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Palabra de honorCarmen Cordón

Ser padre

La paternidad eleva la capacidad de sentir a la máxima potencia: se quiere tanto que duele, se lucha hasta la extenuación, se padece sin consciencia, se deja de hacer cuentas, se da sin límite y lo peor… se teme desconsoladamente

Actualizada 01:30

En el aeropuerto de Sydney. Las 7 de la mañana. Inspiro profundamente, estoy preparada. Los ojos de nuestro hijo Jorge se cruzan con los nuestros y por un segundo todo el trajín de aeropuerto rugiente de almas yendo y viniendo queda suspendido. « Adiós», nos dice Jorge volviéndose hacia nosotros. Ha llegado el momento. Nos volvemos a España. Ha sido bonito verle aquí. Le dedico una de esas sonrisas perfectas y entusiasmadas que hace 30 años preservan, a salvo de invasiones, el fondo de mi alma hundida. Una vez leí una frase del malogrado Kurt Cobain: «Si a través de mi sonrisa se pudiese ver el fondo de mi alma, los que la vieran llorarían conmigo». Desvío la mirada para que ninguno adivine mis pensamientos. Hay pocas personas en este mundo que puedan intuirme, unos son mis hijos. Siempre he querido creer que esto es así porque lo primero que ven sus ojos al nacer son los míos. Le miro despidiéndose de su hermana. Jorge abraza a su padre. Ya es un hombre. No sé qué magia negra es ésta que opera sobre mi mente, capaz de transformar 27 años de mi vida en un fugaz pensamiento. Esto es ser padre. Trago.

Mi marido y yo fuimos padres por primera vez a los 27 años. Nunca olvidaré ese momento de mi vida. Indefensa, asustada, helada de frío, a merced de unas manos desconocidas en un quirófano estridente, Ignacio me miró y, con su natural amabilidad, acarició mi frente. Tenía las manos heladas. Entonces, un llanto desesperado rugió a la vida y a Ignacio le colocaron a nuestro bebe en los brazos, y él, sin saber qué hacer, sostuvo esa delicada cabecita de viejo desdentado con torpeza, al apoyar su mejilla sobre la cabecita recién nacida, dijo: «Hola, pequeñito». El bebé cortó radicalmente su desconsuelo, abrió sus ojos negros y los clavó firmemente en los de su padre con una seriedad sobrecogedora. Ambos quedaron embelesados. El mundo se paralizó, todo quedó en sordina y a los tres se nos calentó el alma. Fue un instante fugaz de absoluta conexión que arderá eterno y que de un arponazo nos convirtió al mismo tiempo en los seres más dichosos y más vulnerables del planeta Tierra, en padres.

Traer hijos al mundo es una decisión interesada en un momento de crecimiento personal. Lo que nadie sabe es que esa aventura abrirá el fondo de tu alma. La paternidad te conecta con tu yo interior, con lo más remoto de tu pasado, reflota tus miedos, tus pasiones matizadas, las ilusiones perdidas. La paternidad eleva la capacidad de sentir a la máxima potencia: se quiere tanto que duele, se lucha hasta la extenuación, se padece sin consciencia, se deja de hacer cuentas, se da sin límite y lo peor… se teme desconsoladamente. Nada te hace más frágil, nada rompe más tus esquemas y precisamente eso nos humaniza de una manera sobrenatural. No entiendo por qué el catolicismo obliga a los sacerdotes y las monjas al celibato, porque creo que precisamente ese vínculo del alma con la creación de la vida es lo que más puede acercarte a Dios.

Querido Ignacio: marido, padre, compañero, amigo, aquel día en el quirófano tus manos heladas te delataron. Eras niño cuando te hiciste padre. Gracias por asumir esta responsabilidad. Lo viviste todo desde afuera, mirando mis cambios, mimando mis miedos, admirando mi fuerza. Creíste en mí y me hiciste valiente para luchar. Gracias por regalarme las meriendas con mis hijos mientras tú trabajabas. Gracias por las cenas en la cocina viendo dibujos mientras tú cogías aviones. Gracias por resistir en silencio, gracias por tu solidez, tu firmeza, tu apoyo. Gracias por ser ley durante la adolescencia. Me quejé de que no me ayudabas y nadie te ayudaba a ti. Nunca te quejaste ni te planteaste otra opción más que tirar del carro. Nobleza, lealtad, resistencia. El padre de todos los tiempos, gracias por aceptar de buen grado lo de «Las mujeres y los niños primero», gracias por crecer tragando lágrimas porque te dijeron que «los hombres no lloran». Los hombres sienten, aman, mueren, se dan. Gracias por ser eso, un hombre. No corren buenos tiempos para vosotros pero este domingo es vuestro día, el día del padre, el día del hombre. Gracias por todo. Os necesitamos.

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