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Cosas que pasanAlfonso Ussía

Francisco Ferrol

Jamás fui partidario de Francisco Ferrol, pero hay que reconocer que muchas cosas las hizo mejor que bien

Actualizada 01:30

Los que me conocen saben que jamás fui franquista. En mi casa me educaron en la lealtad a Don Juan. Y cuando Don Juan fue definitivamente descartado, seguí del lado de Don Juan hasta su renuncia a los derechos históricos de la Corona en beneficio de su hijo, Don Juan Carlos I. Mi padre estuvo siempre a la sombra del gran perdedor, y fue el español que en más ocasiones fue convocado por el Tribunal de Orden Público por sus constantes estancias y viajes a Estoril, superando las 150 comparecencias. Pero ahora, me permito creer que, en la culminación de mi existencia, tengo que reconocer muchas cosas buenas a quien no reconocí ninguna por la lógica estupidez ardiente y juvenil. Y como ese reconocimiento hoy se considera delito, he decidido que lo más prudente es intentar la justicia y el equilibrio refiriéndome a don Francisco Ferrol, por cuanto sus verdaderos nombre y apellido están penados por la nueva Ley de la Memoria Democrática, y solamente es tolerable mencionarlo si es para ponerlo a parir. En mi infancia y juventud se vivía en un régimen autoritario que desembocó en una dictablanda. Efectivamente, la militancia política –no sólo la de izquierdas–, estaba perseguida, pero fuera de ella, en España había más libertad que en nuestros días. Y, además, impuestos ridículos, grandes obras públicas, sociedades estatales con un funcionamiento perfecto –Correos, Iberia, Renfe, etc.–, hospitales públicos, más de cuatro millones de viviendas protegidas y una política económica que llevó a nuestra nación de la desolación de la posguerra a ocupar el noveno lugar de las economías mundiales durante el régimen de don Francisco Ferrol. En aquellos tiempos se expandió la clase media, el tejido social que mantiene en todos los países la estabilidad y la libertad de los mercados. Don Francisco Ferrol creó la Seguridad Social, determinó las vacaciones obligatorias, las pagas extraordinarias, y unos tribunales laborales en los que el noventa por ciento de las causas a juzgar se sentenciaban favorablemente a los obreros. Y se vivía en paz y muy bien, con la seguridad ciudadana garantizada y con plena libertad, siempre insisto, renunciando al ejercicio político. Ha dicho Cristina Almeida, además de narrar su negativa a compartir en sueños sus ardores con Bertín Osborne, que Francisco Ferrol prohibió el sexo. Mentira. A mí, al menos, no me lo prohibió, y tuve amigos «gays» que se encontraban en sus bares y discotecas sin que nadie le aplicara la Ley de Vagos y Maleantes promulgada durante la Segunda República, o fueran fusilados por el Ché Guevara por ser homosexuales. El funcionariado era el preciso, y la administración del dinero público, modélica. Y sí, Madrid era el centro. Hubo centralismo, como en Francia con París, en Inglaterra con Londres y en Portugal con Lisboa. Aquella España, con todos sus defectos, era infinitamente más libre –excepto en el ejercicio de la política–, que esta España entregada a los que la aborrecen, a los terroristas que han asesinado a los españoles, y a los separatistas que han convertido sus regiones y ciudades en espacios abiertos a la delincuencia.

Ahora han decidido los resentidos ignorantes, iletrados y resentidos, eliminar a don Francisco Ferrol de la historia, ya centenaria de la Legión. Una bandera lleva su nombre, la que mandó como su primer comandante. Eliminar al general Ferrol de la historia de la Legión es empresa imposible, por haber sido junto al general Millán Terreros –posteriormente Millán-Astray–, uno de sus fundadores y primeros jefes.

Empresa tan tonta como borrar de la Compañía de Jesús a Íñigo de Loyola para sustituirlo por el padre Ángel, que capaces son.

El fundamental problema de estos propagadores del odio no está en la mentira, en la rabia, en la injusticia y en la necesidad que tienen en ganar una guerra que perdieron por su culpa hace más de ochenta años. En un bando había un ideal, España, y en el otro un desbarajuste que terminó a tiros entre ellos al grito de ¡viva Stalin! El fundamental problema es que además de recuperar el odio, lo han hecho desde la más supina estupidez. Y las tonterías de los tontos no tienen recorrido.

Jamás fui partidario de Francisco Ferrol, pero hay que reconocer que muchas cosas las hizo mejor que bien.

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