Gravedad
Me consta que una gran mayoría de los militares se manifestaban en contra de la inclusión de transexuales en sus filas
Puede parecer una noticia intrascendente, pero es todo lo contrario. Leo en el digital de ABC –¿por qué no en la edición impresa?–, que una soldado del Ejército de Tierra ha decidido abandonar su pertenencia a las Fuerzas Armadas porque es obligada a ducharse con una compañera transexual, una compañera –y esto es invención mía– que hasta hace muy poco se llamaba Manolo y se duchaba con el resto de sus compañeros masculinos. Ahora se llama Ingrid Fabricia, se siente mujer, y se despelota entre las soldados mostrando con orgullo su fuchinga, también conocida como ciruelo.
Si de algo me siento socialmente orgulloso es de mi amor por las Fuerzas Armadas y la Guardia Civil. Me temía que terminaría por llegar a la Milicia la insensatez de la transexualidad. De no aceptarla, tendríamos a toda la prensa que ampara la degeneración y a las obsesas sexuales del ultrafeminismo, insultando a los militares. Fascistas, franquistas, cavernícolas y demás lindezas. Los militares defienden sus derechos, sus principios y sus valores en privado, sin publicidad. Y me consta que una gran mayoría de ellos se manifestaba en contra de la inclusión de transexuales en sus filas. Pero si existe una institución disciplinada, esa es la militar. Y la ministra Robles y su equipo, que dejarán el Ministerio de Defensa en pocas semanas, han favorecido la implantación de la anormalidad. En otras naciones occidentales, los transexuales no pueden participar en competiciones deportivas con su nuevo sexo, y en Italia, les han vetado su participación en asuntos menores, como el concurso de Miss Italia. Si se aceptan los transexuales en nuestras Fuerzas Armadas y Guardia Civil, habrá que adoptar medidas. Una tercera versión de lavabos y duchas para los transexuales. Al fin y al cabo, da igual que hayan saltado de hombres a mujeres que de mujeres a hombres, por estar íntimamente relacionados con los dos géneros, sólo dos, que existen en la naturaleza. El masculino y el femenino. El pito y la huchita. La huchita que se transforma en pito, y el pito que adquiere la condición de huchita, pueden compartir su desnudez perfectamente. Pero meter a Manolo-Ingrid Fabricia en las mismas duchas y a la misma hora que sus compañeras de batallón, compañía o sección, se me antoja grimoso y antinatural.
La transexualidad es muy diferente a la diversidad sexual. Se precisa, como poco, de una costosa intervención quirúrgica. Pero en España se tolera la autodeclaración de cambio de sexo sin pasar por el quirófano. Cualquier español, sea hombre o mujer, está capacitado para cambiar de sexo – que no de género, por resultar imposible–, a su capricho y libre albedrío. Así que se llega hasta el funcionario del Registro Civil, se le muestra el documento nacional de identidad, y se le exige el inmediato cambio. –Me siento mujer, dejo de llamarme Luis Antonio y a partir de ahora, seré Rosa Vanessa–. –Como usted mande, doña Rosa Vanessa–.
Y Rosa Vanessa cree a pies juntillas que mediante semejante trámite estúpido se ha convertido en una mujer.
Los Ejércitos son escuelas de compañerismo. Un soldado es, ante todo, el compañero de sus compañeros. Y resulta complicado ese compañerismo cuando el compañero se llama Paco y al día siguiente se presenta como Irene Lorena. Séame reconocido que ese cambio produce recelos de cercanía. Y si la compañera de Paco es obligada a ducharse con Paco, aunque se disfrace administrativamente de Irene Lorena, el compañerismo, la confianza y la camaradería desaparecen por completo.
Creo que los altos mandos militares harían bien, pasadas las elecciones, en resolver este embrollo. Si Paco, el soldado, decide ser la soldado Irene Lorena, lo saludable es que abandone el Ejército y se incorpore a la nómina de un club de alterne como aquellos que le fueron tan fecundos económicamente al suegro del que se va a ir a pesar del voto de «Txapote».
Y a la soldado que ha denunciado el caso, paciencia. Todo tiene arreglo.