Modificador de conducta
Aquí me tienen, entre montañitas de arena, intentando que los tipos modifiquen su conducta, porque de proceder a «extracciones parciales no autorizadas», es más que probable que disfrute del verano que se acerca en el penal de Santoña
No se trata del inicio de una canción.
Se trata de que tengo topos en mi jardín, y me lo están destrozando.
Hace años me sucedió lo mismo. Todavía no gobernaban los animalistas. Acudí a una ferretería y adquirí, por módico precio, una decena de trampas para topos. Cayeron cinco. Pero había más. Los topos son muy listos y los supervivientes se mudaron de zona. Y no cayeron en la trampa. Un sabio local me recomendó un producto venenoso irresistible para los topos. Lo pedí, me lo vendieron, me lo envolvieron, lo pagué, lo puse en lugares estratégicos con la ayuda del sabio, y me quedé sin topos.
Lo siento por los animalistas y la Asociación Española en Defensa de los Topos, la AEDT. Todos los topos fueron respetuosamente enterrados. Y el césped volvió a su ser, las hortensias estallaron y mi pequeño rincón recuperó la brevedad sencilla del paraíso. Esa brevedad que tan primorosamente describe José Antonio Muñoz Rojas en Las Cosas del Campo, el libro, según Dámaso Alonso, escrito en el más precioso español del siglo XX. Escrito en su Casería del Conde, en el centro de Antequera, tan cercana a sus campos. Pues eso, que en apenas unos metros cuadrados, nacen los granados, y el suelo se convierte en una alfombra de flores ignoradas, y en el alambre descansa una pareja de abejarucos, y Muñoz Rojas se asombra de la cantidad de belleza que Dios reúne en tan poco lugar. Pues mi poco lugar, años atrás, estuvo durante un tiempo levantado por toperas. Y pasaron los años.
De golpe, han vuelto. No los topos enterrados. Otros topos. Mi amigo el sabio ha fallecido. Parece ser que la Belarra o la Ribera han prohibido que se venda el veneno para combatir a los topos, y creo que, todavía, a escondidas, en alguna ferretería, si eres considerado de confianza, se pueden conseguir de tapadillo las viejas trampas para clavar en las toperas. Por supuesto, aquel frasco de cristal con el mensaje «Veneno para Topos, Ratas y Ratones», ya no se comercia. Pero no todo está perdido, aunque la esperanza de alcanzar un acuerdo de no agresión entre los humanos y los topos, depende ahora mismo, exclusivamente, de la decisión de los topos. Y he adquirido, legalmente, un envase de la marca «Scare Land», patrocinada por la PBA –Prevención Bio Ambiental– que se comercia como «modificador de conducta de topos». Se trata de un producto ecológico-sostenible y demás gilipolleces animalistas. He comprado un envase con la finalidad de que los topos que están machacando mi poco lugar, mi pequeño jardín, modifiquen su conducta y acuerden entre ellos destrozarlo con más educación. No obstante, el fabricante no garantiza que la conducta de los topos experimente la modificación deseada. El producto no contempla la extinción zonal de los topos, y se entrega a la remota posibilidad de que el topo modifique su conducta, a todas luces detestable. La lluvia regular y el sol han dibujado de verdes enfrentados todos los prados del Ebro arriba. Pero contemplo los de mi entorno, y siento envidia. No tienen que modificar la conducta de los topos, porque todos los topos han decidido fastidiarme a mí. El viejo y paciente truco de aguardar en el atardecer la aparición del topo y arrearle con un azadón, no entra en mis posibilidades físicas. He perdido agilidad y reflejos muelle para que mis golpes resulten efectivos.
Y aquí me tienen, entre montañitas de arena intentando que los tipos modifiquen su conducta, porque de proceder a «extracciones parciales no autorizadas», es más que probable que disfrute del verano que se acerca en el penal de Santoña, según tengo entendido.
Por ahora, los topos no han modificado su conducta.
El que está a punto de modificarla soy yo.