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Vidas ejemplaresLuis Ventoso

Una teoría poco ortodoxa

A Estados Unidos y China no les va mal con la guerra de Ucrania, a Europa sí y debería volcar todos sus esfuerzos en buscar una fórmula para la paz

Actualizada 11:33

Los años treinta y cuarenta de este siglo constituirán una feroz pelea intelectual, propagandística, económica –y, Dios no lo quiera, tal vez bélica– entre dos formas de ver el mundo. A un lado, el modelo que defiende el imperio de la ley y la seguridad jurídica, la libertad de expresión y prensa, el respeto a las minorías en política y la alternancia en el poder. Al otro, los que creen que resulta mucho más eficaz un gobierno de hombre fuerte o partido único, con una sociedad vigilada, silenciada y muy disciplinada. En resumen: libertad o tiranía.

Las dos opciones cuentan con sus capitanes. El tótem de la democracia liberal es la potencia todavía dominante, Estados Unidos, que muestra síntomas de que enfila su declive, porque aunque lidera la economía y la innovación arrastra agudos problemas domésticos. El capitán de las autocracias es el Partido Comunista que controla China con mano de hierro, que ya no oculta que aspira a exportar la dictadura como la forma de Gobierno más razonable.

Los que disfrutamos la democracia liberal le concedemos cada vez menos valor, tal vez porque la damos por descontada. Mientras tanto, China va formando una corte de países que apoyan su modelo autocrático: Irán, Venezuela, Cuba, países africanos… y, por supuesto, Rusia.

Putin es un autócrata nacionalista, que ha ordenado eliminar a opositores políticos en casa y en el extranjero, que ha acogotado la libertad de expresión, que ha creado un régimen cleptocrático, con una camarilla que chupa de las inagotables materias primas sin generar una nueva riqueza. Putin ha iniciado además una guerra injusta y cruel, en la que sus tropas han matado a civiles y practicado la tortura. Putin es un horror. Pero también son un horror las tiranías petroleras árabes, aliadas de Occidente; las dictaduras comunistas de Venezuela y Cuba; el régimen de Etiopía; las tiranías de algunas ex repúblicas soviéticas hoy convertidas en estados… y por supuesto, la mayor dictadura del mundo: la del Partido Comunista Chino, con la que Occidente ha hecho y sigue haciendo todo tipo de negocios (mientras nos robaban nuestros secretos industriales y nos exportaban la covid).

¿Putin es un horror? Sin duda. Pero también era un horror, y mucho mayor, Stalin, tal vez con Mao el mayor genocida de la historia en cifras. Pero solemos pasar de puntillas sobre el hecho de que las democracias anglosajonas ganaron la II Guerra Mundial con semejante monstruo como aliado.

Existe una cosa que se llama realpolitik, que intenta hermanar lo honorable y lo posible en un mundo que siempre será imperfecto. Ese delicado juego de equilibrios permitió que el mundo evitase una catástrofe atómica durante la peligrosísima Guerra Fría del siglo XX, donde Occidente se medía con todo un gigante totalitario, la URSS.

Esta semana tuve la ocasión de escuchar a un sagaz veterano que presidió en su día un país que formó parte de la órbita de la URSS. Su diagnóstico de la guerra era diferente a lo que escuchamos cada día. Venía a decir que Europa tiene que trabajar rápidamente por buscar la paz en Ucrania dando algún tipo de salida a Rusia. Explicaba que arrinconando al oso ruso lo único que se ha conseguido es que se eche en brazos de China, conformando ambos un poderoso dúo, que convierte al bando de la autocracia en un enemigo imponente.

En esta guerra, Ucrania pone los muertos y Europa, el dinero y el sufrimiento económico; mientras Estados Unidos y Rusia están haciendo un negocio. ¿Quién es el mayor proveedor en la escalada armamentística que está viviendo en el mundo a raíz de la guerra? Estados Unidos, que además es autosuficiente energéticamente. Por su parte, China ha ganado un perrillo leal, una Rusia debilitada, y disfruta de la energía a bajo precio que Putin ya no puede vender a Europa.

Por supuesto: ha sido acertado apoyar la causa de Ucrania y ayudarles a defenderse de la invasión. Pero Europa debe empezar a trabajar en serio y con denuedo por la paz, que siempre se hace con aquel que hasta hace un minuto era tu enemigo. A todos nos repugna Putin (y otros dictadores a los que nadie planta cara ni cita). Pero sería más inteligente buscar una salida que cerrar a cal y canto todas las puertas, fortaleciendo así el bloque de la tiranía que lidera China. Los chinos, que nunca tienen prisa y miran siempre con las luces largas, están jugando esta partida con mucha más astucia e inteligencia que Macron, Sunak y Ursula von der Sánchez.

Henry Kissinger, el diplomático más habilidoso en las cenagosas aguas de la Guerra Fría, sigue pensando a sus 99 años. En diciembre publicó en The Spectator un artículo titulado «Cómo evitar otra Guerra Mundial». Conviene leerlo. Lo que viene a decir es que hay que buscar una salida que combine el derecho de Ucrania a su libertad con el de Rusia a una salida airosa en el polvorín que ella misma ha encendido. Sé que su tesis no resulta popular, pero como él mismo advierte, vapulear a Rusia en el campo de batalla tampoco sería una solución a medio plazo: «Con toda su propensión a la violencia, Rusia ha hecho contribuciones decisivas al equilibrio global y los balances de poder durante medio milenio. Su rol histórico no debe ser degradado. Además, sus reveles militares no eliminarán su amenaza nuclear».

Ucrania tiene razón, ha sido atacada por un dictador ebrio de nacionalismo. Pero una guerra empantanada durante años y con una amenaza nuclear pendiendo sobre el mundo tampoco parece una salida.

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