Con deberes y sin derechos
Dieciocho meses por matar una rata, y plena libertad para asesinar a un niño sin nacer. El niño sin derechos y la rata con los derechos que habría tener el niño
Cada día que pasa me siento más incómodo con mi pertenencia a la humanidad. No es un problema, porque mi incomodidad dejará pronto de tener sentido. El hombre –entiéndase que hombres, mujeres, binarios, trinarios, transexuales, gays, lesbianas, fluidos o secos– tiene de un día al siguiente menos derechos y más deberes. A muchos seres humanos se les niega hasta el derecho a nacer. Al contrario que los animales que, según la ley de Ione Pitones y de su director de Bienestar Animal, van atesorando, sin cumplir con deber alguno, todos los derechos. El animal conoce y vive del instinto, la protección, la necesidad y la costumbre. Pero no está obligado a cumplir con ningún deber. Es irresponsable. Sea figurada una historia, para algunos, probablemente dolorosa. No para mí.
Un senderista, con la camiseta adornada en su frontal con la efigie del Che Guevara, pantalones pirata, y el calzado adecuado, siente de golpe la urgencia de disfrutar de la primavera. Los senderos montañosos se pueblan de flores, los ríos y arroyos truenan por el deshielo, y los verdes nuevos se enfrentan en los paisajes. El senderista pasea por Liébana, o por Somiedo o la montaña leonesa o palentina. En su camino, una osa recién parida con una pareja de oseznos. El senderista sabe que su deber es no continuar su marcha porque carece del derecho de molestar a la osa. La osa, por instinto, intuye que el senderista del Che Guevara es un peligro para sus oseznos. No se trata de un deber defenderlos, sino de un instinto natural. Y también ignora que, dentro de lo que cabe, su ataque al senderista no es un derecho, sino una reacción que le concede la naturaleza. La osa ataca y, finalmente, superando los efluvios que emanan del senderista, se lo come. El oso es omnívoro. Prefiere un panal de miel a un senderista de izquierdas, pero a caballo regalado no le mires el diente. El senderista devorado tenía todo el derecho a pasear por el monte. Fue responsable de sus actos. La osa no hizo caso del deber de analizar la situación. Y sin derecho, pero instinto, se comió al andariego, dejando a sus oseznos sus partes más sabrosas. De haber sido responsable, la osa habría analizado la situación. «Este humano está en mi territorio y yo tengo que defender a los míos. No es peligroso. Mi deber, por lo tanto, no es otro que asustarlo, incorporarme, rugir, y adentrarme finalmente en la espesura y esconderme de su vista». Una osa que reflexione así, con responsabilidad, es una osa que cumple con su deber, y tiene, por lo tanto, todo el derecho de asustar al mamarracho. Pero se comporta como lo que es. Una osa recién parida. Y el instinto de conservación y protección le impiden el sosiego analítico. No ha cometido un crimen, y sí reaccionado por irresponsable, al instinto natural. Por otra parte, el senderista, cumplió con su deber y su libertad poniendo en riesgo su derecho a la vida. Le salió mal su derecho, pero eso es otra cosa. Y por mi parte, la osa merece mi más cordial felicitación.
En la ley de la ministra Ione Pitones, el hombre pierde el derecho a matar una rata invasora de su hogar. Si es denunciado por ello, le aguarda una condena de 18 meses de cárcel. Si la rata no muere, pero sufre lesión por el cepo, el escobazo o la tunda, será sancionado con una pena de 3 a 12 meses de prisión. Si la lesión es leve, un simple esguince ratero, 3 ó 4 meses. Si la lesión le afecta a una oreja y parte de la cabeza, 12 meses y la obligación de vigilar su sanación. Parece un chiste, pero de chiste, nada. El hombre disminuye sus derechos –el derecho a no ser invadido por una rata, asqueroso roedor– y multiplica sus deberes. Soportar la presencia de la rata, colaborar en su alimentación y si la rata muerde, sonreír beatíficamente olvidando la maravillosa eficacia del cepo o el escobazo. Semanas atrás, con anterioridad a la aprobación de la ley, encontré muerta a una rata en el garaje de mi casa. No puedo detallar –porque no lo vi– el proceso que le llevó a tan doloroso desenlace.
Dieciocho meses por matar una rata, y plena libertad para asesinar a un niño sin nacer. El niño sin derechos y la rata con los derechos que habría tener el niño. No se trata de simple y llana perversidad. Sobrevuela a la maldad la degeneración y el plan de someter a la humanidad a un poder escondido y brutal que ha decidido terminar con la libertad del hombre. Tener más de 65 años lleva camino de convertirse en un delito. No un derecho a cumplir años y el deber de hacerlos fecundos, sino el delito de no morir en el plazo que el nuevo poder concede a los seres humanos.
Voy a aprovechar el despiste de los primeros días, y si veo una rata, tararí que te vi.