El hombre malo de Itzea
La biblioteca de Baroja es una realidad muy cercana al paraíso borgeano. El encuentro, de niño, con el escritor, y la visita a Itzea son para mí inolvidables
Hoy escribo de literatura no de política. Se cumplen ciento cincuenta años del nacimiento de Pío Baroja, una de mis sostenidas admiraciones literarias y revivir mis recuerdos barojianos es un homenaje que no quiero eludir.
Desde que no tenía altura suficiente para llegar a su lugar en la estantería, mi padre me mostraba un libro cuyo título contenía mi nombre: Juan Van Halen, el oficial aventurero, una de las dos únicas obras del Baroja biógrafo. Era un ejemplar dedicado a mi padre por el escritor en 1933 al publicarse la primera edición. Fue mi inicial encuentro con el nombre y la obra de Pío Baroja, que se quedó sin Nobel, pese a estar propuesto, por una de esas piruetas tan habituales en la Academia Sueca.
Mimo en el cofre de mi memoria el recuerdo de mi visita a Baroja en su casa madrileña de Ruiz de Alarcón 12. Me llevó mi padre; tendría yo once o doce años. De camino me noté nervioso aunque sin saber por qué. En el recibidor había un arcón y en su pared un espejo con marco dorado. «Este es el último Van Halen», dijo mi padre a don Pío.
Recuerdo el saloncito con cuadros en las paredes y una mesa de trabajo que me pareció pequeña, don Pío se sentó en un silloncito. Era un viejo de barba y pelo blancos, con boina, batín y bufanda. En el saloncito un busto en madera de aquel viejo y otra figura suya en bronce, más pequeña y de cuerpo entero. Se oía el tictac de un reloj de pared. Dándome un golpecito en el hombro, el escritor me dijo algo así: «A ver si no das tanta guerra como el aventurero». Luego el escritor y mi padre hablaron de España, de Historia, de Madrid, y de Eduardo Vicente, el pintor que había ilustrado libros de Baroja, amigo de mi padre desde el colegio. Eso me lo contaron más tarde. Entonces no supe apreciar el valor de aquella visita. Baroja murió poco después. Luego crecí con los libros de don Pío en la biblioteca familiar; los leí con avidez. Y en mi colección de manuscritos custodio una carta suya y algunas dedicatorias en libros.
Otro recuerdo barojiano que me emociona evocar es la visita a Itzea, su caserón de Vera de Bidasoa, que don Pío había adquirido en 1912. Entonces era una ruina que el escritor dio vida con paciencia. Viajé a Itzea con Marino Gómez Santos, invitados por su sobrino Pío Caro Baroja. Tras la cancela y el jardincillo, en el amplio portal, a la izquierda, nace la ancha y añosa escalera. En la pared reposteros con blasones familiares debidos a Carmen Nessi, madre de don Pío. Cuenta Baroja que los niños de Vera hablaban del «hombre malo de Itzea». Escribe: «El caso, para mí importante, fue que en Itzea había un hombre malo, y ese hombre malo era yo».
Pío Caro Baroja y su esposa Josefina fueron inmejorables anfitriones. Durante el almuerzo y la sobremesa, conversación memorable. Tras la sobremesa recorrí las estancias del caserón, plagadas de recuerdos, de objetos que llevaban a personajes y novelas de Baroja: Shanti Andia, Paradox, Zalacaín… En toda la casa cuadros de época, retratos familiares, algunos de ellos debidos al pincel de Ricardo Baroja, modelos de barco, astrolabios, catalejos, cartas marinas, campanas de barco, mapas, viejas estampas con leyendas en francés que probablemente compraría don Pío a los bouquinistes del Sena.
En el segundo piso del caserón, el dormitorio del maestro conservado como cuando él vivía. Alta cama de metal, sillones rojos, en la pared grabados de ritos masónicos y varios retratos del escritor. Don Pío parecía permanecer allí compartiendo nuestro tiempo desde el suyo.
También en la segunda planta la gran biblioteca en estanterías de suelo a techo. La mesa de trabajo donde escribió, varias mesitas, la chimenea. En el centro de la amplia sala un busto de don Pío debido a Maciá. En Itzea se conservan cerca de 45.000 libros y folletos, muchos de ellos en francés. Una buena representación se refiere al siglo XIX, historias de carlistas y liberales, memorias justificativas tan de moda en aquel tiempo, recortes de periódicos, planos…Obras sobre acontecimientos en los que participaron sus biografiados o personajes históricos convertidos por él en personajes literarios.
Buscaba yo libros que hubiese podido manejar don Pío cuando escribió la biografía de mi antepasado. «A ver si los encuentras», me retó el sobrino del escritor. Encaramado en una escalera recorrí los estantes y me acompañó la suerte. Encontré hasta tres ejemplares de distintas ediciones de sus «Memorias», dos en francés y una en castellano, y la sorpresa de que un ejemplar de la primera edición de París, 1827, estaba anotado por el general. En Itzea también se guardan algunos folletos de Van Halen ilocalizables hoy, y un ejemplar de su libro más raro: Histoire sur l’Inquisition d’Espagne, edición de Paris, 1834. Otra curiosidad es que tomé notas (que no encuentro) de un ejemplar de la segunda edición de Dos años en Rusia, Valencia 1849, ricamente encuadernado, dedicado en letras doradas al comandante de una fragata británica surta en el puerto de Cádiz en 1849, con unas amables palabras escritas por el general.
La biblioteca de Baroja es una realidad muy cercana al paraíso borgeano. El encuentro, de niño, con el escritor, y la visita a Itzea son para mí inolvidables.
- Juan Van-Halen es escritor. Académico correspondiente de la Historia y de Bellas Artes de San Fernando