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Palabra de honorCarmen Cordón

Chulos y corderos

Hemos sido los vasallos perfectos. Qué bien calculado lo tenían todo los chulos en el poder: la desinformación pagada, la cortina de humo de la lotería nacional, el abobamiento de la juventud en las aulas, la inmensa red clientelar con 15 millones de personas recibiendo una nómina pública para dominar voluntades…

Actualizada 01:30

A veces de manera inesperada el azar de la vida te pega un zarpazo que atropella tu vulgar existencia y lo desbarata todo. Tal fue el caso de mi familia cuando vivimos el secuestro y asesinato de mi padre, Publio Cordón, a manos del comunismo de GRAPO. No es mi intención hoy ponerme a relatar cómo unos encapuchados lo abordaron en un camino solitario y lo metieron a golpes en el maletero; ni nuestra peripecia para conseguir dinero fuera del control de la Policía; ni cómo sus asesinos nos encañonaron con armas al pagar el rescate; ni cómo el Gobierno (PSOE) se dedicó a vomitar maledicencias inventadas sobre mi padre como cortina de humo para tapar su incompetencia... Hoy quiero mencionar que, a veces, la vida te coloca en situaciones que exigen respuestas casi sobrehumanas. Por ejemplo, nosotros nos vimos en la situación de tener que decidir entre usar una oportunidad de venganza que teníamos al alcance de la mano (esta confesión merece un capítulo aparte que prometo relatar) o no… Y optamos por esta última. No negaré que aquello generó largas horas de duro debate familiar y muchas noches de insomnio en las que se enfrentaron los instintos propios más básicos de venganza contra los principios y valores adquiridos durante más de 20 años de democracia ejemplar, pero terminas entendiendo que lo del «ojo por ojo» es un delito que, además, está reservado para un mundo de hampa al que no perteneces, y optas por confiar en la justicia, la fuerza del Estado de derecho y el cumplimiento de la ley (quiero pensar que como haría la gran mayoría del ciudadano medio español, de esos que no pisamos moqueta). Qué heroico, qué altura de miras las de las víctimas del terror entregando lo más querido por defender el sistema, esas normas comunes que permitan la convivencia pacífica de todos… Palmaditas en la espalda. Hoy tengo que confesar que, con los años y más perspectiva, se me ha quedado cara de imbécil.

Decía el ingenioso autor irlandés Bernard George Shaw que el progreso del mundo depende del hombre irracional, porque el hombre razonable se adapta al mundo (ésos debemos ser mi familia y yo y todos los pringados españoles de a pie cumplidores de la ley) y todo permanece igual, pero es el «hombre irracional» el que intenta adaptar el mundo a sí mismo (éste es Sanchez, sus socios etarras y los golpistas catalanes con los que gobierna el país que odian) y lo hace progresar. A mi corto entender, el autor de Pigmalión acertaba sólo al cincuenta por ciento con la frasecita. Es verdad que el devenir de la humanidad ha estado marcado por la cabezonería de determinados hombres «irracionales», pero yo no me atrevería a llamar a las consecuencias de esos cambios como «progreso» sino más bien retroceso repugnante e inadmisible.

Es más, creo que el abuso de los poderosos que se ponen el mundo por montera pasando de toda racionalidad y acuerdo, cambiando las reglas del juego (por las que muchos hicimos el sacrifico máximo) para defender sus intereses individuales o partidistas o sus delirios de dictadorzuelos de pacotilla (por cierto, con una incapacidad crónica para gobernar) son precisamente los que pasarán a la historia como los que se chulearon al obediente pueblo español para luego despertarlo.

Hemos sido los vasallos perfectos. Qué bien calculado lo tenían todo los chulos en el poder: la desinformación pagada, la cortina de humo de la lotería nacional, el abobamiento de la juventud en las aulas, la inmensa red clientelar con 15 millones de personas recibiendo una nómina pública para dominar voluntades… y, mientras tanto, el golpe de Estado no es delito; la malversación (llevarse la pasta de nuestros impuestos para pagar campañas, fiestas y socios poderosos que les perpetúen en el poder) tampoco; los jueces son mis amiguetes que aquí mando yo y la ley es lo que yo diga, y los presos de ETA a cenar en casita en Nochebuena tras ser homenajeados en sus pueblos con el etarra Otegi chuleándose de marcar la agenda política de España.

Tal vez Shaw tenga razón y solo sea lo irracional lo que se impone en este mundo, tal vez nos pilló muy ingenuos aquel vendaval del secuestro que puso nuestra vida del revés y tal vez estos chulos nos estén llevando a tener que responder con la misma irracionalidad que ellos aplican. Pero, ¿qué pasaría si la gente de orden usásemos las mismas técnicas de matón? ¿Y si las víctimas del terror, hartas de tragar cucharadas de silencio y humillación, aplicásemos el «ojo por ojo»? ¿Qué pasaría si los ciudadanos de a pie perdiésemos el respeto a la ley como hacen ellos? El país colapsaría. Decía el periodista estadounidense Edward R. Murrow que una nación de ovejas engendra un Gobierno de lobos. Supongo que sí, hasta que los borregos despiertan.

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