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Cosas que pasanAlfonso Ussía

Más que Bokassa

El caníbal supo adaptarse a su nueva situación, y el profesor Iglesias Turrión aún no lo ha conseguido

Actualizada 01:30

El mítico presidente de la República Centroafricana, Jean- Bédel Bokassa, que terminó autoproclamándose Emperador con el discreto nombre de Bokassa I, gran aficionado a la gastronomía caníbal, cuando se movía de su palacio Imperial de Bangui, lo hacía con centenares de guardaespaldas, todos ellos armados, y dispuestos a morir por mantener a salvo al titular del histórico imperio. Cuando se hartó de desayunar, comer, merendar y cenar carne de sus súbditos, y con miles de millones de dólares custodiados por la banca francesa, suiza y de Liechtenstein, se instaló en Francia, si bien, en un alarde de modestia, lo hizo después de renunciar a su dignidad de Emperador. Y en Francia mantuvo a su numeroso servicio de seguridad por cuenta propia gracias a la inconmensurable fortuna que había acumulado durante su Imperio. En Francia le asignaron oficialmente dos gendarmes por unas pocas semanas. En París visitaba con frecuencia la gran tienda de Fauchon en la plaza de La Madeleine donde adquiría toda suerte de delicias cárnicas, si bien jamás encontró en Francia una carne más tierna y sabrosa que la de muslo de joven disidente centroafricana. En el trato personal era amable y hasta cordial, y sus allegados elogiaban la gracia con la que narraba sus chispeantes anécdotas.

En España, tengo entendido, que solo los expresidentes del Gobierno y exministros del Interior tienen derecho a escolta y coche oficial. Los exvicepresidentes no disfrutan de semejante privilegio y si desean el sosiego de la protección, el gasto corre de su cuenta. He consultado con diferentes expertos –España es una nación de expertos en todo–, y me han asegurado que el eximio profesor asociado o adjunto don Pablo Iglesias Turrión no entra en el cupo de los agraciados de gozar de protección oficial. Es decir, que ya no es nadie, que ser empleado de Roures no le concede derecho alguno a un servicio de seguridad personal a cargo de los presupuestos del Estado, y que, de llevar escolta y coche, los gastos los tendría que pagar su empresario o el propio individuo en cuestión.

Cada dos por tres, acude a iluminar con sus lecciones a sus alumnos en una Facultad de la Universidad Complutense. Sus alumnos son cuatro. Eran cinco pero uno de ellos, harto de tostones, se ha adherido a las clases de un profesor menos plomo. Y para dar clase a cuatro alumnos, llega a la universidad en coche oficial, con chófer armado y tres agentes de seguridad. Cinco personas, contando con el eximio profesor, para cuatro alumnos. Y de gorra.

Ha llegado a disponer de tres turnos de 30 guardias civiles en su casa de La Navata, en Galapagar, compartida con su compañera de hecho, la discreta, calmosa y serena Irene Montero, que sigue de ministra. Una tarde, algún vecino le gritó algo desagradable, y el entonces vicepresidente le solicitó a Marlaska, el marido de Aitor, la protección de una Compañía de la Guardia Civil. El susto fue grande. Se presentó a las elecciones e Isabel Ayuso le dio un repaso electoral, y el eximio maestro, que ya no era vicepresidente, se quedó en pelota picada.

Después de dos intentos fracasados, un tribunal de amiguetes aprobó su solicitud profesoral, y cumple con su responsabilidad adecuadamente. Cuatro alumnos le aguardan, y cuatro guardaespaldas le llevan y escoltan hasta que se encuentra con sus cuatro discípulos. Comparativamente, Bokassa era más modesto que Iglesias Turrión. Es posible que esté dando por hecho lo que no es un hecho, y que la televisión de Roures sea la que sostiene la vigilancia y seguridad del respetado profesor universitario. En tal caso, no viene a cuento ni el presente texto ni el recuerdo de Bokassa.

Pero mucho me temo –los expertos lo aseguran–, que tanto el coche oficial como los cuatro escoltas los pagamos todos los españoles. Y no lo hacemos con los catedráticos y el resto de profesores de nuestras universidades, lo cual da a entender que, al menos el caníbal Bokassa, supo adaptarse a su nueva situación, y el profesor Iglesias Turrión aún no lo ha conseguido.

Nos sale la broma a escolta por alumno.

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