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Palabra de honorCarmen Cordón

El camino de la felicidad

La felicidad existe, se mide científicamente y en medicina se llama «bienestar subjetivo percibido». Sólo tiene un «pero»; tan sólo se consigue a través del esfuerzo personal, el autoconocimiento y la aceptación

Actualizada 01:30

Tiempo de descuento. Quedan escasas horas para el último hito de estas fechas en familia y, aunque algunos en casa ya han volado para reincorporarse a sus obligaciones, ayer hice un juramento para defender los últimos coletazos de la Navidad. A las 3 de la tarde, antes de ver las noticias y su habitual pirotecnia informativa perfilada por los intereses económicos que las mantienen, deposité con mucha solemnidad el mando sobre la mesa y juré que se acabó la televisión, la radio, el periódico, Internet y el dichoso telefonito con sus avisos hasta después de Reyes. Cinturón sanitario.

La verdad, me quedé muy a gusto, pero no calculé bien las consecuencias de mi jurada decisión, ya que, sin actualidad y enfrentada a este folio en blanco sólo me han quedado tres opciones: o escribo sobre cómo desde la perspectiva del silencio una es plenamente consciente de la sucesión de sustos informativos, disparate tras disparate con los que estamos siendo asediados por este Gobierno bolivariano que juega al aturullamiento, llevándonos a un «estado de desconcierto» tal que no sepamos por dónde viene el siguiente bocado a nuestra libertad conquistada tras 44 años de sana convivencia democrática; o escribo sobre la evidencia de que España va mal, muy mal, que lleva 15 años cayendo sin freno, que la producción total del país (el PIB) ha caído 16 puntos y está por debajo de la del pequeño país Letonia, pero la deuda pública (los créditos que piden nuestros políticos en nuestro nombre para mantener sus chiringuitos) se ha triplicado y pronto no habrá españoles para pagarla (ya no nacen españoles y aquí ya no quieren venir ni los emigrantes) y los pocos pringados que quedamos tendremos que huir (el panorama es desolador, el 68 por ciento de los jóvenes españoles quieren ser funcionarios y el 32 por ciento que queda con talante emprendedor y valiente se va a buscar la vida al extranjero donde se paga el talento y no se reparte miseria como aquí); o, como aún es Navidad, escribo sobre la felicidad. La profunda, la verdadera, la que está al alcance de nuestras manos, aunque corran tiempos difíciles.

Hay una tendencia generalizada a pensar que la felicidad no existe, que en una sociedad tan competitiva, individualista, economicista y con un ritmo de vida tan frenético sólo se nos permite acceder a efímeros momentos de dicha puntual: una cena con la familia por fin reunida, una buena noticia, un regalo deseado y recibido, un décimo premiado… Son meros fogonazos de alegría que luego desaparecen para volver a la guerra diaria. Pero no es así. La felicidad existe, se entrena y es una opción personal que no depende de las circunstancias que te rodean. Ni Sánchez con sus disparates se la puede cargar.

Descubrí hace un tiempo al Dr. Daniel López Rosetti, quien afirma que la felicidad no sólo existe, sino que se mide científicamente y en medicina se llama «bienestar subjetivo percibido». Sólo tiene un «pero»: tan sólo se consigue a través del esfuerzo personal, el autoconocimiento y la aceptación (las tres al alcance de la mano). Según el doctor Rosetti, todo depende de lograr lo que él llama la «calidad de vida», que no es lo mismo que «nivel de vida» o tener posesiones. La calidad de vida no es acumular riquezas, es la diferencia que hay entre lo que deseamos de la vida y la realidad. Para el cardiólogo, cualquier conversión de la realidad hacia nuestras expectativas, por mínima que sea (ganarse un euro, el pasar de un «no» a un «sí» a base de esfuerzo personal), aumenta la calidad de vida y te acerca al anhelado bienestar subjetivo percibido. Lo que nos lleva a que sufrir y esforzarse se convierten en los únicos caminos a la felicidad.

Sobre la felicidad decía Séneca en sus cartas a Lucilio: «Te juzgo desdichado por no haber sido nunca desdichado pues nunca sabrás hasta dónde alcanzan tus fuerzas». Con la televisión apagada y envuelta en ese silencio conmovedor estoy casi por darle las gracias a Pedro Sánchez por la desesperación económica, social e institucional en la que ha sumido al país. El filósofo distinguía los tres tipos de asuntos que nos atañen: los propios, los de los demás y los de Dios: en los asuntos de los demás (cómo se reparten el botín los políticos desde tiempos inmemorables, qué opinan los demás de ti, o cómo te percibe tu cuñado) no podemos intervenir, por tanto, fuera de la cabeza; en los asuntos de Dios (una tormenta, la explosión de un volcán o un asteroide que impacta contra la Tierra) no tenemos nada que hacer, fuera de la cabeza también. Para el cordobés, la clave de la felicidad está en centrarse en los asuntos propios (los únicos bajo tu control) e ignorar los otros dos tipos.

Es tiempo de retos y propósitos de año nuevo, desde la ignorancia total del último disparate de este Gobierno de negligentes y mentirosos que nos asola, decreto el cordón sanitario para centrarme en el esfuerzo y el trabajo personal y seguir tirando del carro trabajando junto a mi marido como empresaria, amando y formando a mis hijos para verlos volar a otros lares decidida a ser feliz. Felices Reyes.

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