El consentimiento
Lo del consentimiento, que ya estaba vigente en el franquismo, es la excusa para estirar la goma del poder de las analfabetas o para que Iglesias Turrión no se enfade
El consentimiento femenino ante las apetencias de un varón ya se contemplaba y exigía durante el franquismo. Y también el consentimiento masculino. En una cena en el Tenis de San Sebastián, la hija de los embajadores de Holanda, que era lo más parecido a una foca, me amenazó sexualmente con reiteración, y yo no le concedí mi consentimiento. «Eres una nena», me dijo. «Lo acepto», le respondí. Todo ello, dentro de los estrictos márgenes de la buena educación. Las relaciones de España y Los Países Bajos se mantuvieron inalteradas con posterioridad a la desagradable pretensión de la mujer-queso «Geitenkaas Met Kruiden» que quiso hacerme suyo. Irene Montero sabe que lo del consentimiento femenino en las relaciones entre un hombre y una mujer –excluyo a los delincuentes– ha sido norma respetada desde que los nietos de Adán y Eva sintieron los primeros ímpetus primaverales. Y también saben Irene Montero, su Pam y sus demás churris, que la ley del 'sólo sí es sí' es una mamarrachada legal, que sólo ha contribuido al alivio penal de los que no respetan ni las leyes, ni las normas ni a las mujeres.
Se ha hecho público recientemente el caso de un policía que se infiltró en una asociación inmersa en el separatismo catalán para obtener información directa de sus planes e intenciones. Y que sedujo a ocho mujeres de esa asociación con su consentimiento para tal fin. Cinco de ellas se han querellado contra el agente infiltrado al conocer que era un policía, pero ninguna lo hizo con anterioridad al descubrimiento de su profesión, porque como separatista camuflado les gustó más que una tarta de frambuesas. Se han querellado cuando han sabido que la tarta de frambuesas estaba condimentada con frutos de Aranjuez y no del Maresme.
Todas las policías del mundo y los centros de espionaje usan de esos métodos para obtener información. Conocí a una joven israelita que perteneció al Mossad. Era una mujer impresionante con la que cené una noche invitado por el embajador de Israel. Su misión le exigió los mayores sacrificios. Seducir a uno de los dirigentes más radicales y violentos de Hamas. Lo consiguió. Su familia le cerró sus puertas. Y se casó con el terrorista palestino. Cuando su misión había terminado, y gracias a ella, evitado decenas de atentados contra Israel, como una noche más, cenó con su «amado» palestino, se acostó con él, y aprovechando su primer sueño, adaptó un silenciador a su pistola y le disparó en la cabeza. Pero gracias a ella y a su misión brillante y heroicamente cumplida, salvó la vida de miles de compatriotas informando al Mossad de los planes de Hamas. En las camas se habla mucho, y en ocasiones, más de lo debido. Recuérdese el caso de Cristina Keeler y el ministro Profumo. El sexo ha sido, de siempre, el más eficaz instrumento para obtener información de los planes del enemigo. Entiendo que se trata de un trabajo sucio, pero fundamental, y su cumplimiento se sustenta en órdenes superiores y el mayor de los riesgos.
El pacto infectado de Sánchez con Iglesias impide el cese de Irene Montero, la Pam y demás churris. Han hecho el ridículo y ya son casi los 400 delincuentes sexuales que han visto aliviadas sus condenas, y 33 –hasta el momento– excarcelados y puestos en libertad para que vuelvan por sus terribles fueros. No saben salir del paso y del descrédito – todo el Gobierno y los grupos parlamentarios excepto PP y Vox– son cómplices de la barbaridad legislativa. Ahora, el «consentimiento» es la excusa . Muchas organizaciones feministas de izquierdas han pedido la dimisión de la ministra responsable de la necia bufonada. Esa ley no tiene arreglo. O se retira y se cesa a la llamada «cúpula» del Ministerio de Igualdad, o todo sigue igual para que Irene Montero –ya ha amenazado el padre de sus hijos– mantenga su cartera. En tal caso, y para disfrazar mejor el disparate, se podría instituir una nueva condecoración ministerial dependiente de ese Ministerio inservible, ridículo, antisocial y derrochador. La Cruz al Mérito Violador concedida a los delincuentes salvajes que obtengan la libertad gracias a la ley de marras.
Lo del consentimiento, que ya estaba vigente en el franquismo, es la excusa para estirar la goma del poder de las analfabetas o para que Iglesias Turrión no se enfade.