¿Catalán o defenestración?
Mientras Madrid propone libertad, Barcelona dispone entre totalitarismo idiomático o defenestración
La prensa argentina está que trina –no es para menos– ante el lamentable caso de las dos niñas, gemelas, que se lanzaron por un balcón porque ambas sufrían acoso escolar debido a su acento argentino y al aspecto masculino o varonil de una de ellas, la fallecida; su hermana ha sobrevivido, aunque su estado todavía es reportado de gravedad.
«El informe de los agentes de Cataluña incluiría el acoso como uno de los elementos de la investigación. Las menores eran hostigadas por compañeros de clase por su origen y acento argentino, entre otros motivos. También se molestaban con la joven que habría manifestado su voluntad de ser identificada como varón trans», según han citado medios locales.
Cartas que las niñas dejaron caer desde el balcón del departamento familiar serían algunas de las confirmaciones que han corroborado este horror:
Alana: «Estoy cansada de que me hagan bullying en la escuela, no lo soporto. Yo quiero ser feliz, pero evidentemente yo esto lo voy a sufrir el resto de mi vida y tomé la decisión de no seguir». Leila, en otra misiva: «Disculpas a todos. Ustedes saben lo que yo amo a mi hermana. Yo vi todo el bullying que sufre ella. Voy a hacer lo que ella decida. La voy a acompañar a donde ella quiere», de acuerdo con una declaración recogida en La Nación.
Hace años percibí esta deriva nacionalista; tras haber entregado un libro a una editorial, de una manera bastante idiota se empeñaron en corregirme los cubanismos (para ellos), castellano antiguo (para mí y para don Dámaso Alonso); inclusive surgió un argumento de risa, me salieron con el aquello de que la palabra furgoneta era catalana, respondí que probablemente, pero que aparecía en el Diccionario de la Real Academia y en el María Moliner como palabra española. La rabieta fue de altura.
En otra ocasión, mientras me maquillaban para entrar en un set de la televisión catalana, la productora se me acercó toda oronda con tono prepotente me preguntó si hablaba catalán, y sin esperar respuesta acotó: «Porque no sé si sabe usted que aquí hablamos idiomas». Opté por no inmutarme.
Al rato me dirigí al plató, el presentador me saludó en catalán, yo le saludé en francés. Algo extrañado soltó la primera pregunta, siempre en catalán, y yo continué contestando en francés… Al punto me detuvo: «Me está respondiendo en francés». Le dije que sí, que tal como me había comentado la productora del programa yo también hablaba idiomas. Idiomas y no dialectos.
Nunca supe si el programa, grabado con anterioridad, pasó finalmente por la tele o no. Francamente no me importó entonces, tampoco me importa ahora. Sólo he citado la anécdota para que se tenga una idea del nivel de imbecilidad que comportan los nacionalismos, irrespetuosos del otro, y carentes de cultura y de mundo, de universalidad.
Este horrendo acontecimiento de las dos gemelas, menores de edad, no sólo implica el enorme desatino que significa imponer un dialecto por encima de un idioma que hablan más de 591 millones de personas, habría que añadirle el tema de la transexualidad, con ley o no, sobre todo con ley, que le han inoculado en las mentes a los adolescentes. Pues, además, Alana se sentía muchacho, y deseaba llamarse Iván, por lo que sufrió acoso.
¿Alguien no pudo aclararle esa idea, explicarle lo que suponen los estados hormonales y de confusión durante la adolescencia?
No conozco el procedimiento de la investigación en esa zona de España, pero sería de esperar y de agradecer que los que cometieron el acoso contra estas niñas reciban la correspondiente sanción, cuenten la edad que cuenten. Y, de los adultos que no estuvieron para impedir este horror, todavía con mayor razón sean inhabilitados.
Hace años que no viajo a Barcelona, una ciudad que conocí en los años ochenta, cuando competía con París. Una ciudad maravillosa (en mi libro La intensa vida hablo de ello) que fue cosmopolita; donde conocí a escritores llegados de todas partes del mundo, muchos de ellos sudamericanos, pero también ingleses, franceses, italianos. En la actualidad no pagaría por ir a un sitio donde para hablar español debiera pedir audiencia.
Hasta en Nueva York se habla español en todas partes, cosa que se ha ido también a los excesos, pero la libertad de hablar y estudiar en un idioma todavía no se ha reprimido.
Mientras Madrid propone libertad, Barcelona dispone entre totalitarismo idiomático o defenestración. Andamos mal, pero que muy mal, Madame la Marquise!