Ratzinger: un humilde labrador en la viña del Señor
Era humilde de verdad, de una expresión oral dulcísima y como buen intelectual siempre abierto a escuchar al que no pensaba como él
Me impactó el día que fue elegido sucesor de Juan Pablo II. Cuando apareció en el balcón del Vaticano, tras la fumata que anunciaba al nuevo Papa, el renombrado Benedicto XVI dijo que «era un humilde labrador en la viña del Señor». Para mí fue el mayor teólogo de la Iglesia Católica de los tres últimos siglos. Ayer se fue un doctor de la Iglesia, un titán de la Fe. Solo él pudo condensar el cristianismo en una frase: «Dios es amor». Al mismo tiempo que se sumaba con su pensamiento original al «No tengáis miedo» de Juan Pablo II, Benedicto planteó al hombre moderno un reto gigante: ser católico en el mundo moderno del relativismo es muy difícil. Lo hizo desde su mayor aportación: la combinación de Fe y razón, y fue esa racionalidad suya la que desde su condición de hombre le llevó al enorme gesto de humildad de renunciar a la púrpura de la cátedra de San Pedro. Admirable.
Nunca quiso ser obispo y menos Papa, pero los caminos del Señor son inescrutables y él aceptó lo que sus compañeros le impusieron, pero una noche, de esas negras que él describió, concluyó que no poseía las fuerzas, como hombre limitado que era al igual que todos nosotros, para seguir y optó por renunciar. Durante todos estos años en que fue Papa emérito jamás se entrometió en la labor de Francisco.
Fue un gigante intelectual de la Iglesia Católica, insisto, tal vez el mayor de los últimos tres siglos. Era humilde de verdad, de una expresión oral dulcísima y como buen intelectual siempre abierto a escuchar al que no pensaba como él. Sin embargo, muchos se empeñaron en construir su contrafigura, especialmente los medios de la izquierda y distorsionaron su mensaje, su obra, aunque su huella seguirá ahí para siempre. Será estudiada por las generaciones venideras. Una de esas promociones de jóvenes católicos fueron los cerca de dos millones que dieron cita en Madrid en agosto de 2011, en la JMJ, y allí nos dejó un mensaje que en mí caló muy hondo, como católico y pecador que me declaro: «No os avergoncéis». Y no lo hago, por eso rezo hoy por Benedicto XVI, convencido de que se nos fue ayer un titán de la Fe, una cumbre del pensamiento católico.