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Pecados capitalesMayte Alcaraz

El Rey y el puerto refugio

En España tenemos tres Reyes. Felipe VI, Juan Carlos I y otro en ciernes, Pedro I. Este último es un Rey aspiracional, que basa su futuro dinástico en desprestigiar a la Corona

Actualizada 01:20

En España tenemos tres Reyes. Felipe VI, Juan Carlos I y otro en ciernes, Pedro I. Este último es un Rey aspiracional, que basa su futuro dinástico en desprestigiar a la Corona y para ello puso a todos sus gacetilleros y a sus togados afines a perseguir al segundo de nuestros Reyes hasta crear el caldo de cultivo que le permitiera echarlo de su país, como los tiranos hacen con cuantos obstáculos encuentran en su camino. Ya solo quedan dos, pero el presidente con ínfulas de reyezuelo sabe que solo habrá de quedar uno: él. Yo, sin embargo, creo que será Felipe VI. Y esta Nochebuena dio una clara muestra de que, pese a tener sus manos atadas a la espalda, pese a la humillación constante a la que le somete su primer ministro, el Rey es la única contrafigura poderosa que nos queda del autocoronado Napoleón de Moncloa. Jamás nadie podría haberse imaginado que un simple discurso protocolario, que pronuncian de corrido todos sus homólogos europeos, adquiriera una significación casi histórica ante la galopante senda de destrucción en la que vivimos.

Mientras la comida se enfriaba en los platos, todos nos sentamos ante el televisor a las nueve ávidos de algún complejo vitamínico democrático que nos permita sortear esta enfermedad terminal que corroe los pilares de la democracia del 78. Necesitábamos casi un nuevo mensaje del fuste del que dio su padre el 23 de febrero de 1981 o el que tuvo que pronunciar él mismo el 3 de octubre aciago catalán.

Seguro que a la mayoría les hubiera gustado que Don Felipe pusiera nombre y apellidos al «deterioro institucional» que denunció o que señalara quién tiene la obligación de hacer un «ejercicio de responsabilidad» ante los «riesgos» que sufre nuestra democracia o que proclamara quién tiene la culpa de que estemos divididos o que dijera que la segunda magistratura del Estado está ocupada por un traidor a la promesa que hizo el día de su investidura, que él es el último dique frente a las arremetidas del sucedáneo de Rey y sus socios y que cumplirá con su misión histórica. Pero eso sería tanto como haberse suicidado mientras descorchábamos el champagne. Eso es lo que le hubiera gustado a Sánchez, para soltar a sus dóberman y justificar su plan de llevarse por delante la Monarquía.

Pongámosle todos los peros que queramos porque frente a la cacería institucional que ha emprendido Sánchez, solo nos satisfaría que la Corona pudiera aplicarle un 155, créanme que tan justificado como el que decretó Rajoy en el otoño de 2017 contra el golpismo catalán. Pero la Monarquía parlamentaria no otorga esos poderes al Rey, cuyo socavamiento es parte del proyecto de destrucción del sistema. Parte principal.

Los que creemos en que todo esto tiene arreglo podemos ponernos estupendos contra el discurso del Rey, pero sepamos que su debilitamiento es la muerte de nuestra esperanza. Reparen en sus canas y su fatiga vital en contraposición a la sonrisa matonil y la pletórica satisfacción gastronómica de Rufián y sabrán enseguida quién va ganando la partida y a quién hay que apoyar.

España sabe, e incluso Europa también, a pesar de Ursula von der Sánchez, que el nuestro es el peor país gobernado de toda la UE, donde ni siquiera saben repartir el maná de Bruselas. También aquí como allí tenemos claro que para navegar esa galerna que nos azotará fuertemente en el año que estamos a punto de estrenar, hay un capitán perfectamente formado, con un perfil muy lejano al grumete arribista que hoy está al timón. Felipe VI seguirá aquí cuando el caudillo pase a ocupar los párrafos más negros de nuestra historia y, sin saltarse sus límites institucionales, el Rey sabrá llevarnos a un puerto refugio.

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