Todavía correrá sangre
Llevamos quince días presenciando el derrumbe de la izquierda española provocado por el afán de abrazarse a un caudillo llamado Pedro Sánchez y no a un proyecto constitucional de alternancia
Quizá me equivoque, pero creo que el final de la negociación de la coalición entre Sumar y Podemos que hemos vivido esta semana es el aperitivo de una sangría que está por venir. Los jóvenes que han sufrido las leyes educativas que ha impuesto la izquierda en España desde el Gobierno de Felipe González identifican el término «sangría» con una bebida con la que casi todos disfrutan mucho. Quizá sí, pero probablemente no. Según la primera acepción del Diccionario de la Real Academia Española, «sangría» es abrir o punzar una vena. La bebida refrescante compuesta de agua y vino con azúcar y limón es la segunda de las nueve acepciones del término.
Lo de punzar las venas era algo que antiguamente se hacía en la creencia de que al sangrar se dejaba marchar los males que se tenía en el cuerpo. Algo que, con los actuales conocimientos de la ciencia, es un puro disparate. La aceptación de Podemos de someterse a la disciplina de un Sumar que aún no tiene estatutos como partido todavía va a generar muchas batallas y muchas sangrías. Esto es como el ejército de Pancho Villa. Qué tercermundista es que, a estas alturas, a seis semanas de las elecciones, la extrema izquierda todavía esté en este proceso de negociación. Porque una vez acordada la integración de lo que queda de Podemos, ahora toca completar las listas: decidir quién va a seguir cobrando del erario público. Y hoy está más claro que nunca que lo único relevante del resultado electoral para una extrema izquierda que sabe que ya no estarán en el poder es ver quiénes tienen asegurados sus ingresos como diputados o senadores y quiénes tienen que volver a su vida anterior. Y todos sabemos que, en el caso de Irene Montero, cuyos supuestos méritos tanto se exaltan desde Podemos, sería retornar a ser cajera a un comercio. Labor muy meritoria, pero no tan bien remunerada como el ser diputado.
Eso sí, de perder Montero la opción de ser diputada, recordemos que le asiste el derecho a cobrar durante dos años el 80 por ciento de su sueldo como ministra y a mantener el coche y la seguridad. Tampoco es para llorar. Aunque no le van a librar de la condena de la Sala de lo Civil del Tribunal Supremo que ha estimado la demanda interpuesta contra ella por Rafael Marcos, el exmarido de la secuestradora de su hijo, María Sevilla, al haber apreciado el Supremo la vulneración del derecho a su honor, como consecuencia de unas declaraciones pronunciadas por Irene Montero en su condición de dirigente de Podemos, el 25 de mayo de 2022, en el acto de inauguración de la nueva sede del Instituto de las Mujeres, en las que le acusó de «maltratador» sin que nunca haya sido condenado por ello. Y no contenta con eso, Montero difundió sus injurias en la red social Twitter. Hubo un tiempo en que, cuando te caía una condena así, abandonabas la vida pública para siempre. Ahora, el padre de sus hijos, Pablo Iglesias dice que, ante el veto a Montero en las listas de Sumar se va a callar «para que no se me caigan las lágrimas de orgullo». Cierto, señor Iglesias, está usted tan decrépito políticamente, que las lágrimas ya no se le saltan. Simplemente se le caen.
Llevamos quince días presenciando el derrumbe de la izquierda española provocado por el afán de abrazarse a un caudillo llamado Pedro Sánchez y no a un proyecto constitucional de alternancia. España tuvo una socialdemocracia que logró relevantes éxitos electorales y a la que yo nunca hubiera votado, pero que creí un interlocutor razonable para el centroderecha. Está visto que esa opción hoy no existe y que quienes la han reemplazado han contribuido de forma tóxica a destruir el escenario político español. Se acerca la hora de la verdad. Llega el momento de demostrar la madurez democrática del pueblo español.