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Cosas que pasanAlfonso Ussía

Café

A mí cuando me empujaron de 'La Razón' para que me fuera, no me llamó ni Pedro Sánchez, ni Yolanda Díaz, ni Mónica García, ni Íñigo Errejón, ni Irene Montero, ni Pablo Iglesias, ni Ada Colau, ni Rociíto para invitarme a un café

Actualizada 01:30

Me informo a través de sus palabras que Sánchez le llamó repetidas veces para solidarizarse con él y que al fin, después de hablar, han quedado en citarse para tomar un café. Me refiero a un tal Jorge Javier Vázquez, al que han dejado sin programa en Tele 5, después de 14 años de trabajo ininterrumpido. Respeto profundamente la trascendencia del juramento, y puedo jurar y juro que jamás he malgastado ni un minuto de mi vida en seguir las interesantes incidencias de ese espacio dedicado a la cultura. Intuyo que se trata de un programa cultural por la constante presencia en sus emisiones de Rociíto, de la que sí –lo reconozco– he leído algunos de sus libros de ensayo y poesía. Se me antoja emocionante que un presidente del Gobierno acuda en socorro de un comunicador en paro, que de un día para otro se ha quedado sin trabajo. Sus palabras no dejan espacio para la duda. «Cuando pienso en mi futuro, a punto estoy de llorar varias veces al día». Comprendo su estado de ánimo. A mí me han echado, o me han empujado para que me vaya, de algunos periódicos, algunas cadenas de radio y he sufrido –o agradecido– el veto de las cadenas de televisión de mis periódicos y mis radios. Y me he quedado en la calle. De ahí que, por experiencia, le recomiende a Vázquez que tenga paciencia, evite los gastos superfluos, haga la compra en grandes superficies con los precios ajustados, y aguarde la buena nueva de una oferta aceptable. El individuo que le ha llamado para invitarle a un café tiene mucha influencia en las televisiones públicas y algunas de las privadas, y con descolgar un teléfono puede exigir que le rescaten del paro. Porque pasar de la abundancia a la escasez resulta muy doloroso, y en el caso de Vázquez, más aún. Vázquez, que nació de familia humilde y proletaria de Badalona, apenas ha ingresado en los últimos años el dinero que permite el ahorro y la plácida tranquilidad del otoño vital. Y eso lo han entendido sus amigos, todos los que le han llamado para ofrecerle sus pesares y sus influencias. Como ha reconocido el infortunado parado, le han llamado Yolanda Díaz, Mónica García, Íñigo Errejón, Irene Montero, Pablo Iglesias, Ada Colau, así como el ministro de Cultura, Miguel Iceta. Lógica llamada la del último, por cuanto Vázquez ha sido despedido de un programa cultural. Con todos ellos ha quedado en tomar un café, y le propongo que los reúna en una única sesión, porque tanto café puede subirle en exceso la tensión y procurarle un pipirlete mientras se halla a punto de llorar varias veces al día.

Su reflexión es digna de ser extendida para conocimiento de todos los españoles e inmigrantes ilegales. «Qué orgullo que se acabe un programa en el que has trabajado durante 14 años y que su despedida se convierta casi en una cuestión de Estado».

Indudablemente.

A mí, cuando me empujaron de La Razón para que me fuera, no me llamó ni Pedro Sánchez, ni Yolanda Díaz, ni Mónica García, ni Íñigo Errejón, ni Irene Montero, ni Pablo Iglesias, ni Ada Colau, ni Rociíto para invitarme a un café. Fui uno más de los millones de españoles que se quedan sin trabajo y cuya lógica angustia pasa desapercibida. De repente, llegó el milagro de El Debate, y aquí estoy, feliz, sin haber tenido la horrible experiencia de tener que tomar café con esa gente a cambio de su ayuda. «Los de mi cuerda», les dice Vázquez. Presidentes, vicepresidentes, ministros, alcaldesas, y diputados seguidores de Sálvame. Ellos están salvados, Vázquez. Tan salvados que algunos de la relación de sus comunicantes compran chalés con la herencia de sus padres con anterioridad al fallecimiento de sus padres, lo cual tiene un mérito social y reivindicativo digno del más clamoroso elogio. Me consta que usted lo está pasando mal, porque le pagaban poco y no ha conseguido ahorrar lo suficiente. No soy de su cuerda y tampoco en mi agenda guardo su número de teléfono. Pero me abruma que le avasalle el desahogo de la congoja varias veces al día. Me acaban de dejar tiritando los impuestos, una parte de los cuales llegarán a los bolsillos de Almodóvar o al combustible de los «Falcon», o al mantenimiento de los vagos. Pero puedo enviarle, allá donde usted me indique, una modesta pero sincera cantidad para que sus llantos se alivien en someras lagrimillas. Cuente con ello. Y sin tomar café.

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