Católicos, sí
El llenazo de la Fiesta de la Resurrección de Cibeles muestra una España que está ahí (aunque cierta oficialidad se esmere en opacarla)
El fútbol. El deporte nacional. El nuevo opio del pueblo. La pasión de las masas que detiene el pulso del país. Pero, ¿cuántos españoles acuden cada mes a los estadios de Primera para ver los partidos? Pues entre 900.000 y un millón. Una cifra muy relevante, desde luego.
Planteemos ahora otra pregunta: ¿cuántos españoles van a misa los domingos? Pues más de ocho millones. Aunque la asistencia ha venido mermando en lo que va de siglo, no existe otro acto público en España que congregue a tantas personas todas las semanas.
En España se está intentando un gran experimento de transformación de la mentalidad del país. Se trataría de sustituir el cristianismo por una nueva fe laica llamada el «progresismo», cuyos mandamientos son la victimización de las minorías, el resentimiento, la obsesión climática, una reinvención sui generis de la familia y la sexualidad y aparcar a Dios en nombre de una primacía absoluta de un gran YO egotista. En esa línea, asistimos en los últimos años a una labor tenaz de nuestros gobernantes –y sus intelectuales adeptos– para tratar de opacar la realidad católica, que es enorme y forma parte de la médula de este país (no en vano España extendió por el mundo una fe que en su propio nombre se declara universal).
A pesar de que vivimos en la era del hedonismo exprés y el relativismo, más de la mitad de los niños que nacen en España son bautizados y un 60 % de los españoles siguen declarándose católicos. El número de quienes marcan la X de la Iglesia en la renta ha subido este año. En las aulas de los centros católicos se forman 1,5 millones de chavales, según los datos del episcopado, y hay 15 universidades católicas con 121.000 alumnos. A pesar de la preocupante merma de las vocaciones, la red de la Iglesia no tiene igual, con 23.000 parroquias, 16.500 sacerdotes, 35.000 monjas y 91.000 catequistas.
Además de la vertiente espiritual, que es lo primero, la aportación caritativa de la Iglesia está siempre ahí, como una red que nunca falla cuando todo lo demás pincha. En el año más dramático de la pandemia, 2020, la Iglesia española atendió a cuatro millones de españoles (por supuesto desde la más absoluta discreción y por definición de manera desinteresada). El catolicismo pervive también en nuestras calles, con un récord de asistencia este año a las procesiones de Semana Santa, con los museos eclesiásticos y las imponentes catedrales, con los festivales de música sacra, las exposiciones, o con medios de comunicación que apoyan el mensaje cristiano, como El Debate.
Por todo ello no supuso ninguna sorpresa, aunque sí una alegría, disfrutar anoche del abarrote en la Fiesta de la Resurrección de Cibeles y de la entrega de los artistas y la gente, más de 60.000 personas (sin contar a las que se quedaron fuera por un absurdo cierre policial que molestó a miles de viandantes de todas las edades a los que se les impidió el paso). Un ambiente divertido, limpio y positivo en una tarde redonda de la primavera madrileña.
El catolicismo propone ser buena gente, ayudar a los que están fastidiados y lo necesitan, perdonar incluso al que te hace las mayores putadas, primar el amor, aparcar al odio y adorar a Dios, Jesucristo, que ha resucitado tras morir por todos nosotros de la manera más cruel imaginable. Como diría el viejo Chesterton, es extraordinario poder formar parte de un club así. Y si se añade para celebrarlo mucha música y un poco de cachondeo humorístico bajo el cielo azul de Madrid, pues sale lo de la fiesta de Cibeles. Una reconfortante manera de decir aquí estamos, o mejor, aquí seguimos (y seguiremos…).