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Ojo avizorJuan Van-Halen

La ignorancia destructiva

El plato fuerte que ansían estos iconoclastas es echar abajo la Cruz del Valle de los Caídos, hoy –otra vez– Cuelgamuros

Actualizada 01:44

Lo que contó ayer Ramón Pérez-Maura en «Tener lectores disparatados» me produjo dos sentimientos inmediatos: el asombro y la congoja. Alguien que decide escribir el texto al que Pérez-Maura se refiere, enviarlo y sorprenderse de que no se publique no puede producir sino asombro además de congoja porque todo disparate supone un poso triste. Según el autor del requerimiento, relevantes personas que hemos conocido son masones irredentos y actúan a las órdenes de misteriosos y elevados dictados. Porque él lo asegura. Y nosotros sin percatarnos hasta que él nos muestra el camino de la verdad.

Baroja era gran conocedor de la masonería que aparece en no pocas de sus obras. Aquella masonería del siglo que más le interesó, el XIX, distinta a la de su tiempo con influyentes personajes durante la Segunda República. Permanecían los ritos tenebrosos y los símbolos extravagantes de los que don Pío hacía chanzas. Desciendo de un masón de la primera mitad del XIX, venerable de una logia militar, preso de la Inquisición de Fernando VII, de familia católica –la he seguido durante siglos y en ella figuran un abad mitrado y una canonesa– que huyó de los Países Bajos por su fe y sintiéndose inseguros por su mantenido españolismo. Aquel antiguo masón no sólo recibió agonizante los auxilios espirituales, también en su solemne cortejo mortuorio –era un laureado general– abundaron las jerarquías eclesiásticas. Fue enterrado en sagrado y allí sigue. No resultó incompatible con su remota adscripción masónica.

Nada del hoy es como el ayer. La masonería tampoco. Según no pocos historiadores el error en el que caen muchos intelectuales a la violeta y no digamos la generalidad de los ayunos de lecturas, es juzgar los hechos del pasado con mentalidad del presente. Apuntalado en esa desviación Sánchez se sacó de la manga su llamada ley de Memoria Democrática. Según inteligente observación del filósofo Antonio Escohotado, Sánchez es un fosfeno de Zapatero; no existe sino como un reflejo borroso de su maestro que, en un primer paso, aupó la ley de Memoria Histórica.

Esta última ley democrática promueve disparates como retirar la Cruz del Parque de Ribalta en Castellón, entre protestas del vecindario, como hicieron antes con la Cruz de las Descalzas en Aguilar de la Frontera e intentaron hacer con la Cruz de Villarrobledo, que paralizó un Juzgado. Los memorialistas de la mentira aducen para estos atentados al patrimonio cultural que son «vestigios franquistas» pese a que en ellas se recordaba a todos los muertos sin diferencias ideológicas. El plato fuerte que ansían estos iconoclastas es echar abajo la Cruz del Valle de los Caídos, hoy –otra vez– Cuelgamuros.

En esta orgía de destrucción ignorante se llegó a extremos pintorescos como la retirada fallida de un escudo de los Reyes Católicos en Cáceres porque contenía el símbolo «franquista» del yugo y las flechas. Y un ejemplo cercano: cierta diputada de Podemos propuso en el Congreso desterrar a los sótanos de los museos las pinturas clásicas y modernas que ofendieran a la mujer o supusieran machismo. Su primera sugerencia para su exilio a los almacenes eran las obras de Picasso. Las señoritas de Avignon, por ejemplo, le parecerá machista. La ignorancia delata siempre al ignorante.

El origen de la legislación sobre la llamada memoria histórica, hoy democrática, fue una propuesta de Izquierda Unida. Hace ya cuatro décadas Jorge Semprún, que tenía motivos para saberlo, denunció en su Autobiografía de Federico Sánchez cómo funciona la memoria comunista: «Te asombra una vez más comprobar qué selectiva es la memoria de los comunistas. Se acuerdan de ciertas cosas y otras las olvidan. La memoria comunista es, en realidad, una desmemoria, no consiste en recordar el pasado, sino en censurarlo. No es una memoria histórica, testimonial, es una memoria ideológica».

Sánchez cayó en esa trampa a sabiendas. Recordemos sus reproches a la oposición: «Les voy a dar una mala noticia: ETA desde hace años ya no existe». Pero pacta beneficios para etarras, en paredes del País Vasco siguen pintando «Gora ETA», se homenajea a etarras, y sus herederos, hoy sus socios preferentes, se jactan de marcar el calendario del Gobierno. Sin embargo, Franco, que murió hace casi cincuenta años, sí existe, y Sánchez aspira a pasar a la historia por algo tan facilón como mover sus restos.

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