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Vidas ejemplaresLuis Ventoso

La revolución a cámara lenta del PSOE

Si miramos el cuadro con distancia, vemos que desde 2004 los socialistas impulsan un plan para mudar los pilares del país (incluso a precio de destruirlo)

Actualizada 10:03

Si nos situamos frente a una sobrecogedora marina de Turner, o ante unos relajantes nenúfares de Claude Monet, y nos acercamos mucho al lienzo, no veremos más que unos manchurrones de color. Solo al alejarnos un poco de los cuadros alcanzamos la perspectiva que nos permite entender sus escenas.

Con la política sucede algo similar. El carrusel de novedades es tal que tendemos a quedarnos en la anécdota y no ver la categoría. Esta semana hemos asistido a un follón tan estruendoso entre la derecha patriótica y la izquierda aliada con los separatistas que resulta fácil concluir que todo es ruido sectario, que no pasa nada, que esta película ya la hemos visto.

Pero si nos alejamos unos pasos del jaleo y meditamos un instante, vislumbramos una historia perfectamente nítida y muy grave. Es la de una revolución a cámara lenta contra el sistema de la Transición, iniciada por el PSOE en 2004 y que ahora comienza a alcanzar su meta: cambiar España para siempre, convirtiéndola en un país federal con dos regiones independientes de facto, al tiempo que se propicia el imperio permanente de la mentalidad que llaman «progresismo».

La revolución a cámara lenta comienza en marzo de 2004. El PSOE incurre entonces en una perfidia electoralista inédita: manipula el dolor de un atentado apocalíptico en la capital de España, con 193 muertos, como argumento electoral para las elecciones de tres días después. El guionista de esa macabra operación fue Pérez Rubalcaba (del que albergo mala opinión política, aunque lo que vino después haga que hoy lo contemplemos con indulgencia).

Ese aprovechamiento vil de una tragedia terrorista contribuyó a la inesperada llegada al poder de un desconocido diputado socialista, Rodríguez Zapatero. Tras su careta afable, casi tontorrona en las caricaturas, se ocultaba en realidad un rencoroso revanchista. Y tenía un sólido plan: vengar la derrota de la Guerra Civil e iniciar un proyecto de ingeniería social para acabar imponiendo la ideología de la izquierda como la única aceptable.

El plan pasaba por arrinconar a la derecha con «cordones sanitarios» y forjar una alianza con comunistas y separatistas. Se trataba, por tanto, de resucitar el Frente Popular que había sido derrotado en los años treinta. Zapatero inicia también una batalla tenaz contra la moral y mentalidad católicas, todavía muy dominantes en 2004 en la sociedad española. Al tiempo, para solidificar su alianza con los nacionalismos disgregadores reabre el problema territorial, revisando de manera innecesaria los estatutos de autonomía.

El plan de Zapatero funciona tan bien que España no se libra del PSOE en 2011 por cuestiones ideológicas –el PP de Rajoy se inhibió en ese campo–, sino por el pésimo desempeño socialista ante una situación de emergencia económica. Pero incluso habiendo perdido la Moncloa por una legislatura, la revolución a cámara lenta del PSOE se mantuvo en pie, porque el cambio de mentalidad operado en la sociedad española durante los ochos años de zapaterismo no fue revertido. Tampoco se corrigió un modelo televisivo con una hegemonía casi total de la izquierda. De hecho, el Gobierno de centroderecha reforzó esa anomalía de una manera suicida.

En junio de 2018, el PSOE recupera el poder sirviéndose de nuevo de tácticas irregulares. Lo hace sin ganar las elecciones, rompiendo así una regla de oro no escrita de la democracia española, y además aliándose con unos partidos separatistas a los que solo ocho meses antes había contribuido a derrotar con el 155. Mientras millones de españoles continuaban en la inopia, distraídos con el debate sobre el viejo Mariano, la revolución a cámara lenta daba un paso de gigante. Los socialistas rompían un tabú y los separatistas que quieren destruir España y su Constitución pasaban a convertirse en los aliados que mantenían en el poder al PSOE.

Es evidente que se trata de una situación absurda: ¿cómo puede el PSOE, un partido que todavía se proclama constitucionalista y «de Estado», gobernar de la mano de formaciones manifiestamente anticonstitucionalistas, como ERC, Bildu y los comunistas de Podemos? La respuesta es que el PSOE desde 2004 ya no es aquel partido más o menos «de Estado» que forjó González, sino una formación antisistema que a veces todavía gasta corbata.

El ejecutor final de la revolución a cámara lenta que inició el PSOE en 2004 es un presidente carente de cualquier escrúpulo y con alma de autócrata: Sánchez. Su osadía resulta casi asombrosa. De una tacada, esta misma semana nos ha pasado bajo la apisonadora de su ingeniería social (leyes trans y del aborto) y ha desguazado dos leyes orgánicas por vía exprés y saltándose todas las cautelas y requisitos constitucionales. Además, han tachado de golpistas al TC y al primer partido de la oposición.

Con una berza notable, el Partido Popular, el de antes y el de ahora hasta hace solo dos meses, jugó a hacer el avestruz ante la revolución a cámara lenta. Con una ingenuidad culposa, pensaban que la escalada de los precios bastaba para que Sánchez cayese por su propio peso. La «batalla de las ideas» y la defensa férrea de la unidad de España les parecían cuestiones a soslayar («no hay que asustar a posibles votantes socialistas desencantados»). Hoy ya se han caído por fin del guindo. Han despertado, a base de capones de Sánchez. Y es que lo que ahora mismo nos estamos jugando se resume en dos palabras: España y la libertad.

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