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Cosas que pasanAlfonso Ussía

Llorona

No ha dimitido. Los suyos, sus socios, le han tumbado la ley que beneficia a los delincuentes sexuales, y para colmo le han dicho a la cara que están de ella y sus chorradas acerca del sexo y los sexos hasta las narices

Actualizada 01:30

Escribo compungido. Me hiere la tristeza, la pesadumbre ajena. Esas lágrimas de Irene Montero, perlas de melancolía, cuando la votación en el Congreso de los Diputados cambió su ley del 'sólo sí es sí' por la del 'sólo no es no' me han impedido conciliar el sueño. Decía don Camilo José, que jamás sintió miedo por expresar su verdad, que los hombres que se detienen a mirar escaparates y los que, por padecer de insomnio, comunican a sus allegados que «les resulta imposible conciliar el sueño», antes o después terminan por cambiar de acera. Don Camilo José fue un gran amigo mío y le perdono. Pero no he podido conciliar el sueño recordando la imagen llorona de Irene Montero abandonando el hemiciclo.

El abrigo, horroroso, que de eso habló con Yolanda Díaz, la comunista gallega que ha roto en modelo de pasarela. «Irene, ¿dónde has comprado ese abrigo?». Pero Irene no estaba para responder pregunta tan inoportuna e inadecuada. Irene abandonó el Congreso de los Diputados, con rumbo a su hogar suburbial, con la tristeza más honda dibujada en su rostro. De haber leído a Federico García Lorca, Irene podría haber hallado el consuelo y el alivio con los versos del inmenso poeta granadino.

La tristeza que tiene mi alma
Por el blanco camino la dejo,
Para ver si la encuentran los niños
Y en el agua la vayan hundiendo;
Para ver si en la noche estrellada
A muy lejos la llevan los vientos.

Pero Irene no ha leído a Federico. Cuando a Irene le hablan de Federico, adopta una expresión de cuerno y deduce que le están hablando de Federico Jiménez Losantos, que no forma parte de su amplio equipo de churris instalados en el periodismo. Para mí, que Irene personificó en su abandono del Congreso, a la Llorona de Chavela Vargas. «Dos besos llevo en el alma/ que no se apartan de mí./ El último de mi madre/ y el primero que te dí». En su versión, claro está: «Dos besos llevo en el alma/ que me huelen a mofeta./ El último de Yolanda/ y el primero del Coletas». O Rubén Darío. «La princesa está triste…/ ¿qué tendrá la princesa?/ Los suspiros se escapan/ de su boca de fresa.» Pero tampoco ha leído a Rubén, y cuando le mencionan a Rubén pregunta con su culta candidez: «¿Rubén Amón?». «Sobre las alas del viento, la tristeza vuela», escribió La Fontaine. Citar a La Fontaine queda muy bien en cualquier artículo, aunque la cita sea una memez.

Pero no ha dimitido. Los suyos, sus socios, le han tumbado la ley que beneficia a los delincuentes sexuales, y para colmo le han dicho a la cara que están de ella y sus chorradas acerca del sexo y los sexos hasta las narices. No ha dimitido, porque en el fondo, y no muy en el fondo, en un fondo somero que se ve, si dimite y se marcha a su casa, ¿de qué vive la criatura? Para ella y para sus compis, lo fundamental es la nómina pública mensual y los millones que le llegan para tirarlos por la basura. Talleres de masturbación, talleres de transexualidad, talleres de inducción al aborto a menores de edad… Qué tristeza perder ese chollo. La dimisión es un arrebato consecuente con la dignidad. Y para estas chicas, la dignidad es fascista, muy de derechas. Renunciar al sueldo y poder de una ministra, y dejar en la calle a sus allegadas y asesoras, no entra en cabeza podemita. Irene aguantará en su nómina hasta el último día. Con tristeza, pero hasta el último día.

Si aguantó Rociíto, ¿por qué no ella? Y eso que Rociíto es muy leída. Basta con oír cómo se expresa.

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