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HorizonteRamón Pérez-Maura

Perplejo

La llegada del derrotado Sánchez a la sala del Congreso fue digna de los recibimientos que se otorgaba al dictador rumano Nicolae Ceaucescu: todos en pie, aclamándolo. Si llega a haber ganado por la mínima lo sacan en hombros

Actualizada 01:30

Ha sido una semana de una agitación política verdaderamente desaconsejable para ciudadanos con problemas cardiacos. Casi, casi, lo menos sorprendente de todo ha sido la aplastante victoria del centro y la derecha el pasado domingo. La tendencia era evidente para todos menos para José Félix Tezanos. Incluso para el presidente del Gobierno –a saber si lo que le dice a él Tezanos se parece más a la realidad que lo que nos cuenta a los que le pagamos el sueldo.

Tan evidente era la derrota del PSOE que el lunes por la mañana, incumpliendo el artículo 115 de la Constitución, convocó elecciones y mintió diciendo que había «mantenido un despacho» con el Rey, cuando se había limitado a un telefonazo. En su intervención ante la cámara de TVE se atrevió a insinuar que los españoles se habían equivocado. Como el que se mete en una autopista a contramarcha y dice que los que se van en dirección contraria son todos los demás.

El martes el PSOE entró en campaña con un video evocando el 11-M, el Yak y el Prestige entre otras cosas de hace dos décadas. La desesperación de Ferraz afloraba a borbotones. En paralelo Ciudadanos rindió sus últimas naves –más bien sus botes salvavidas– y decidió no presentarse a las elecciones del 23-J. Y no lo hacían por las previsibles condiciones climáticas de la fecha.

El miércoles Sánchez reunió a sus grupos parlamentarios en el Congreso de los Diputados para soltarles una arenga podemita inverosímil, que aleja al PSOE de la centralidad y que requeriría de una refundación del partido para poder corregirla. La huida hacia adelante parecía cada vez más desesperada. Eso sí, la llegada del derrotado Sánchez a la sala del Congreso fue digna de los recibimientos que se otorgaba al dictador rumano Nicolae Ceaucescu: todos en pie, aclamándolo. Si llega a haber ganado por la mínima lo sacan en hombros.

Pero, afortunadamente, el jueves se producían las primeras reacciones relevantes en las filas socialistas. El exvicepresidente del Gobierno y exvicesecretario general del PSOE, Alfonso Guerra, comentaba en un artículo que «tal vez haya llegado el momento de que los socialistas se interroguen sobre si no será el problema el candidato.» Y ese mismo día, varias figuras del PSOE con muchos galones acudían a la convocatoria del Colectivo Fernando de los Ríos, bautizado así en memoria del catedrático y diplomático que fue teórico de un socialismo humanista y sería titular de tres carteras ministeriales durante la II República: Justicia, Instrucción Pública y Bellas Artes y finalmente Estado. En los tiempos que corren, a estas personas y a pesar de su inspirador, en el sanchismo se les considera fachas. Ni siquiera el pedigrí político de expresidentes de comunidades autónomas como fue el caso de Rodríguez Ibarra y Leguina, ex altos cargos del partido como Nicolás Redondo y del sindicato hermano, UGT, como Cándido Méndez, exministros como José Luis Corcuera, Virgilio Zapatero y César Antonio Molina… Nada, para el sanchismo esos personajes son minucias y están amortizados. Aunque no es menos cierto que la precipitada convocatoria de elecciones tenía como objetivo actuar de apagafuegos como el incendio que el Círculo Fernando de los Ríos representa para Sánchez.

Para completar el revuelo en las filas socialistas, Francisco Vázquez, el histórico socialista que fue alcalde de La Coruña veintitrés años, se despachó a gusto el viernes con Carlos Herrera diciendo que Sánchez es «una persona amoral que carece de cualquier tipo de principio o valor, nada más que su propio interés».

Así las cosas, el pasado jueves comentábamos en estas páginas («Feijóo no puede equivocarse») el peligro de que el PP acepte el discurso de la izquierda cuando afirma que Vox es un partido ultra con el que no se puede pactar. Y ponía el ejemplo del peligro de aceptar el apoyo de Miguel Ángel Revilla como vía a la investidura en Cantabria en lugar de pactar con Vox. El viernes ya se conocía el precio que pone Revilla a ese apoyo: que no haya ni una comisión de investigación parlamentaria de sus 16 años como presidente.

Me confieso en un estado de perplejidad del que no sé cuándo lograré salir. Perplejo por todo lo bueno y por lo malo. Nunca nos dejan disfrutar el momento.

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