El balance de Caín
Obligación moral es descubrir que todo en él es mentira, que mentira es que no habrá referéndum, que la mentira es él
Obligación profesional es escuchar a Pedro Sánchez el panegírico sobre su persona en el balance autocomplaciente de ayer. Obligación profesional es adjetivar sin epítetos una intervención tan hueca como el mismísimo centro de las rosquillas que hace mi madre. Obligación profesional es denunciar la soflama propagandista de traer a Puigdemont, aislar a Otegi, dejar sin nómina publica a Iglesias, para terminar tejiéndoles una alfombra roja con los andrajos que va dejando de nuestro Código Penal, orlada con su falta de conciencia y nuestros impuestos.
Obligación profesional es quemar en el altar de la razón su voz engolada y sus gestos de cómico debutante en el teatro de mi barrio, que tratan de ocultar su infinita inconsistencia como gobernante. Obligación profesional es atisbar sus prisas para cerrar este ignominioso mes político de diciembre en que dejó en cueros la protección del Estado, para disponerse a regar por aspersión el peculio europeo que mantenga esa España anestesiada y en suspensión de pagos, pese a los 10.000 millones de ayudas. Obligación profesional es denunciar su nepotismo, sus contratos de conyunda a Begoña Gómez, Irene Montero y al marido de Calviño, su activa agencia de colocación de amigos de la infancia en Correos o sectarios militantes en el antaño prestigioso Centro de Investigaciones Sociológicas.
Obligación profesional es rebatir sus maquilladas estadísticas, sus reducciones de IVA con interés electoral y su sangría confiscatoria a familias, empresarios y autónomos. Obligación profesional es recordar que no se debe rebautizar a los parados como fijos discontinuos para falsear los datos de desempleo, que siguen duplicando la tasa europea, a pesar de los trucos contables. Obligación profesional es escudriñar su faz telegénica para descubrir en él al espabilado que firmó una tesis que no elaboró, y que llegó al poder abrazado a un párrafo torticero en una sentencia de corrupción, cuya sanción penal acaba de rebajar a mayor regodeo de los delincuentes que le sostienen en Moncloa.
Pero no solo hay obligaciones profesionales, las hay morales, de conciencia. Después de escuchar ayer a Pedro Sánchez quedó claro que obligación moral es no atender a quien un día consideró que un Falcon, un presupuesto y un BOE bien valía cavar las más profundas trincheras entre españoles. Obligación moral es no odiarle para reservar todas nuestras energías en recoger dentro de un año los restos del naufragio y reconstruir el cuarto trasatlántico de Europa, convertido durante estos cuatro años en pasto de una fiesta bucanera, donde rufianes, maleantes y corsarios han desguazado la nave para cobrarse el botín del apoyo al capitán.
Obligación moral es descubrir que todo en él es mentira, que mentira es que no habrá referéndum, que la mentira es él. Obligación moral es desenmascarar a quien considera que todo da igual en esta vida mientras le dejen gobernar. Que lo mismo da firmar el 155 que entregarse a los intervenidos meses después bajo la promesa de indultarles y rebajarles la malversación. Obligación moral es evitar la escombrera de resentimiento sobre la que ha construido su mandato. Obligación moral es defender al español con título de Rey, cuya superioridad ética y prestigio personal es la única contrafigura potente de la inequidad de su primer ministro y que es el último refugio para muchos españoles que urgen acogerse a sagrado en medio de la devastación institucional.
Dentro de exactamente un año, cuando preparemos otras Navidades, otras uvas, otros Reyes Magos, la obligación moral de España será cambiar el balance de Caín por una promesa de futuro mejor. Conciencia y suerte.