecieron. Eran tiempos de buen humor y surrealismo. No identifico al masón durmiente porque ya ha fallecido, pero le reitero mi hondo agradecimiento por su invitación. De primer plato, los tres masones fallidos nos zampamos «blinis con caviar iraní». Al masón durmiente le salió por un ojo de la cara invitar a los masones fallidos. Tiempos aquellos….

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